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David S. Broder

Para Obama, todo es replicar a Howard Baker

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WASHINGTON -- En la medida en que incrementa paulatinamente sus esfuerzos de campaña y recaudación de fondos a beneficio de los candidatos Demócratas, el Presidente Barack Obama parece estar haciéndose mental y emocionalmente a la idea de que su vida tras las elecciones incluirá más acuerdos con los Republicanos.

Los antecedentes de las legislativas anteriores muestran victorias regulares del partido en la oposición y, hasta la fecha, todas las encuestas parecen optimistas para el Partido Republicano. Este es el motivo de que estos días haya conversaciones en los círculos de la Casa Blanca sobre legislaciones que puedan atraer el apoyo bipartidista. Y de que un iniciado en esos círculos diga, "Si usted pregunta al Presidente lo que quiere por Navidad, dirá una oposición leal inteligente".

Por supuesto, la definición de Obama de lo que constituye una legislación Republicana sabia y ambiciosa puede no guardar ningún parecido con lo que tienen en mente John Boehner o Mitch McConnell, los secretarios del Partido Republicano en el Congreso. Pero es probable que no espere el tipo de relación que disfrutó Lyndon Johnson con Everett Dirksen, el secretario Republicano en el Senado que hizo posibles los votos que permitieron la aprobación de las grandes legislaciones de los derechos civiles de la década de los años 60.

Obama se daría por satisfecho teniendo a alguien parecido a lo que recuerda escuchar de Bob Dole o Howard Baker, secretarios Republicanos en el Senado que se opusieron a presidentes Demócratas casi siempre pero que hicieron causa común con ellos bajo circunstancias nacionales o internacionales concretas.

Por ejemplo, está claro que si Obama aspira a tener la aprobación del Senado al atascado acuerdo de libre comercio con Corea del Sur -- una medida que consolidaría su política exterior asiática y pondría fin a un callejón sin salida en materia comercial -- va a necesitar un porcentaje más alto de votos Republicanos del que es plausible que obtenga de los Demócratas.

De igual forma, la ampliación de la ley de ayuda a la educación elemental y media, una prioridad que se ha escurrido de este año al que viene, se vuelve mucho más dúctil si se pueden añadir votos Republicanos para compensar cualquier pérdida entre los Demócratas que puedan sentirse persuadidos por la oposición de los sindicatos de profesores o las organizaciones de derechos civiles. Es el motivo de que el Secretario de Educación de Obama Arne Duncan tenga siempre mucho cuidado en reconocer el mérito de George W. Bush a la hora de poner los cimientos de sus propias reformas a través de su programa No Child Left Behind.

Es más difícil imaginar cómo va Obama a contar con la ayuda Republicana en algunas de sus prioridades restantes. Cuando la comisión bipartidista de deuda y déficit presente sus resultados en diciembre, muchos en la Casa Blanca dudan de que los suficientes Republicanos se apunten a proporcionar al menos 14 de los 18 votos exigidos para el consenso. Pero como mínimo, se espera que el informe de la mayoría señale una fórmula plausible de disciplina presupuestaria y, a instancias de la presión del presidente, obligue a los Republicanos del Congreso a presentar su propio plan -- sin decir simplemente que no.

Obama se resigna al hecho de que no tendrá que volver a intentar tramitar la legislación del clima y la energía, pero la forma de volverla bipartidista sigue siendo un rompecabezas. Y la legislación de la inmigración sigue siendo un desafío, no sólo a causa del énfasis político en la disputa legal de Arizona, sino mucho más, en opinión de Obama, a causa del imperativo moral de devolver el orden a la frontera y poner fin al estigma de la inmigración irregular.

A medida que el problema del desempleo de larga duración ha acaparado cada vez más atención de la Casa Blanca, las ideas han vuelto de nuevo a la necesidad de inversiones a gran escala en todo tipo de proyectos de infraestructuras, tanto electrónicos como físicos. Obama ha puesto a los asistentes a buscar formas innovadoras de financiar esos proyectos, con alguna forma de sociedad público-privada, y les ha pedido que inviten a los Republicanos a proponer ideas que puedan reducir de forma significativa las filas de los parados de la construcción en situación de paro casi permanente.

Los visitantes de la Casa Blanca no se quedan con la impresión de que Obama acepte por válida la extendida queja Republicana de que la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi y el secretario de la mayoría Harry Reid han excluido sistemáticamente a los legisladores Republicanos y sus ideas. Pero si las elecciones van como espera la mayoría de los observadores, Obama parece dispuesto a poner a prueba a los Republicanos por su cuenta. Como ha comentado en ocasiones, no es el clásico legislador que respeta la disciplina de partido.

Para Obama, todo es replicar a Howard Baker

David S. Broder
David S. Broder
martes, 3 de agosto de 2010, 01:00 h (CET)
WASHINGTON -- En la medida en que incrementa paulatinamente sus esfuerzos de campaña y recaudación de fondos a beneficio de los candidatos Demócratas, el Presidente Barack Obama parece estar haciéndose mental y emocionalmente a la idea de que su vida tras las elecciones incluirá más acuerdos con los Republicanos.

Los antecedentes de las legislativas anteriores muestran victorias regulares del partido en la oposición y, hasta la fecha, todas las encuestas parecen optimistas para el Partido Republicano. Este es el motivo de que estos días haya conversaciones en los círculos de la Casa Blanca sobre legislaciones que puedan atraer el apoyo bipartidista. Y de que un iniciado en esos círculos diga, "Si usted pregunta al Presidente lo que quiere por Navidad, dirá una oposición leal inteligente".

Por supuesto, la definición de Obama de lo que constituye una legislación Republicana sabia y ambiciosa puede no guardar ningún parecido con lo que tienen en mente John Boehner o Mitch McConnell, los secretarios del Partido Republicano en el Congreso. Pero es probable que no espere el tipo de relación que disfrutó Lyndon Johnson con Everett Dirksen, el secretario Republicano en el Senado que hizo posibles los votos que permitieron la aprobación de las grandes legislaciones de los derechos civiles de la década de los años 60.

Obama se daría por satisfecho teniendo a alguien parecido a lo que recuerda escuchar de Bob Dole o Howard Baker, secretarios Republicanos en el Senado que se opusieron a presidentes Demócratas casi siempre pero que hicieron causa común con ellos bajo circunstancias nacionales o internacionales concretas.

Por ejemplo, está claro que si Obama aspira a tener la aprobación del Senado al atascado acuerdo de libre comercio con Corea del Sur -- una medida que consolidaría su política exterior asiática y pondría fin a un callejón sin salida en materia comercial -- va a necesitar un porcentaje más alto de votos Republicanos del que es plausible que obtenga de los Demócratas.

De igual forma, la ampliación de la ley de ayuda a la educación elemental y media, una prioridad que se ha escurrido de este año al que viene, se vuelve mucho más dúctil si se pueden añadir votos Republicanos para compensar cualquier pérdida entre los Demócratas que puedan sentirse persuadidos por la oposición de los sindicatos de profesores o las organizaciones de derechos civiles. Es el motivo de que el Secretario de Educación de Obama Arne Duncan tenga siempre mucho cuidado en reconocer el mérito de George W. Bush a la hora de poner los cimientos de sus propias reformas a través de su programa No Child Left Behind.

Es más difícil imaginar cómo va Obama a contar con la ayuda Republicana en algunas de sus prioridades restantes. Cuando la comisión bipartidista de deuda y déficit presente sus resultados en diciembre, muchos en la Casa Blanca dudan de que los suficientes Republicanos se apunten a proporcionar al menos 14 de los 18 votos exigidos para el consenso. Pero como mínimo, se espera que el informe de la mayoría señale una fórmula plausible de disciplina presupuestaria y, a instancias de la presión del presidente, obligue a los Republicanos del Congreso a presentar su propio plan -- sin decir simplemente que no.

Obama se resigna al hecho de que no tendrá que volver a intentar tramitar la legislación del clima y la energía, pero la forma de volverla bipartidista sigue siendo un rompecabezas. Y la legislación de la inmigración sigue siendo un desafío, no sólo a causa del énfasis político en la disputa legal de Arizona, sino mucho más, en opinión de Obama, a causa del imperativo moral de devolver el orden a la frontera y poner fin al estigma de la inmigración irregular.

A medida que el problema del desempleo de larga duración ha acaparado cada vez más atención de la Casa Blanca, las ideas han vuelto de nuevo a la necesidad de inversiones a gran escala en todo tipo de proyectos de infraestructuras, tanto electrónicos como físicos. Obama ha puesto a los asistentes a buscar formas innovadoras de financiar esos proyectos, con alguna forma de sociedad público-privada, y les ha pedido que inviten a los Republicanos a proponer ideas que puedan reducir de forma significativa las filas de los parados de la construcción en situación de paro casi permanente.

Los visitantes de la Casa Blanca no se quedan con la impresión de que Obama acepte por válida la extendida queja Republicana de que la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi y el secretario de la mayoría Harry Reid han excluido sistemáticamente a los legisladores Republicanos y sus ideas. Pero si las elecciones van como espera la mayoría de los observadores, Obama parece dispuesto a poner a prueba a los Republicanos por su cuenta. Como ha comentado en ocasiones, no es el clásico legislador que respeta la disciplina de partido.

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