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Edward Schumacher-Matos

Todo discursos y ningún hecho de inmigración

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NEW YORK -- El Presidente Obama dijo todo lo indicado en su discurso acerca de reformar la inmigración el jueves menos una cosa: que fuera a hacer algo.

No anunció un nuevo anteproyecto de reforma integral del código. No prometió tomar medidas para aprobar los proyectos de ley separados ya en el Congreso que se encargan de los estudiantes o de los trabajadores agrícolas. Ni siquiera dijo que la administración fuera a demandar al estado de Arizona, cosa que al parecer el Departamento de Justicia se está preparando para hacer a cuenta de la ley de inmigración "documentación por favor" aprobada recientemente por ese estado.

Pero todo esto no equivale a decir que el discurso no fuera útil. Lo fue. Las palabras son poderosas, y las palabras de Obama mantendrán vivo el raciocinio -- y hasta cierta inspiración -- con la inmigración. Corren tiempos en los que el miedo, la desinformación, la demagogia, el partidismo y las vendas de los grupos de interés han creado un refrito tóxico y dividido a la nación.

Y al margen de eso, Obama no podía hacer más que ofrecer esperanza. "La cuestión ahora es si tendremos el valor y la voluntad política de aprobar un proyecto de ley en el Congreso o no, de hacerlo de una vez", decía. Claramente la respuesta es no. Nuestros líderes políticos tienen demasiado miedo.

Como decía esta semana la Senadora Demócrata de California Dianne Feinstein, muchos Demócratas no están dispuestos a aceptar el asunto a trámite antes de las legislativas de noviembre. Y ni un solo senador Republicano está dispuesto a menos que la legislación se centre en una mayor seguridad fronteriza y una estrategia de agotamiento encaminada a sacar a los casi 11 millones de inmigrantes en situación irregular que residen aquí. Esto a pesar del hecho de que muchos, como John McCain y Jon Kyl, de Arizona, han reconocido en el pasado que la seguridad por sí sola es insuficiente, poco práctica y antiamericana.

Quizá se deba a que Obama conoce la inutilidad de tratar de sacar adelante cualquier tipo de reforma integral de la inmigración este año de esquivar golpes directos destinados a marcar puntos políticos, culpando sólo a los Republicanos de la timidez del Congreso. "Esa es la realidad política y numérica", dijo de la necesidad de sus votos.

Que esa estrategia, que al parecer los Demócratas tratarán de capear llegado noviembre, baste para satisfacer a su electorado, y a los hispanos en particular, está por verse. Gallup dice que mientras la popularidad de Obama entre los blancos se ha mantenido estable desde enero, ha descendido de manera acusada entre los hispanos del 69 por ciento al 57 por ciento. La mayor parte de esto se debe a la frustración por la política de inmigración.

Obama siguió los mismos pasos legislativos de su predecesor, George W. Bush, junto a la mayoría de los pragmáticos y realistas que estudian la inmigración. Hizo hincapié en la necesidad de una vía a la ciudadanía destinada a los inmigrantes irregulares residentes aquí, al tiempo que se mejora la seguridad de la frontera y se combate a los contratistas de mano de obra ilegal.

De hecho, partiendo de políticas Bush, la administración ha detenido y deportado a más inmigrantes irregulares que nunca, y reforzado defensas fronterizas hasta niveles nunca vistos. "La frontera sur es más segura hoy que en ningún momento de los últimos 20 años", dijo Obama correctamente, pero eso no le ha granjeado a él ni a la reforma integral ningún apoyo entre la derecha, al tiempo que le pasa factura entre la izquierda.

Más fundamentalmente, sin embargo, Obama reconoció que hay algo de verdad en casi todos los bandos del debate. Reconoció la tensión entre ser "una nación de leyes y una nación de inmigrantes". Se valió de los ganchos de cada una de las partes: "transparencia", nada de "amnistía", "compasión", etc. Como Bush, Obama trataba de tender puentes. Pero los extremistas, en particular la derecha indignada del restriccionismo inmigrante, sólo ven su parte de la argumentación. No quieren puentes.

Y de esa manera el gobierno federal queda congelado mientras la mayoría de los estadounidenses exigen medidas. Encuestas repetidas muestran que una mayoría sólida es partidaria tanto de la vía a la regularización como de la ley de Arizona. Lo más probable es que convengan con Obama cuando decía, lógicamente otra vez, que "nuestras fronteras son demasiado grandes para que nosotros" podamos sellarlas con barreras y Patrullas de Fronteras. "No funcionará". Convienen mayoritariamente con él, según las encuestas, en que perseguir y expulsar a cada inmigrante en situación irregular es imposible y que, como decía hoy, "desgarra el tejido mismo de esta nación".

Pero los estadounidenses todavía quieren solucionar el problema. No se anunciaron soluciones el jueves. El estancamiento, la frustración y el tóxico refrito siguen prosperando.

Todo discursos y ningún hecho de inmigración

Edward Schumacher-Matos
Edward Schumacher-Matos
sábado, 3 de julio de 2010, 05:19 h (CET)
NEW YORK -- El Presidente Obama dijo todo lo indicado en su discurso acerca de reformar la inmigración el jueves menos una cosa: que fuera a hacer algo.

No anunció un nuevo anteproyecto de reforma integral del código. No prometió tomar medidas para aprobar los proyectos de ley separados ya en el Congreso que se encargan de los estudiantes o de los trabajadores agrícolas. Ni siquiera dijo que la administración fuera a demandar al estado de Arizona, cosa que al parecer el Departamento de Justicia se está preparando para hacer a cuenta de la ley de inmigración "documentación por favor" aprobada recientemente por ese estado.

Pero todo esto no equivale a decir que el discurso no fuera útil. Lo fue. Las palabras son poderosas, y las palabras de Obama mantendrán vivo el raciocinio -- y hasta cierta inspiración -- con la inmigración. Corren tiempos en los que el miedo, la desinformación, la demagogia, el partidismo y las vendas de los grupos de interés han creado un refrito tóxico y dividido a la nación.

Y al margen de eso, Obama no podía hacer más que ofrecer esperanza. "La cuestión ahora es si tendremos el valor y la voluntad política de aprobar un proyecto de ley en el Congreso o no, de hacerlo de una vez", decía. Claramente la respuesta es no. Nuestros líderes políticos tienen demasiado miedo.

Como decía esta semana la Senadora Demócrata de California Dianne Feinstein, muchos Demócratas no están dispuestos a aceptar el asunto a trámite antes de las legislativas de noviembre. Y ni un solo senador Republicano está dispuesto a menos que la legislación se centre en una mayor seguridad fronteriza y una estrategia de agotamiento encaminada a sacar a los casi 11 millones de inmigrantes en situación irregular que residen aquí. Esto a pesar del hecho de que muchos, como John McCain y Jon Kyl, de Arizona, han reconocido en el pasado que la seguridad por sí sola es insuficiente, poco práctica y antiamericana.

Quizá se deba a que Obama conoce la inutilidad de tratar de sacar adelante cualquier tipo de reforma integral de la inmigración este año de esquivar golpes directos destinados a marcar puntos políticos, culpando sólo a los Republicanos de la timidez del Congreso. "Esa es la realidad política y numérica", dijo de la necesidad de sus votos.

Que esa estrategia, que al parecer los Demócratas tratarán de capear llegado noviembre, baste para satisfacer a su electorado, y a los hispanos en particular, está por verse. Gallup dice que mientras la popularidad de Obama entre los blancos se ha mantenido estable desde enero, ha descendido de manera acusada entre los hispanos del 69 por ciento al 57 por ciento. La mayor parte de esto se debe a la frustración por la política de inmigración.

Obama siguió los mismos pasos legislativos de su predecesor, George W. Bush, junto a la mayoría de los pragmáticos y realistas que estudian la inmigración. Hizo hincapié en la necesidad de una vía a la ciudadanía destinada a los inmigrantes irregulares residentes aquí, al tiempo que se mejora la seguridad de la frontera y se combate a los contratistas de mano de obra ilegal.

De hecho, partiendo de políticas Bush, la administración ha detenido y deportado a más inmigrantes irregulares que nunca, y reforzado defensas fronterizas hasta niveles nunca vistos. "La frontera sur es más segura hoy que en ningún momento de los últimos 20 años", dijo Obama correctamente, pero eso no le ha granjeado a él ni a la reforma integral ningún apoyo entre la derecha, al tiempo que le pasa factura entre la izquierda.

Más fundamentalmente, sin embargo, Obama reconoció que hay algo de verdad en casi todos los bandos del debate. Reconoció la tensión entre ser "una nación de leyes y una nación de inmigrantes". Se valió de los ganchos de cada una de las partes: "transparencia", nada de "amnistía", "compasión", etc. Como Bush, Obama trataba de tender puentes. Pero los extremistas, en particular la derecha indignada del restriccionismo inmigrante, sólo ven su parte de la argumentación. No quieren puentes.

Y de esa manera el gobierno federal queda congelado mientras la mayoría de los estadounidenses exigen medidas. Encuestas repetidas muestran que una mayoría sólida es partidaria tanto de la vía a la regularización como de la ley de Arizona. Lo más probable es que convengan con Obama cuando decía, lógicamente otra vez, que "nuestras fronteras son demasiado grandes para que nosotros" podamos sellarlas con barreras y Patrullas de Fronteras. "No funcionará". Convienen mayoritariamente con él, según las encuestas, en que perseguir y expulsar a cada inmigrante en situación irregular es imposible y que, como decía hoy, "desgarra el tejido mismo de esta nación".

Pero los estadounidenses todavía quieren solucionar el problema. No se anunciaron soluciones el jueves. El estancamiento, la frustración y el tóxico refrito siguen prosperando.

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