Hoy he visto en el jardín de la Facultad de Veterinaria las primeras margaritas. Y estas me han hecho recordar la importancia
de lo pequeño: "Muchas veces dejamos lo pequeño, lo sencillo, lo breve; aquello que siendo cotidiano parece rutinario. Lo que está incluido en el marco de nuestra vida como lo que siempre fue y sigue siendo. Por estar ahí para nosotros, disponible en cualquier
momento…parece que carece de valor.
Pero constituye en realidad los pilares de nuestra felicidad, sin saberlo. Uno de los vínculos que más nos acercan a los demás dándonos infinita satisfacción, y que quedan en el ámbito de “lo pequeño” o “lo breve”, son los
gestos, la sonrisa, la mirada cálida, la mano rozando el brazo de la otra persona y todo lo que le haga sentir que estamos cerca; que no hay mejor entendimiento que el de la mirada, ni mejor palabra que la que es entendida sin ella misma. Expresamos muy poco
nuestros sentimientos, los dejamos de lado todo el día, incluso nos empeñamos en ocultarlos por temor a que hagan un mal uso de ellos.
Pero en este continuo ocultamiento, en este vaivén de fortalezas arropadas con la indiferencia, se escapa lo esencial. Se
derrocha frialdad y se regatea afecto; se regalan desaires y se malgastan palabras malsonantes con demasiada ligereza. Estamos dispuestos con rapidez para la pelea, la bronca, el enfrentamiento dialéctico y la cornada traicionera con tal de quedar por encima.
Todo vale. Todo se licita. Todo parece caer en lo permisible si esto nos hace ganar…Pero no nos damos cuenta que la mejor batalla ganada es la de la mesura, el equilibrio y la armonía interna. La que nos muestra abiertos y libres a los afectos propios y los
ajenos. La que nos hace cada día más “humanos”, más sinceros, más seguros de que para estar bien con los demás debemos comenzar por izar la bandera blanca en nuestra propia casa. Hagamos el intento de apreciar y de agradecer todo lo que tenemos, lo mucho…lo
poco…la abundancia…la carencia…porque todo ello nos recuerda, una vez más, la grandeza de vivir".