Tras el informe anual del Ministerio de Igualdad sobre violencia de género uno llega a preguntarse por la efectividad de las instituciones sobre el control de las dinámicas sociales. En este caso, sobre la dinámica de la llamada violencia de género ejercida mayoritariamente de hombres a mujeres, hay algo que escapa al control del vigilante.
De los datos de la encuesta no pueden sacarse conclusiones absolutas, pues con una diferencia de un año no pueden captarse de manera efectiva el movimiento de toda la maquinaria social en relación a este tema. Aun así, sí que podemos aventurar una serie de tendencias ninguna de ellas determinante para definir el movimiento, sino más bien la posición en un momento concreto (como una adaptación del principio de incertidumbre de Heiselberg).
La cuestión es que, si nos centramos en esbozar el cómo estamos y no el hacia adónde nos movemos, encontraremos que casi un 40 por ciento de los encuestados cree que existe una situación en la cual la mujer es responsable de la agresión que sufre. Si habiendo sido víctima en alguna ocasión sigue viviendo conjuntamente con el agresor, cuatro de cada diez encuestados la considerarían responsable de su suerte.
El porcentaje ha crecido con respecto al año pasado y por el contrario, ha menguado el número de personas que cree que es la educación el medio para luchar contra este tipo de violencia. Entre las otras opciones fue especialmente popular el control psicológico al agresor como alternativa.
No es que ése no sea un camino válido, y quizás es una inclinación a comprender que la violencia de este tipo no es más que el síntoma de un proceso mucho más profundo que hunde sus raíces en la concepción de la posición de uno mismo en su espacio cultural. Lo que pasa es que esta opción es una opción de presente mientras que la educación es siempre una opción de futuro.
La primera busca cambiar la perspectiva de quienes piensan que es lícito usar la violencia siempre que no se obtiene lo que se quiere de la otra persona. La segunda busca cambiar también la de ese 40 por ciento que piensa que la mujer agredida es en algunos casos tanto o más responsable de la agresión que sufre. El cambio que persigue necesita empezar por la base para ser profundo y duradero. De otra manera la siguiente generación también precisará de asistencia en la edad adulta.