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Kathleen Parker

Feliz día del donante

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Estamos en esa época del año en la que América rinde homenaje al donante que solíamos llamar "papá".

De acuerdo, muchos menores siguen teniendo un padre residente, pero millones no lo tienen. Algunos padres se han alienado al pasar por el divorcio. Los padres "de una noche" nunca fueron invitados a la fiesta de compromiso. Aun así hay otros que son anónimos en el sentido más estricto -- simples donantes de ADN que hicieron un depósito y se llevaron un cheque.

Los segundos son tema de un nuevo estudio -- "Mi Papá se Llama Donante" -- acerca de la descendencia de los donantes de esperma. Publicado por el Centro de Matrimonio y Familia, el informe es el primero de su clase desde que se pusiera de moda la inseminación artificial y la maternidad en soltería. Por fin tenemos los hijos de tales conciertos suficientes para plantear unos cuantos interrogantes y sacar algunas conclusiones puede que no bien acogidas.

Los investigadores reunieron una muestra representativa de 485 adultos, de edades comprendidas entre los 18 y los 45 años, cuyas madres les concibieron con esperma de donante. Compararon sus posturas y percepción con las de un grupo de 562 adultos jóvenes adoptados cuando eran niños y 563 adultos criados por sus padres biológicos.

Por un porcentaje considerable, los hijos de donantes de esperma sufren más depresiones, cometen más actos delictivos y consumen más sustancias ilegales que los niños adoptados u educados en un hogar con sus dos padres biológicos. Casi las dos terceras partes convino en que "Mi donante de esperma es la mitad de quien soy". A la mitad le preocupaba que el dinero tuviera algo que ver en su concepción.

La única sorpresa de estas conclusiones es que nosotros nunca planteamos: ¿Como podría ser de otra forma? ¿Y cómo pudimos llegar a convencernos de que los padres no son esenciales?
Traté de responder a esas preguntas en mi libro "Salvemos a los varones" hace unos cuantos años y, en la práctica, entrevisté a Karen Clark, una co-autora de este estudio (con Norval D. Glenn y Elizabeth Marquardt). Clark descubrió a los 18 años, cuando falleció su padre no biológico, que había sido concebida mediante donación. No fue hasta que tuvo hijos propios que empezó a investigar la identidad de su padre biológico y posteriormente se convirtió en defensora de la descendencia de los donantes.

Uno de los sujetos de las entrevistas más apasionados era un estudiante británico de doctorado, Tom Ellis, que a los 21 años supo que su hermano y él habían sido concebidos mediante donación. Aunque fue educado por dos padres cariñosos, Ellis quedó devastado y se embarcó en una cruzada en busca de su identidad.

"Es absolutamente imprescindible que descubra quién es (para) tener una existencia normal como ser humano", me decía. "No es negociable en ningún sentido".

Como indica este reciente estudio, no todos los niños sufren a consecuencia de ser la descendencia de una donación. Pero sufren los suficientes como para que debamos reconsiderar seriamente la noción, popularmente suscrita hoy, de que los menores pueden adaptarse a cualquier configuración familiar.

La tónica social ya es lo bastante rica en mitos y fantasías que apoyan esta postura esencialmente pro feminista anti-varón. Tres comedias este año -- "El cambiazo", "Los niños están bien" y "El Plan B" -- respaldan la opinión de que los chavales crecen con normalidad.

Solo que no todos.
No es necesario culpar a las madres de su decisión de quedarse embarazadas a través de una donación de esperma para preguntarnos si no habremos cometido algún error en nuestras suposiciones. Naturalmente tenemos debilidad por la mujer que, habiendo cumplido los 40 y buscado a Don Perfecto con desesperación, recurre a un banco de esperma como último recurso. Renunciar a la maternidad es un elevado precio a pagar por una sincronización desafortunada.
Pero si una mujer tiene derecho o no a buscar su realización puede no ser la cuestión más relevante. Más importante es si los chavales tienen derecho a tener dos padres -- una madre y un padre.

De nuevo, la tónica social es enemiga del cuidado necesario. Abandonamos hace mucho la idea de que el matrimonio debe ser condición para el embarazo o que la maternidad en soltería no tiene nada de virtuosa. Los sociólogos, mientras tanto, han dedicado considerables energías a demostrar que los padres no hacen falta, a pesar de las voluminosas investigaciones que demuestran que los hijos sin padres desarrollan un amplio abanico de dolencias. Aunque algunos chavales crecen fabulosamente bien con sólo una madre o un padre o alguna variación, las pruebas aplastantes confirman lo que sabemos por intuición.

Los padres son algo estupendo de tener cerca.

Las voces adultas de los hijos de los donantes son un contrapeso bien recibido a un abanico de fuerzas culturales que pretenden marginar aún más a los padres. Como poco, como pide a gritos este estudio, es hora de celebrar un debate serio acerca de la ética, el significado y la práctica de la concepción por donación.

La paternidad es algo más que una gota de ADN.

Feliz día del donante

Kathleen Parker
Kathleen Parker
martes, 22 de junio de 2010, 03:06 h (CET)
Estamos en esa época del año en la que América rinde homenaje al donante que solíamos llamar "papá".

De acuerdo, muchos menores siguen teniendo un padre residente, pero millones no lo tienen. Algunos padres se han alienado al pasar por el divorcio. Los padres "de una noche" nunca fueron invitados a la fiesta de compromiso. Aun así hay otros que son anónimos en el sentido más estricto -- simples donantes de ADN que hicieron un depósito y se llevaron un cheque.

Los segundos son tema de un nuevo estudio -- "Mi Papá se Llama Donante" -- acerca de la descendencia de los donantes de esperma. Publicado por el Centro de Matrimonio y Familia, el informe es el primero de su clase desde que se pusiera de moda la inseminación artificial y la maternidad en soltería. Por fin tenemos los hijos de tales conciertos suficientes para plantear unos cuantos interrogantes y sacar algunas conclusiones puede que no bien acogidas.

Los investigadores reunieron una muestra representativa de 485 adultos, de edades comprendidas entre los 18 y los 45 años, cuyas madres les concibieron con esperma de donante. Compararon sus posturas y percepción con las de un grupo de 562 adultos jóvenes adoptados cuando eran niños y 563 adultos criados por sus padres biológicos.

Por un porcentaje considerable, los hijos de donantes de esperma sufren más depresiones, cometen más actos delictivos y consumen más sustancias ilegales que los niños adoptados u educados en un hogar con sus dos padres biológicos. Casi las dos terceras partes convino en que "Mi donante de esperma es la mitad de quien soy". A la mitad le preocupaba que el dinero tuviera algo que ver en su concepción.

La única sorpresa de estas conclusiones es que nosotros nunca planteamos: ¿Como podría ser de otra forma? ¿Y cómo pudimos llegar a convencernos de que los padres no son esenciales?
Traté de responder a esas preguntas en mi libro "Salvemos a los varones" hace unos cuantos años y, en la práctica, entrevisté a Karen Clark, una co-autora de este estudio (con Norval D. Glenn y Elizabeth Marquardt). Clark descubrió a los 18 años, cuando falleció su padre no biológico, que había sido concebida mediante donación. No fue hasta que tuvo hijos propios que empezó a investigar la identidad de su padre biológico y posteriormente se convirtió en defensora de la descendencia de los donantes.

Uno de los sujetos de las entrevistas más apasionados era un estudiante británico de doctorado, Tom Ellis, que a los 21 años supo que su hermano y él habían sido concebidos mediante donación. Aunque fue educado por dos padres cariñosos, Ellis quedó devastado y se embarcó en una cruzada en busca de su identidad.

"Es absolutamente imprescindible que descubra quién es (para) tener una existencia normal como ser humano", me decía. "No es negociable en ningún sentido".

Como indica este reciente estudio, no todos los niños sufren a consecuencia de ser la descendencia de una donación. Pero sufren los suficientes como para que debamos reconsiderar seriamente la noción, popularmente suscrita hoy, de que los menores pueden adaptarse a cualquier configuración familiar.

La tónica social ya es lo bastante rica en mitos y fantasías que apoyan esta postura esencialmente pro feminista anti-varón. Tres comedias este año -- "El cambiazo", "Los niños están bien" y "El Plan B" -- respaldan la opinión de que los chavales crecen con normalidad.

Solo que no todos.
No es necesario culpar a las madres de su decisión de quedarse embarazadas a través de una donación de esperma para preguntarnos si no habremos cometido algún error en nuestras suposiciones. Naturalmente tenemos debilidad por la mujer que, habiendo cumplido los 40 y buscado a Don Perfecto con desesperación, recurre a un banco de esperma como último recurso. Renunciar a la maternidad es un elevado precio a pagar por una sincronización desafortunada.
Pero si una mujer tiene derecho o no a buscar su realización puede no ser la cuestión más relevante. Más importante es si los chavales tienen derecho a tener dos padres -- una madre y un padre.

De nuevo, la tónica social es enemiga del cuidado necesario. Abandonamos hace mucho la idea de que el matrimonio debe ser condición para el embarazo o que la maternidad en soltería no tiene nada de virtuosa. Los sociólogos, mientras tanto, han dedicado considerables energías a demostrar que los padres no hacen falta, a pesar de las voluminosas investigaciones que demuestran que los hijos sin padres desarrollan un amplio abanico de dolencias. Aunque algunos chavales crecen fabulosamente bien con sólo una madre o un padre o alguna variación, las pruebas aplastantes confirman lo que sabemos por intuición.

Los padres son algo estupendo de tener cerca.

Las voces adultas de los hijos de los donantes son un contrapeso bien recibido a un abanico de fuerzas culturales que pretenden marginar aún más a los padres. Como poco, como pide a gritos este estudio, es hora de celebrar un debate serio acerca de la ética, el significado y la práctica de la concepción por donación.

La paternidad es algo más que una gota de ADN.

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