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David S. Broder

Byrd entendió los intereses del país

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WASHINGTON -- La paradoja de la vida de Robert Byrd -- y el motivo de que su muerte sea reconocida por sus colegas del Senado como un acontecimiento tan relevante -- es la posición de equilibrio que alcanzó entre lo mundano y lo profundo.

Por una parte, se le conocía como "el rey del derroche político" y estaba inmensamente orgulloso de la forma en que se valió de sus años en el Comité de Asignaciones para canalizar miles de millones de los fondos federales a su estado de Virginia Occidental. Nunca se le ocurrió que tuviera que pedir perdón por cuidar de su gente.

Al mismo tiempo, este senador, un salto atrás hasta Lincoln por tratarse sobre todo de un autodidacta, desarrolló el mayor de los aprecios históricos y filosóficos a la doctrina de la separación de poderes de la Constitución que haya tenido nadie que haya pasado por la administración durante el último siglo.

En la serie de discursos que acabaron en su historia del Senado en varios volúmenes, Byrd se apoyó no sólo en la sabiduría de los Fundadores y los Documentos Federalistas, sino en las crónicas de la antigua Roma. Todo lo que leía - y lo leía casi todo - le convencía de que en cualquier república, el papel del Senado es el del esencial contrapeso a las tendencias más populistas de la Cámara y la impetuosidad inherente a los presidentes.

Pero en un discurso pronunciado en la antigua Cámara Legislativa en septiembre de 1998 a instancias del entonces secretario de la mayoría Trent Lott, Byrd advertía que "el enfrentamiento partidista" estaba erosionando la capacidad del Senado de cumplir íntegramente su papel histórico.

Como dijo en ese coloquio ceremonial, la fuerza que apuntala al Senado a la hora de soportar las importantes presiones que dividen a los dos partidos reside en que "en los grandes asuntos, el Senado siempre ha sido bendecido con senadores capaces de ir más allá de la formación, y anteponer sobre todo los intereses del país". Hoy brillan por su ausencia.

En aquel discurso hace 12 años, Byrd ponía como ejemplo el papel del Senador Howard Baker, un Republicano que se unió al Presidente Jimmy Carter para garantizar la ratificación del Tratado del Canal de Panamá.

Lo que Byrd y los demás senadores de su generación entendían es que en un amplio abanico de cuestiones rutinarias, siempre están en juego los cálculos partidistas, pero existe una categoría de cuestiones que son caso aparte. Y en esos asuntos, los senadores están obligados a considerar el interés nacional en general.

Esta obligación recae especialmente en el Senado, como señalaba siempre Byrd, porque -- en contraste con la otra cámara del Congreso -- no está pensado como entidad representativa cercana al pueblo. Los senadores son escasos -- sólo dos por cada estado, con independencia de su tamaño. Tienen mandatos más largos que el presidente, y tres veces el de un legislador de la Cámara. Sus electorados son amplios y diversos. Todo se conjura para darles un cierto grado de independencia, con el fin de que ejerzan su mejor juicio en las cuestiones de interés nacional.

Hoy, desafortunadamente, en los grandes asuntos que tendrían que estar más allá del partidismo, la actuación en interés del país ha desaparecido casi por completo porque los secretarios de las formaciones, a diferencia de Byrd y Baker cuando lideraban sus formaciones en el Senado, no manifiestan esa consciencia ni la despiertan en los demás.

Byrd concluía su intervención recordando a sus colegas que "en el mundo real, la conducta personal ejemplar puede lograr en ocasiones mucho más que ningún programa político. La cortesía, la educación, el trato caritativo incluso hacia nuestros rivales políticos, combinados con un esfuerzo concertado no sólo por ocupar nuestros cargos sino para aportarles honor, hará más por inspirar a los nuestros y restaurar su fe en nosotros, sus líderes, que millones de dólares en cuñas de 30 segundos o deslumbrantes eslóganes inventados por expertos en relaciones públicas".

La sensación de pérdida expresada por los colegas de Byrd en ambos partidos es real. El "rey del derroche político" evocaba de veras lo que hizo grande al Senado. Hay apetito ahora allí de lo que ha desaparecido.

Byrd entendió los intereses del país

David S. Broder
David S. Broder
jueves, 1 de julio de 2010, 06:32 h (CET)
WASHINGTON -- La paradoja de la vida de Robert Byrd -- y el motivo de que su muerte sea reconocida por sus colegas del Senado como un acontecimiento tan relevante -- es la posición de equilibrio que alcanzó entre lo mundano y lo profundo.

Por una parte, se le conocía como "el rey del derroche político" y estaba inmensamente orgulloso de la forma en que se valió de sus años en el Comité de Asignaciones para canalizar miles de millones de los fondos federales a su estado de Virginia Occidental. Nunca se le ocurrió que tuviera que pedir perdón por cuidar de su gente.

Al mismo tiempo, este senador, un salto atrás hasta Lincoln por tratarse sobre todo de un autodidacta, desarrolló el mayor de los aprecios históricos y filosóficos a la doctrina de la separación de poderes de la Constitución que haya tenido nadie que haya pasado por la administración durante el último siglo.

En la serie de discursos que acabaron en su historia del Senado en varios volúmenes, Byrd se apoyó no sólo en la sabiduría de los Fundadores y los Documentos Federalistas, sino en las crónicas de la antigua Roma. Todo lo que leía - y lo leía casi todo - le convencía de que en cualquier república, el papel del Senado es el del esencial contrapeso a las tendencias más populistas de la Cámara y la impetuosidad inherente a los presidentes.

Pero en un discurso pronunciado en la antigua Cámara Legislativa en septiembre de 1998 a instancias del entonces secretario de la mayoría Trent Lott, Byrd advertía que "el enfrentamiento partidista" estaba erosionando la capacidad del Senado de cumplir íntegramente su papel histórico.

Como dijo en ese coloquio ceremonial, la fuerza que apuntala al Senado a la hora de soportar las importantes presiones que dividen a los dos partidos reside en que "en los grandes asuntos, el Senado siempre ha sido bendecido con senadores capaces de ir más allá de la formación, y anteponer sobre todo los intereses del país". Hoy brillan por su ausencia.

En aquel discurso hace 12 años, Byrd ponía como ejemplo el papel del Senador Howard Baker, un Republicano que se unió al Presidente Jimmy Carter para garantizar la ratificación del Tratado del Canal de Panamá.

Lo que Byrd y los demás senadores de su generación entendían es que en un amplio abanico de cuestiones rutinarias, siempre están en juego los cálculos partidistas, pero existe una categoría de cuestiones que son caso aparte. Y en esos asuntos, los senadores están obligados a considerar el interés nacional en general.

Esta obligación recae especialmente en el Senado, como señalaba siempre Byrd, porque -- en contraste con la otra cámara del Congreso -- no está pensado como entidad representativa cercana al pueblo. Los senadores son escasos -- sólo dos por cada estado, con independencia de su tamaño. Tienen mandatos más largos que el presidente, y tres veces el de un legislador de la Cámara. Sus electorados son amplios y diversos. Todo se conjura para darles un cierto grado de independencia, con el fin de que ejerzan su mejor juicio en las cuestiones de interés nacional.

Hoy, desafortunadamente, en los grandes asuntos que tendrían que estar más allá del partidismo, la actuación en interés del país ha desaparecido casi por completo porque los secretarios de las formaciones, a diferencia de Byrd y Baker cuando lideraban sus formaciones en el Senado, no manifiestan esa consciencia ni la despiertan en los demás.

Byrd concluía su intervención recordando a sus colegas que "en el mundo real, la conducta personal ejemplar puede lograr en ocasiones mucho más que ningún programa político. La cortesía, la educación, el trato caritativo incluso hacia nuestros rivales políticos, combinados con un esfuerzo concertado no sólo por ocupar nuestros cargos sino para aportarles honor, hará más por inspirar a los nuestros y restaurar su fe en nosotros, sus líderes, que millones de dólares en cuñas de 30 segundos o deslumbrantes eslóganes inventados por expertos en relaciones públicas".

La sensación de pérdida expresada por los colegas de Byrd en ambos partidos es real. El "rey del derroche político" evocaba de veras lo que hizo grande al Senado. Hay apetito ahora allí de lo que ha desaparecido.

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