WASHINGTON - Empujada por un resultado de 13 a 16 votos en el Comité judicial del Senado, Elena Kagan va camino del Supremo. La comidilla en Washington habla de lo que va a significar para la instancia judicial más elevada la inminente elevación de la ex fiscal general del estado y decano de la Facultad de Derecho de Harvard.
Sentado junto a un ex fiscal general durante una cena ofrecida la pasada semana, le planteé la cuestión -- y obtuve la que probablemente sea la opinión generalizada. "No va a cambiar nada", decía, porque no es probable que la filosofía de izquierdas moderada de Kagan vaya a apartarse con frecuencia de la del magistrado al que reemplaza, John Paul Stevens, descrito asiduamente como el líder de la oposición de izquierdas integrada por cuatro magistrados. Hasta que uno de los cinco magistrados conservadores se retire, el Presidente Obama no va a tener oportunidad de rehacer la rama judicial.
Eso es lo que dicen, y carezco de credenciales legales para cuestionar su opinión. Pero, como dije a mi compañero de mesa, sospecho que se equivoca y que las colegas de Kagan en el estrado, Ruth Bader Ginsburg y Sonia Sotomayor, cambiarán el tribunal en sentidos que nadie prevé.
Afirmo esto basándome en lo que vi suceder en la sala de prensa del Washington Post y en muchas otras redacciones cuando llegaron las periodistas y las editoras, en números paulatinamente mayores, desde las décadas de los años 70 y 80. Ellas cambiaron la cultura del negocio de la prensa y alteraron la forma en que todo hijo de vecino, hombre o mujer, desempeñaba su trabajo.
Las mujeres que llegaban al terreno político hacían a los candidatos preguntas que a nosotros no se nos habría ocurrido plantear. Ellas veían sus vidas en conjunto, mientras que nosotros éramos mucho más dados a abordar solamente la parte oficial de ellas. De manera que el alcance de los perfiles de los candidatos se amplió y el ámbito de la privacidad empezó a reducirse.
También cambiaron los reglamentos de los propios periodistas. Cuando ingresé en el grupo de profesionales acreditados en la campaña presidencial de 1960, recibí órdenes expresas de un periodista veterano del New York Times acerca de "el reglamento a orillas del Potomac". Lo que sucedía entre adultos a orillas del Potomac no se discutía con superiores, amigos y en especial familiares de la otra orilla del Potomac.
Era una cultura protectora y chovinista, que cambió de forma dramática cuando más de una periodista puntual se subía al autobús o avión.
Desconozco la forma en que tener a tres magistradas de opiniones asentadas presidiendo simultáneamente por primera vez va a cambiar el mundo del Tribunal Supremo. Pero no me sorprendería que esta exclusiva sociedad cambie a todos sus miembros.
Mientras tanto, la superación del trámite del Comité Judicial del Senado por parte de Kagan deja al menos importantes huellas para el futuro.
En lo que sin duda es su última vista de confirmación de candidatos al Supremo, Arlen Specter, de Pennsylvania, reiteraba su apasionado llamamiento a que los elegidos para ocupar vacantes en esa instancia desarrollen un grado más amplio de franqueza con su filosofía judicial - y un respeto más claro a las promesas que hicieron al aspirar a la confirmación.
Mientras votaba a favor de confirmar a Kagan para ocupar la vacante tras oponerse a su nombramiento como fiscal general, Specter se lamentaba con razón de la "reiterada puesta en escena" de sus respuestas deliberadamente vagas que la Casa Blanca recomienda a los candidatos de ambos partidos.
Desde que Robert Bork respondió de forma franca e íntegra -- y fue rechazado -- se ha vuelto cada vez más difícil que los senadores conozcan las posturas de los futuros magistrados. Y, como decía Specter, una de las facetas más relevantes "de las competencias del Congreso ha sido sustraída".
Por otra parte, el Senador de Carolina del Sur Lindsey Graham, el único republicano que dio su apoyo a Kagan, volvía a insistir una vez más a sus colegas en el riesgo de trasladar los conflictos ideológicos de sus campañas a las deliberaciones de la judicatura.
Esa "frágil" trama merece protección, decía, no el bombardeo producto de convertirla en un campo de batalla. Hay que reconocer que las elecciones traen consecuencias, y centrarse en las cualificaciones intelectuales y temperamentales, aconsejaba. Buen consejo para ambas partes.