Yo no soy de esos que le coge gato a la gente; entre otras cosas, porque pienso que aquí estoy de paso y no me va nada en ello. Últimamente oigo mucho la cita a Ignacio de Loyola que dice: "en tiempos de tribulaciones, evita las mudanzas"; por algo será. Ahora son tiempos bastante atribulados. Este verano, entre el no crédito, el salario menguante, o la falta de salario, pues lo mejor va a ser quedarse en casa; además, te evitas sobresaltos en la T-4 y otras calamidades.
No sé por qué hay quien se queja de la actitud rebelde y levantisca de los controladores aéreos, si son un ejemplo a seguir por todos aquellos que sentimos nuestros derechos laborales amenazados, cercenados o, definitivamente extirpados cual próstata y vejiga sometidas a un cistectomía radical (cosa que no se la recomiendo a nadie, pues representa el más preclaro ejemplo de que es peor el remedio que la enfermedad). No deberíamos agarrarnos tanto a la vida. Si, a fin de cuentas, pende de un hilo; y no de un hilo cualquiera, sino del sedal más extraordinariamente caprichoso, desleal y torticero que se puede uno imaginar. El otro día, discutiendo del maltrato a los animales, se me ocurrió una brillante idea. ¿Sabes cuál es la diferencia entre la caza y la pesca?, le pregunté a mi contertulio. Era una pregunta retórica, claro está. La diferencia entre la caza y la pesca, le dije, está en que en la caza el cazador siempre ve a su presa y, en la pesca, nunca. En la caza el cazador es un ventajista, máxime cuando cuenta con la ayuda de una reala; en la pesca, el pez y el pescador juegan al engaño. No hay más que leer "El viejo y el mar" o "Moby Dick" para entenderlo. Yo no cojo gato a nadie, pero prefiero a los pescadores mil veces antes que a los cazadores. Y la derecha en España siempre ha preferido la escopeta a la caña.