WASHINGTON - Fue una experiencia extraña pero fascinante participar en un desayuno de prensa organizado por el Christian Science Monitor la semana pasada y escuchar al secretario de la oposición en el Senado Mitch McConnell refutar acaloradamente una de mis columnas recientes, aprobar implícitamente el mensaje de otra, y trasladar un inquietante mensaje de las esperanzas que podrían acompañar a una victoria Republicana en las legislativas.
La pregunta inicial al Senador de Kentucky realizada por uno de mis colegas planteaba las críticas a la actuación del Senado concretadas en el número más reciente del New Yorker y resumidas en mi reciente columna.
McConnell, admirablemente franco, dejaba claro que no convenía con nada de su contenido. El Senado, lejos de fallar al país, "está funcionando de forma muy parecida a como lo concibieron los arquitectos de la Constitución", decía.
Los retrasos en la tramitación de dos anteproyectos, reforma sanitaria y reforma financiera, que mantuvieron absorto al Senado durante 18 meses y que aplazaron hasta el año que viene -- o más -- una docena de anteproyectos más tramitados por la Cámara no son nada a lamentar, decía. Los retrasos simplemente reflejan las divisiones filosóficas en el seno del país fruto del ambicioso programa del Presidente Obama. Y las quejas por el declive del comportamiento cívico manifestadas por muchos de los senadores entrevistados por George Packer, autor del artículo del New Yorker, y reflejadas en mi propia experiencia, no constituyen motivo de alarma.
"No creo que suframos un problema de gamberrismo", decía McConnell citando sus propias opiniones receptivas del secretario de la mayoría Harry Reid y el Senador de Connecticut saliente Chris Dodd, otro Demócrata.
McConnell atribuye gran parte de la angustia que tanto Packer como yo habíamos registrado a la natural impaciencia de los senadores novatos. El Senado, decía, "es algo a lo que hay que acostumbrarse". Pero si prosperan, estos novatos aprenderán a amar el reglamento de toda la vida, decía, abandonarán su insensata predisposición a alterarlo.
Decir que McConnell no despejó mis dudas no es ninguna novedad, porque sé que aunque tiene razón en lo que molesta a muchos recién llegados, la frustración es también la fuerza que manda a la jubilación anticipada a Evan Bayh, un veterano de Indiana con doce años de experiencia y dos legislaturas e hijo de ex senador.
Por mucho que discrepe de la defensa que hace McConnell del estatus-quo en el Senado, tengo que reconocer la validez de muchas ideas que expresó durante el desayuno. Tiene razón al decir que el Senado tiende a dar lo mejor cuando la presencia de los partidos es equivalente en términos relativos -- pongamos de 55 a 45 - en lugar de ser tan desequilibrada como ha sido en los dos primeros años de Obama.
Un reparto más ajustado alienta la negociación entre las formaciones en el centro del espectro político, y puede muy bien volver si los Republicanos se alzan con las victorias pronosticadas de manera ya generalizada en noviembre.
McConnell confirmaba durante el encuentro que la víspera, había mantenido este tipo de contacto privado formal con Obama en la Casa Blanca. Y concretaba lo que yo había sacado en limpio de mi anterior visita a la Casa Blanca y conté en otra columna, a saber, el interés activo que en la actualidad desarrolla el presidente en dialogar con los congresistas Republicanos de cara al programa 2011-12.
McConnell decía poder pronosticar alianzas con Obama en cuestiones comerciales, desarrollo de energía nuclear y coches eléctricos, y lo más importante, meter en cintura los presupuestos federales.
Pero luego matizaba suscribiendo la idea de que el amparo de la Decimocuarta Enmienda al derecho a la ciudadanía de los nacidos en territorio de este país, parentescos aparte, debe ser objeto de vistas en el Congreso. Es un cambio radical, cargado de equipaje emocional, y si esto es un ejemplo de lo que significará tener más Republicanos en el Capitolio, cuidado.