NUEVA YORK -- En el catálogo de sorpresas inesperadas, pocas son comparables a la petición que me llegaba hace unas semanas del Presidente de CNN/US Jon Klein: "¿Cómo le gustaría co-presentar un programa en horario de máxima audiencia en la CNN?"
Seguramente ni redobles de tambor ni chistes hacen falta en este punto. Mi co-presentador sería Eliot Spitzer, conocido surtidamente como el sheriff de Wall Street y el político "caído en desgracia" que dimitió como gobernador de Nueva York tras salir a la luz que había cortejado a prostitutas.
Nadie necesita repetir esos sucesos, aunque hay mucho adicto a alegrarse del mal ajeno.
Mi reacción inicial a la propuesta fue la misma que la de la mayoría de la gente. (BEG ITAL)¿El qué?(END ITAL) Era tan contrario al sentido común que me dejó pocas ganas. Y entonces me entró curiosidad.
¿Por qué no escuchar lo que tenían que decir?
De esta forma, me encontré en el tren de Washington a Nueva York para reunirme con Spitzer. Nos sentamos alrededor de una mesa pequeña en su oficina, tomamos café y hablamos con franqueza de las posibilidades y los obstáculos probables. También leí todo lo que pude sobre Spitzer, incluyendo "Rough Justice", la crónica del ascenso y caída de Spitzer que relata el editor de Fortune Peter Elkind, que revela a Spitzer como figura trágica y compleja.
Sospecho que la mayoría de los no neoyorquinos, especialmente aquellos que se saltan las páginas de economía, sabían muy poco de Spitzer antes de su caída. Pero hay mucho más que saber.
En 2002, siendo fiscal general, Spitzer abrió diligencias contra Merrill Lynch por promocionar valores de cotización despreciable en los mercados de consumo con el fin de elevar la inversión de los corredores embolsándose beneficios. Sus esfuerzos condujeron a un acuerdo global de 1.400 millones entre las 10 empresas principales de Wall Street.
En 2003, su equipo descubrió que algunas mutuas dejaban que los clientes más representativos se lucraran del "cierre de sesión", lo que les permitía beneficiarse de precios más bajos tras cerrarse los mercados.
Fue profético con Wall Street, en otras palabras, mucho antes de la crisis financiera que nos afecta hoy a todos. No estoy defendiendo a Spitzer ni condonando su comportamiento, pero al igual que el resto de nosotros, no tiene una sola cara. Para aquellos a los que investigó o derribó, es mucho peor que la proverbial mosca pesada. Para el neoyorquino de a pie, que considera a Spitzer un paladín del pez pequeño, es un héroe.
En última instancia, decidió que su obvia inteligencia, percepción y colaboraciones potenciales superan a sus otras facetas. En lo que a mí respecta, teniendo en cuenta especialmente que ha abandonado la administración pública, los defectos que tumbaron a Spitzer le conciernen a él y a su familia. Por mi parte, creo en el perdón. Creo que la mayoría de estadounidenses creen.
Más a mi favor, entendí la oferta de CNN como oportunidad de debatir cosas que me preocupan. Después de veintitantos años y 2.000 columnas, me he dado cuenta de que hablo por muchos que no tienen voz. De vez en cuando, me las arreglo para decir algo sensato.
Desde que tomé esta decisión, he pasado más tiempo con Spitzer, su esposa Silda y el equipo de la CNN. He recorrido las calles de Nueva York con el ex gobernador y he visto a docenas sonreír, jalear y estrecharle la mano a su paso. Los rasgos personales que auparon a Spitzer a la administración siguen en su sitio y son evidentes.
Todavía tiene mucho que ofrecer. ¿A quién no le gustaría conocer sus ideas hoy sobre la legislación de reforma financiera? En su reciente columna en Slate "La catástrofe de los incentivos", Spitzer explica que tanto la crisis de Wall Street como la de BP fueron causadas por el mismo patrón anómalo: el riesgo se "incentivó" suponiendo que alguien más asumiría el error. En palabras de Spitzer, creamos un sistema de "riesgo socializado y beneficios privados". Hace una defensa convincente de la regulación y supervisión para crear un equilibrio más razonable entre riesgos y beneficios.
Esta aventura es experimental para los dos. La televisión en directo es implacable. No hay edición. Con la práctica, esperamos superar las dificultades inevitables. Voy a seguir escribiendo mis columnas en el ínterin.
Nuestra esperanza como co-presentadores es que podamos avanzar en el debate de los temas que nos preocupan a todos. Eliot Spitzer y yo venimos de mundos muy diferentes y, naturalmente, vamos a tener diferentes puntos de vista, aunque esperamos influir en los demás de vez en cuando.
Estamos convencidos de que las soluciones pragmáticas se pueden descubrir sin rencor y, de hecho, con humor. Sin duda vale la pena intentarlo.