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David S. Broder

Obama en la cuerda floja

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WASHINGTON - Dos relevos en la administración Obama contribuyen a arrojar mucha luz sobre lo que es relevante - y lo que no - a la hora de determinar su sino político.

La destitución del General Stanley McChrystal y la dimisión del director de presupuestos Peter Orszag suponen las muestras de desgaste más significativas vistas en la cúpula de la administración desde que Barack Obama fue investido hace 17 meses.

Obviamente, no guardan gran parecido. McChrystal fue relevado después de haber sido llamado a capítulo desde Kabul y de una breve audiencia en la Casa Blanca porque su gabinete y él habían sido monumentalmente indiscretos al debatir en público, en presencia de un periodista, sus opiniones de los defectos del presidente y su equipo de seguridad nacional.

Por voz propia, Orszag anunciaba su marcha inminente como director de la Oficina de Gestión y Presupuestos de la Casa Blanca. No fue empujado; salió de él, en busca de jornadas más razonables y un mejor salario.

Cuando digo que estas partidas nos muestran lo que es realmente importante en los juicios a Obama que llegarán en breve - primero en las legislativas de noviembre y luego en 2012 - esto es lo que quiero decir:

Como previsión de cara a su campaña, Obama ha apostado casi todo en su reputación como jefe del ejecutivo a la marcha de la guerra en Afganistán. Llevó a cabo una larga y fuertemente publicitada revisión de la estrategia de guerra, que concluyó sumando 30.000 efectivos estadounidenses más a la lucha, fijó un plazo para iniciar la retirada que finaliza a mediados de 2011, y eligió a McChrystal como el mando militar encargado de cumplir la tarea.

Esa elección -- recomendada por el Secretario de la Defensa Robert Gates, la persona que relevó al predecesor de McChrystal -- sale ahora por la culata, pero el presidente insiste en que el cambio en la cadena de mando no apunta un cambio de estrategia. Su huella sigue indeleble en la guerra.

En lugar de él, el presidente ha vuelto a recurrir al General David Petraeus, el héroe del incremento en Irak del Presidente George W. Bush -- al que Obama se oponía -- y ha puesto en sus manos el caos de Afganistán.

En algún momento del futuro, un Irán nuclear puede plantear a Obama un desafío aún mayor. Pero por ahora, y probablemente en 2012, en cuestión de seguridad nacional va a ser evaluado en función de lo que suceda en Afganistán.

¿Por qué es la marcha de Orszag igualmente significativa? Porque él venía ocupando la encrucijada de tres motivos de inquietud nacional igual de importantes a su manera que Afganistán en su terreno: la sanidad, los presupuestos y la economía.

El director de la Oficina Presupuestaria proporcionaba un importante bagaje intelectual al enfoque de Obama de la legislación sanitaria. Él elaboró los presupuestos cada vez más presentes en el centro del debate entre Republicanos y Demócratas. Y ha venido siendo la voz de referencia en la política económica en general.

Esos temas pesan mucho en la agenda de las dos próximas elecciones. En todo ello, Obama está en la cuerda floja. Ha intentado pulir algunas de las facetas de la sanidad dosificando sus propuestas y evitando el enfoque frontal de la "opción pública" o la ampliación del programa Medicare. De igual forma, en los presupuestos y la economía, ha instado a aprobar medidas de estímulo pero también ha prometido contención en el gasto y una disciplina fiscal definitiva. También en Afganistán trata de estar en misa y repicando, enviando más efectivos al combate pero todavía fiel a su promesa de iniciar una retirada.

Cada una de estas legislaciones -- y los caballeros detrás de ellas -- es polémica. Y sobre todas ellas se cierne la cuestión del liderazgo de Obama. Como confirma la encuesta más reciente del Pew Research Center, ninguna de las medidas adoptadas por el presidente dentro o fuera del país ha pasado factura a su popularidad en conjunto -- que sigue rozando el 50%.

Lo que ha cambiado de forma dramática es la percepción de él como líder. El número de los que le describen como un líder fuerte ha descendido de forma acusada del 77% de febrero de 2009 al 53% de la última encuesta Pew -- debido en parte quizá a la inutilidad de la respuesta federal al desastre petrolero del Golfo de México.

Destituir a McChrystal fue una medida contundente, pero sólo va a beneficiar al Presidente si Petraeus obra el milagro. Toda una apuesta.

Obama en la cuerda floja

David S. Broder
David S. Broder
lunes, 28 de junio de 2010, 05:03 h (CET)
WASHINGTON - Dos relevos en la administración Obama contribuyen a arrojar mucha luz sobre lo que es relevante - y lo que no - a la hora de determinar su sino político.

La destitución del General Stanley McChrystal y la dimisión del director de presupuestos Peter Orszag suponen las muestras de desgaste más significativas vistas en la cúpula de la administración desde que Barack Obama fue investido hace 17 meses.

Obviamente, no guardan gran parecido. McChrystal fue relevado después de haber sido llamado a capítulo desde Kabul y de una breve audiencia en la Casa Blanca porque su gabinete y él habían sido monumentalmente indiscretos al debatir en público, en presencia de un periodista, sus opiniones de los defectos del presidente y su equipo de seguridad nacional.

Por voz propia, Orszag anunciaba su marcha inminente como director de la Oficina de Gestión y Presupuestos de la Casa Blanca. No fue empujado; salió de él, en busca de jornadas más razonables y un mejor salario.

Cuando digo que estas partidas nos muestran lo que es realmente importante en los juicios a Obama que llegarán en breve - primero en las legislativas de noviembre y luego en 2012 - esto es lo que quiero decir:

Como previsión de cara a su campaña, Obama ha apostado casi todo en su reputación como jefe del ejecutivo a la marcha de la guerra en Afganistán. Llevó a cabo una larga y fuertemente publicitada revisión de la estrategia de guerra, que concluyó sumando 30.000 efectivos estadounidenses más a la lucha, fijó un plazo para iniciar la retirada que finaliza a mediados de 2011, y eligió a McChrystal como el mando militar encargado de cumplir la tarea.

Esa elección -- recomendada por el Secretario de la Defensa Robert Gates, la persona que relevó al predecesor de McChrystal -- sale ahora por la culata, pero el presidente insiste en que el cambio en la cadena de mando no apunta un cambio de estrategia. Su huella sigue indeleble en la guerra.

En lugar de él, el presidente ha vuelto a recurrir al General David Petraeus, el héroe del incremento en Irak del Presidente George W. Bush -- al que Obama se oponía -- y ha puesto en sus manos el caos de Afganistán.

En algún momento del futuro, un Irán nuclear puede plantear a Obama un desafío aún mayor. Pero por ahora, y probablemente en 2012, en cuestión de seguridad nacional va a ser evaluado en función de lo que suceda en Afganistán.

¿Por qué es la marcha de Orszag igualmente significativa? Porque él venía ocupando la encrucijada de tres motivos de inquietud nacional igual de importantes a su manera que Afganistán en su terreno: la sanidad, los presupuestos y la economía.

El director de la Oficina Presupuestaria proporcionaba un importante bagaje intelectual al enfoque de Obama de la legislación sanitaria. Él elaboró los presupuestos cada vez más presentes en el centro del debate entre Republicanos y Demócratas. Y ha venido siendo la voz de referencia en la política económica en general.

Esos temas pesan mucho en la agenda de las dos próximas elecciones. En todo ello, Obama está en la cuerda floja. Ha intentado pulir algunas de las facetas de la sanidad dosificando sus propuestas y evitando el enfoque frontal de la "opción pública" o la ampliación del programa Medicare. De igual forma, en los presupuestos y la economía, ha instado a aprobar medidas de estímulo pero también ha prometido contención en el gasto y una disciplina fiscal definitiva. También en Afganistán trata de estar en misa y repicando, enviando más efectivos al combate pero todavía fiel a su promesa de iniciar una retirada.

Cada una de estas legislaciones -- y los caballeros detrás de ellas -- es polémica. Y sobre todas ellas se cierne la cuestión del liderazgo de Obama. Como confirma la encuesta más reciente del Pew Research Center, ninguna de las medidas adoptadas por el presidente dentro o fuera del país ha pasado factura a su popularidad en conjunto -- que sigue rozando el 50%.

Lo que ha cambiado de forma dramática es la percepción de él como líder. El número de los que le describen como un líder fuerte ha descendido de forma acusada del 77% de febrero de 2009 al 53% de la última encuesta Pew -- debido en parte quizá a la inutilidad de la respuesta federal al desastre petrolero del Golfo de México.

Destituir a McChrystal fue una medida contundente, pero sólo va a beneficiar al Presidente si Petraeus obra el milagro. Toda una apuesta.

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