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David S. Broder

Salvación a través del deporte

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WASHINGTON -- Una fascinante prueba del poder curativo del deporte viene mostrándose esta semana en ambas orillas del Atlántico, mientras Washington y Johannesburgo ven a los aletas disipar la penumbra que rodea a sus dirigentes políticos.

La noche del martes, esta capital se tomaba un afortunado respiro de la marea negra, las primarias del Congreso y los incesantes debates del Capitolio, y acudía en masa a ver el debut en la liga de Stephen Strasburg, el novato lanzador tan promocionado de los Washington Nationals.

El jugador diestro de 21 años, el primer seleccionado de la cantera el año pasado, jugaba contra los Pittsburgh Pirates ante una multitud de más de 40.000 personas, dos veces el tamaño de la media pre-Strasburg.

Gran parte del discurso de investidura de Obama en el año 2009 desató las esperanzas de que se abriera una nueva era, mientras los sufridos hinchas soñaban con que con Strasburg bateando y terminando como favorito del año, y el púgil universitario Bryce Harper de camino, los Nationals estaban destinados a hacer grandes cosas.

Strasburg cumplió sobradamente esas expectativas, marcando un récord de 14 tantos y cediendo sólo cuatro tiros y ningún corte de sus siete entradas, camino de una victoria 5-2. Desde mi asiento en la séptima fila detrás de la base, viéndolo lanzar bolas rápidas y curvas cerradas sin precedentes sobre las esquinas, era posible creer que los Nationals iban a ganar cada vez que salía a jugar.

La anticipación que rodeaba a Strasburg era pequeña en comparación con la emoción que llenaba Johannesburgo en el partido de inauguración del viernes del Mundial de fútbol entre México y Sudáfrica. El acontecimiento cuatrienal, que regularmente atrae las audiencias más grandes en todo el mundo, se juega por primera vez en el continente africano.

Washington necesita desesperadamente el empujón prometido por la llegada de Strasburg. El Washington Post de esa mañana informaba que su último sondeo electoral ha arrojado los peores datos de confianza en los legisladores del Congreso, con apenas el 29% de los encuestados diciendo estar inclinados a votar a su representante.

Pero al margen de lo amargo de la tónica en esta capital, nuestros problemas se desvanecen en la insignificancia en comparación con las dificultades de Sudáfrica. Aquellos a los que el final optimista de la película "Invictus" les encantó, celebrando el triunfo de Nelson Mandela y el equipo nacional de rugby, se enfrentan a una importante decepción si cogen el informe especial de 16 páginas sobre Sudáfrica contenido en el último número de la revista The Economist.

Los periodistas visitantes encontraron cinco portavoces diferentes para consolidar la conclusión semi-optimista de que "los fundamentos están ahí" para Sudáfrica y "nuestro futuro está en nuestras propias manos".

Pero las páginas anteriores detallan un amplio abanico de desafíos que hacen del próximo período de la historia de Sudáfrica un desafío idéntico a su anterior huida del apartheid y sus 16 años de gobierno democrático inestable. Aún lastrado por un gobierno monopartidista bajo el Congreso Nacional Africano, y con profundas divisiones raciales heredadas de los días del gobierno blanco minoritario, el país lucha por convertir su riqueza mineral en los ingredientes de una economía avanzada.

El paro se sitúa oficialmente en el 25%, y el ritmo de crecimiento actual es inadecuado para reducirlo mucho. A pesar de un ampliado programa social, las desigualdades económicas son graves. A la mayoría de los blancos les va bien, pero sólo unos cuantos de la mayoría negra han llegado a la clase media.

Cuatro grandes barreras se interponen al progreso.

La corrupción lo impregna todo, a niveles locales y nacionales por igual, y el gobierno está tan rodeado por los rumores que parece incapaz de combatirla.

La delincuencia es una amenaza cotidiana para negros y blancos por igual, y se alimenta por unas cifras de paro sobrecogedoramente elevadas entre los jóvenes. Un magistrado de Durbán que condenó a tres jóvenes por matar a una profesora arrojándola desde un puente, comentaba, "Nos asusta hasta el punto de no ser libres".

Un funcionario del Banco Sudafricano de Desarrollo llama al sistema de educación "un desastre nacional", con resultados a la cola de todos los países en las escalas internacionales. La decepcionante debilidad se extiende hasta el nivel universitario, haciendo temblar a la economía por la falta de formación.

Finalmente, uno de cada ocho sudafricanos está infectado por el VIH y alrededor de 350.000 al año se suman a los 3 millones que se cree han fallecido a consecuencia de la enfermedad.

A veces hace falta más que valor para mirar más allá de todo eso y celebrar las alegrías de las competiciones deportivas internacionales. Pero Washington, como es su costumbre, intenta hacer más de lo mismo.

Salvación a través del deporte

David S. Broder
David S. Broder
lunes, 14 de junio de 2010, 01:28 h (CET)
WASHINGTON -- Una fascinante prueba del poder curativo del deporte viene mostrándose esta semana en ambas orillas del Atlántico, mientras Washington y Johannesburgo ven a los aletas disipar la penumbra que rodea a sus dirigentes políticos.

La noche del martes, esta capital se tomaba un afortunado respiro de la marea negra, las primarias del Congreso y los incesantes debates del Capitolio, y acudía en masa a ver el debut en la liga de Stephen Strasburg, el novato lanzador tan promocionado de los Washington Nationals.

El jugador diestro de 21 años, el primer seleccionado de la cantera el año pasado, jugaba contra los Pittsburgh Pirates ante una multitud de más de 40.000 personas, dos veces el tamaño de la media pre-Strasburg.

Gran parte del discurso de investidura de Obama en el año 2009 desató las esperanzas de que se abriera una nueva era, mientras los sufridos hinchas soñaban con que con Strasburg bateando y terminando como favorito del año, y el púgil universitario Bryce Harper de camino, los Nationals estaban destinados a hacer grandes cosas.

Strasburg cumplió sobradamente esas expectativas, marcando un récord de 14 tantos y cediendo sólo cuatro tiros y ningún corte de sus siete entradas, camino de una victoria 5-2. Desde mi asiento en la séptima fila detrás de la base, viéndolo lanzar bolas rápidas y curvas cerradas sin precedentes sobre las esquinas, era posible creer que los Nationals iban a ganar cada vez que salía a jugar.

La anticipación que rodeaba a Strasburg era pequeña en comparación con la emoción que llenaba Johannesburgo en el partido de inauguración del viernes del Mundial de fútbol entre México y Sudáfrica. El acontecimiento cuatrienal, que regularmente atrae las audiencias más grandes en todo el mundo, se juega por primera vez en el continente africano.

Washington necesita desesperadamente el empujón prometido por la llegada de Strasburg. El Washington Post de esa mañana informaba que su último sondeo electoral ha arrojado los peores datos de confianza en los legisladores del Congreso, con apenas el 29% de los encuestados diciendo estar inclinados a votar a su representante.

Pero al margen de lo amargo de la tónica en esta capital, nuestros problemas se desvanecen en la insignificancia en comparación con las dificultades de Sudáfrica. Aquellos a los que el final optimista de la película "Invictus" les encantó, celebrando el triunfo de Nelson Mandela y el equipo nacional de rugby, se enfrentan a una importante decepción si cogen el informe especial de 16 páginas sobre Sudáfrica contenido en el último número de la revista The Economist.

Los periodistas visitantes encontraron cinco portavoces diferentes para consolidar la conclusión semi-optimista de que "los fundamentos están ahí" para Sudáfrica y "nuestro futuro está en nuestras propias manos".

Pero las páginas anteriores detallan un amplio abanico de desafíos que hacen del próximo período de la historia de Sudáfrica un desafío idéntico a su anterior huida del apartheid y sus 16 años de gobierno democrático inestable. Aún lastrado por un gobierno monopartidista bajo el Congreso Nacional Africano, y con profundas divisiones raciales heredadas de los días del gobierno blanco minoritario, el país lucha por convertir su riqueza mineral en los ingredientes de una economía avanzada.

El paro se sitúa oficialmente en el 25%, y el ritmo de crecimiento actual es inadecuado para reducirlo mucho. A pesar de un ampliado programa social, las desigualdades económicas son graves. A la mayoría de los blancos les va bien, pero sólo unos cuantos de la mayoría negra han llegado a la clase media.

Cuatro grandes barreras se interponen al progreso.

La corrupción lo impregna todo, a niveles locales y nacionales por igual, y el gobierno está tan rodeado por los rumores que parece incapaz de combatirla.

La delincuencia es una amenaza cotidiana para negros y blancos por igual, y se alimenta por unas cifras de paro sobrecogedoramente elevadas entre los jóvenes. Un magistrado de Durbán que condenó a tres jóvenes por matar a una profesora arrojándola desde un puente, comentaba, "Nos asusta hasta el punto de no ser libres".

Un funcionario del Banco Sudafricano de Desarrollo llama al sistema de educación "un desastre nacional", con resultados a la cola de todos los países en las escalas internacionales. La decepcionante debilidad se extiende hasta el nivel universitario, haciendo temblar a la economía por la falta de formación.

Finalmente, uno de cada ocho sudafricanos está infectado por el VIH y alrededor de 350.000 al año se suman a los 3 millones que se cree han fallecido a consecuencia de la enfermedad.

A veces hace falta más que valor para mirar más allá de todo eso y celebrar las alegrías de las competiciones deportivas internacionales. Pero Washington, como es su costumbre, intenta hacer más de lo mismo.

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