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Kathleen Parker

Mofa de una heroína

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WASHINGTON -- Este domingo se cumplen 50 años de la publicación de una novela en América que cambió la forma en que millones pensaban en la raza y el incomprensible Sur.

"Matar a un ruiseñor", de Harper Lee, el libro más leído en las escuelas estadounidenses según algunos cálculos, ha envejecido lo suficiente para convertirse en algo ligeramente estrafalario en la mente de los lectores más jóvenes, muchos de los cuales tienen conocimiento de cómo eran las cosas a través de libros de texto.

De hecho, está de moda criticar, como dicen ahora, a la gran y humilde Lee, una escritora tan carente de vanidad que ha rechazado toda atención desde la publicación de su obra en 1960 y que sigue viviendo tranquilamente en su ciudad natal de Monroeville, Alabama.

Como heroína en toda regla, merece vivir su día a día sin tener que escuchar el estruendo de los críticos que blanden la retrospectiva como virtud. Pero últimamente, la famosa novela de Lee ha sido objeto de especial desprecio a medida que los críticos opinan cómo debían de haber sido las cosas, no sólo en la vida real sino también en el trato literario de la época.

Escribir una historia del Sur segregado acerca de un abogado blanco que defiende a un negro del cargo de violación de una mujer blanca fue un acto de valentía, que nadie se lleve a error. Y aunque Atticus Finch, el protagonista abogado, podría parecer anodino según los estándares actuales, es injusto tacharle de defensor paternalista del estatus quo, como hizo Malcolm Gladwell el año pasado en el New Yorker.

Gladwell, que habla maravillosamente de cultura en formas que nos dejan atónitos descubriendo inflexiones y haciéndonos desear ser extranjeros - por no decir que nos obliga a adoptar un vocabulario acuñado expresamente sin el que estamos indefensos para abordar la tónica de la época - es tal vez el menos indicado para tratar el estilo de la ficción. Con todos mis respetos.

Porque "Matar a un ruiseñor" es una historia - una parábola diseñada para remover conciencias - no un manifiesto de acción radical. Pero esto es lo que Gladwell entre otros hubiera preferido. Gladwell, que encuentra causa común con la crítica de George Orwell a Charles Dickens, desea que la autora hubiera hecho a Finch un caballero bastante indignado por la injusticia racial para aspirar al cambio del sistema, en lugar de limitarse a ser un buen hombre dispuesto a defender a un negro acusado injustamente.

Orwell criticó de forma parecida a Dickens, que, se quejaba, nunca ofreció soluciones a los problemas sobre los que arrojaba luz. (Suena a lema familiar). Pero ¿no es mucho pedir que el escritor, además de denunciar la enfermedad social, también la cure?

Walker Percy, otro novelista del Sur y mi muso en la materia, dijo que el trabajo del escritor es el de ser un diagnosticador - "poner nombre a la enfermedad, hacer decible lo indecible". Que "arte es elaborar; moralidad es actuar".

"Esto no quiere decir que ese arte, la ficción, no sea moral en el sentido más radical - si se hace bien. Pero si escribe una novela con el objetivo de tratar de hacer el bien a alguien, está escribiendo un tratado - que puede ser una empresa admirable, pero no es literatura".

En julio de 2010, podemos estar más cómodos con un Atticus Finch menos compasivo con sus vecinos racistas. Al explicar las personas y los acontecimientos a su hija pequeña, Scout Finch observaba que no era mala gente (aunque algunos querían cometer actos de violencia contra los negros), sólo gente equivocada.

Desde donde estamos hoy, esta actitud es tan ridícula como ofensiva. No se puede destilar algo "mediocre" de algo claramente malo. ¿Pero quién dice que Lee pensara de otra forma? A veces la realidad es percibida mejor a través de un reflejo de reconocimiento que de un golpe en la cabeza. Recuerde también que Finch trataba de explicar un mundo de odio a una menor en términos familiares para los feligreses de una iglesia del Sur: Pecado malo, ama al pecador.

Mi propio recuerdo del libro, que leí por primera vez cuando era una niña, es que estaba lleno de verdades duras y feas. La historia, al ser revelada a través de los ojos de otro niño, me hizo comprender la injusticia como ningún libro de texto o conferencia podría jamás. Tal es el poder y el misterio de la literatura.

Matar a un ruiseñor es un pecado, decía Finch a sus hijos, porque no causa ningún daño a nadie. "No hacen otra cosa que cantar sinceramente para nosotros", explicaba un vecino.

Del mismo modo, tratar de asesinar a una gran obra porque un personaje de hace 50 años no está a la altura del ideal de heroísmo de la crítica moderna es un pecado. Todo lo que hizo Harper Lee, después de todo, fue cantar sinceramente para nosotros.

Mofa de una heroína

Kathleen Parker
Kathleen Parker
martes, 13 de julio de 2010, 22:36 h (CET)
WASHINGTON -- Este domingo se cumplen 50 años de la publicación de una novela en América que cambió la forma en que millones pensaban en la raza y el incomprensible Sur.

"Matar a un ruiseñor", de Harper Lee, el libro más leído en las escuelas estadounidenses según algunos cálculos, ha envejecido lo suficiente para convertirse en algo ligeramente estrafalario en la mente de los lectores más jóvenes, muchos de los cuales tienen conocimiento de cómo eran las cosas a través de libros de texto.

De hecho, está de moda criticar, como dicen ahora, a la gran y humilde Lee, una escritora tan carente de vanidad que ha rechazado toda atención desde la publicación de su obra en 1960 y que sigue viviendo tranquilamente en su ciudad natal de Monroeville, Alabama.

Como heroína en toda regla, merece vivir su día a día sin tener que escuchar el estruendo de los críticos que blanden la retrospectiva como virtud. Pero últimamente, la famosa novela de Lee ha sido objeto de especial desprecio a medida que los críticos opinan cómo debían de haber sido las cosas, no sólo en la vida real sino también en el trato literario de la época.

Escribir una historia del Sur segregado acerca de un abogado blanco que defiende a un negro del cargo de violación de una mujer blanca fue un acto de valentía, que nadie se lleve a error. Y aunque Atticus Finch, el protagonista abogado, podría parecer anodino según los estándares actuales, es injusto tacharle de defensor paternalista del estatus quo, como hizo Malcolm Gladwell el año pasado en el New Yorker.

Gladwell, que habla maravillosamente de cultura en formas que nos dejan atónitos descubriendo inflexiones y haciéndonos desear ser extranjeros - por no decir que nos obliga a adoptar un vocabulario acuñado expresamente sin el que estamos indefensos para abordar la tónica de la época - es tal vez el menos indicado para tratar el estilo de la ficción. Con todos mis respetos.

Porque "Matar a un ruiseñor" es una historia - una parábola diseñada para remover conciencias - no un manifiesto de acción radical. Pero esto es lo que Gladwell entre otros hubiera preferido. Gladwell, que encuentra causa común con la crítica de George Orwell a Charles Dickens, desea que la autora hubiera hecho a Finch un caballero bastante indignado por la injusticia racial para aspirar al cambio del sistema, en lugar de limitarse a ser un buen hombre dispuesto a defender a un negro acusado injustamente.

Orwell criticó de forma parecida a Dickens, que, se quejaba, nunca ofreció soluciones a los problemas sobre los que arrojaba luz. (Suena a lema familiar). Pero ¿no es mucho pedir que el escritor, además de denunciar la enfermedad social, también la cure?

Walker Percy, otro novelista del Sur y mi muso en la materia, dijo que el trabajo del escritor es el de ser un diagnosticador - "poner nombre a la enfermedad, hacer decible lo indecible". Que "arte es elaborar; moralidad es actuar".

"Esto no quiere decir que ese arte, la ficción, no sea moral en el sentido más radical - si se hace bien. Pero si escribe una novela con el objetivo de tratar de hacer el bien a alguien, está escribiendo un tratado - que puede ser una empresa admirable, pero no es literatura".

En julio de 2010, podemos estar más cómodos con un Atticus Finch menos compasivo con sus vecinos racistas. Al explicar las personas y los acontecimientos a su hija pequeña, Scout Finch observaba que no era mala gente (aunque algunos querían cometer actos de violencia contra los negros), sólo gente equivocada.

Desde donde estamos hoy, esta actitud es tan ridícula como ofensiva. No se puede destilar algo "mediocre" de algo claramente malo. ¿Pero quién dice que Lee pensara de otra forma? A veces la realidad es percibida mejor a través de un reflejo de reconocimiento que de un golpe en la cabeza. Recuerde también que Finch trataba de explicar un mundo de odio a una menor en términos familiares para los feligreses de una iglesia del Sur: Pecado malo, ama al pecador.

Mi propio recuerdo del libro, que leí por primera vez cuando era una niña, es que estaba lleno de verdades duras y feas. La historia, al ser revelada a través de los ojos de otro niño, me hizo comprender la injusticia como ningún libro de texto o conferencia podría jamás. Tal es el poder y el misterio de la literatura.

Matar a un ruiseñor es un pecado, decía Finch a sus hijos, porque no causa ningún daño a nadie. "No hacen otra cosa que cantar sinceramente para nosotros", explicaba un vecino.

Del mismo modo, tratar de asesinar a una gran obra porque un personaje de hace 50 años no está a la altura del ideal de heroísmo de la crítica moderna es un pecado. Todo lo que hizo Harper Lee, después de todo, fue cantar sinceramente para nosotros.

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