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Sergio Brosa

La crisis es cosa de todos

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La creencia popular interesada por algunos manejadores de la opinión publicada hace hincapié en que la crisis la están pagando los que nada tuvieron que ver en ella.

Veamos, el desencadenante de la situación límite fue la explosión de las hipotecas subprime, aquellas hipotecas de crédito basura porque los hipotecados eran personas que accedían a la propiedad de una vivienda que estaba muy por encima de sus posibilidades. Pero disfrutaron de la vivienda –y muchos lo siguen haciendo aún sin pagar las cuotas desde hace tiempo– mientras duró la aventura de la bonanza económica inducida que no real hasta ese extremo. Así que durante una serie de años, mientras disfrutaban de la casa, pagaron lo que habían estipulado con los vendedores –gestores de hipotecas en EEUU– y al llegar la cuota final, extraordinariamente elevada según lo pactado, no le pudieron hacer frente ni fue ya posible, por la situación financiera e inmobiliaria, repartirla en mensualidades más pequeñas y acabaron por perder la vivienda familiar que durante años fue suya. ¿Debe un nefasto final hacer olvidar los años de goce y disfrute de una vivienda con la que no soñaron jamás antes? Fue bonito mientras duró.

Los créditos hipotecarios basura a los que nos hemos referido más arriba, fueron titularizados, lo que significa que fueron convertidos en títulos para la inversión. Tampoco de forma tan simple; las hipotecas se mezclaron con otros créditos dando origen a un “producto estructurado” en el que bancos de todo el mundo invirtieron su dinero y el de sus clientes.

En nuestro país, los años de bonanza anteriores a la crisis sirvieron para que los que tenían un puesto de trabajo consolidado, constituyeran una nueva clase media que disponía de vivienda propia, segunda vivienda, monovolumen o cuatro por cuatro o los dos.

Una nueva clase media que nada tenía que ver con la visión del trabajador tradicional del postfranquismo iba una semana al año de vacaciones al Caribe, al Machu-Pichu, a la China, a bucear en las Seychelles, a Kenia a montar en globo sobre la selva o a donde se le venía en gana y lo disfrutaba sobre todo si era quien más lejos viajaba de su entorno de trabajo.

Todos cuantos quisieron, de los del segmento contrato indefinido, compraron la casa de sus sueños mediante una hipoteca del 110 o el 120 por ciento de su valor de mercado que graciosamente su banco les ponía en bandeja, a unos tipos de interés entre el 3 y el 4,5% a 30 años. Lo que no sabemos es de lo que vivían entonces los bancos, como no fuera de los réditos de aquellas inversiones en productos estructurados.

Y mientras toda esa algarabía economía sucedía, los gobernantes, con su proverbial miopía, no fueron capaces de introducir entonces las reformas estructurales que el país precisa y lo hacen en cambio en tiempo de crisis, tarde y mal. Es un insulto a los trabajadores y la patronal, proponer esa reforma laboral con 5 millones de parados en España.

Durante los 15 últimos años, en los que se han vendido más viviendas, coches, viajes, ropa, complementos y jamón serrano que nunca, los contratos laborales seguían siendo los derivados de los sindicatos verticales del franquismo y del proteccionismo del Movimiento, con las indemnizaciones por años de servicio que los actuales sindicatos reivindican como si ellos lo hubieran inventado y el subsidio por desempleo, el estabilizador automático de la economía, seguían siendo un factor discordante en nuestra economía en relación con el sistema de contratación laboral de otros países de nuestro entorno.

Era en tiempos de bonanza cuando las autoridades económicas debieron potenciar nuevos enfoques a la producción y no hablar ahora de diseñar un nuevo sistema productivo del país. Eso ya lo intentaron en los países totalitarios y así les ha ido; las economías liberales han durado más y, por lo menos, han dado más albedrío a las personas.

Mientras duró el jolgorio económico, miles y miles de ciudadanos gozaron del cuerno de la abundancia. Ahora, cinco millones de parados lamentan aquellos años de lujuria económica y señalan a los políticos por haberlo consentido. Los bancos se hincharon de ganar dinero decían y luego hubo que ayudarles a que no se desmoronara la confianza en el sistema financiero que propició aquel sueño que ha acabado en una pesadilla y los clientes no perdieran su dinero.

Desde diciembre de 2006 hasta bien entrado el verano de 2007 y también posteriormente, este plumilla ha ido desgranando circunstancias económicas adversas que nos iban a avocar a donde lo han hecho. Desde la especulación del suelo y el precio de la vivienda, la ley de morosidad, el consumidor, el endeudamiento familiar, la burbuja inmobiliaria, las hipotecas subprime, etc., todo ello con antelación a la bancarrota de los grandes bancos de negocios americanos en el verano de 2007. Tan sólo hay que levantar la vista y mirar un poco más allá; es todo. Tres años después es más difícil rectificar habiendo perseverado tanto en el error.

La crisis es cosa de todos; dicho así en general, todos han gozado de la euforia económica y todos sufren ahora sus consecuencias en una crisis sin parangón.

Habremos de tomar en lo sucesivo buen ejemplo de la historia y buscar fórmulas prácticas para sacar a los políticos de las poltronas a las que la propia ciudadanía los ha aupado.

La crisis es cosa de todos

Sergio Brosa
Sergio Brosa
lunes, 28 de junio de 2010, 05:07 h (CET)
La creencia popular interesada por algunos manejadores de la opinión publicada hace hincapié en que la crisis la están pagando los que nada tuvieron que ver en ella.

Veamos, el desencadenante de la situación límite fue la explosión de las hipotecas subprime, aquellas hipotecas de crédito basura porque los hipotecados eran personas que accedían a la propiedad de una vivienda que estaba muy por encima de sus posibilidades. Pero disfrutaron de la vivienda –y muchos lo siguen haciendo aún sin pagar las cuotas desde hace tiempo– mientras duró la aventura de la bonanza económica inducida que no real hasta ese extremo. Así que durante una serie de años, mientras disfrutaban de la casa, pagaron lo que habían estipulado con los vendedores –gestores de hipotecas en EEUU– y al llegar la cuota final, extraordinariamente elevada según lo pactado, no le pudieron hacer frente ni fue ya posible, por la situación financiera e inmobiliaria, repartirla en mensualidades más pequeñas y acabaron por perder la vivienda familiar que durante años fue suya. ¿Debe un nefasto final hacer olvidar los años de goce y disfrute de una vivienda con la que no soñaron jamás antes? Fue bonito mientras duró.

Los créditos hipotecarios basura a los que nos hemos referido más arriba, fueron titularizados, lo que significa que fueron convertidos en títulos para la inversión. Tampoco de forma tan simple; las hipotecas se mezclaron con otros créditos dando origen a un “producto estructurado” en el que bancos de todo el mundo invirtieron su dinero y el de sus clientes.

En nuestro país, los años de bonanza anteriores a la crisis sirvieron para que los que tenían un puesto de trabajo consolidado, constituyeran una nueva clase media que disponía de vivienda propia, segunda vivienda, monovolumen o cuatro por cuatro o los dos.

Una nueva clase media que nada tenía que ver con la visión del trabajador tradicional del postfranquismo iba una semana al año de vacaciones al Caribe, al Machu-Pichu, a la China, a bucear en las Seychelles, a Kenia a montar en globo sobre la selva o a donde se le venía en gana y lo disfrutaba sobre todo si era quien más lejos viajaba de su entorno de trabajo.

Todos cuantos quisieron, de los del segmento contrato indefinido, compraron la casa de sus sueños mediante una hipoteca del 110 o el 120 por ciento de su valor de mercado que graciosamente su banco les ponía en bandeja, a unos tipos de interés entre el 3 y el 4,5% a 30 años. Lo que no sabemos es de lo que vivían entonces los bancos, como no fuera de los réditos de aquellas inversiones en productos estructurados.

Y mientras toda esa algarabía economía sucedía, los gobernantes, con su proverbial miopía, no fueron capaces de introducir entonces las reformas estructurales que el país precisa y lo hacen en cambio en tiempo de crisis, tarde y mal. Es un insulto a los trabajadores y la patronal, proponer esa reforma laboral con 5 millones de parados en España.

Durante los 15 últimos años, en los que se han vendido más viviendas, coches, viajes, ropa, complementos y jamón serrano que nunca, los contratos laborales seguían siendo los derivados de los sindicatos verticales del franquismo y del proteccionismo del Movimiento, con las indemnizaciones por años de servicio que los actuales sindicatos reivindican como si ellos lo hubieran inventado y el subsidio por desempleo, el estabilizador automático de la economía, seguían siendo un factor discordante en nuestra economía en relación con el sistema de contratación laboral de otros países de nuestro entorno.

Era en tiempos de bonanza cuando las autoridades económicas debieron potenciar nuevos enfoques a la producción y no hablar ahora de diseñar un nuevo sistema productivo del país. Eso ya lo intentaron en los países totalitarios y así les ha ido; las economías liberales han durado más y, por lo menos, han dado más albedrío a las personas.

Mientras duró el jolgorio económico, miles y miles de ciudadanos gozaron del cuerno de la abundancia. Ahora, cinco millones de parados lamentan aquellos años de lujuria económica y señalan a los políticos por haberlo consentido. Los bancos se hincharon de ganar dinero decían y luego hubo que ayudarles a que no se desmoronara la confianza en el sistema financiero que propició aquel sueño que ha acabado en una pesadilla y los clientes no perdieran su dinero.

Desde diciembre de 2006 hasta bien entrado el verano de 2007 y también posteriormente, este plumilla ha ido desgranando circunstancias económicas adversas que nos iban a avocar a donde lo han hecho. Desde la especulación del suelo y el precio de la vivienda, la ley de morosidad, el consumidor, el endeudamiento familiar, la burbuja inmobiliaria, las hipotecas subprime, etc., todo ello con antelación a la bancarrota de los grandes bancos de negocios americanos en el verano de 2007. Tan sólo hay que levantar la vista y mirar un poco más allá; es todo. Tres años después es más difícil rectificar habiendo perseverado tanto en el error.

La crisis es cosa de todos; dicho así en general, todos han gozado de la euforia económica y todos sufren ahora sus consecuencias en una crisis sin parangón.

Habremos de tomar en lo sucesivo buen ejemplo de la historia y buscar fórmulas prácticas para sacar a los políticos de las poltronas a las que la propia ciudadanía los ha aupado.

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Al fin, el sistema educativo (aunque fundamentalmente lo es, o habría de serlo, de enseñanza-aprendizaje) está dentro de una dinámica social y en su transcurrir diario forja futuros ciudadanos con base en unos valores imperantes de los que es complicado sustraerse. Desde el XIX hasta nuestros días dichos valores han estado muy influenciados por la evolución de la ética económico-laboral, a la que Jorge Dioni López se refería afinadamente en un artículo.

Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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