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David S. Broder

Una promesa que Obama tiene que cumplir

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WASHINGTON -- Mientras la nación sigue preocupada por el drama del vertido petrolero del Golfo, que consume una cantidad extraordinaria de cobertura y atención en los medios de comunicación, se está desarrollando con mucha menos publicidad una lucha de potencialmente mayor calado para la mayoría de las familias estadounidenses.

Me estoy refiriendo a las situaciones que se están produciendo en la mayoría de las legislaturas de todo el país a medida que se cortan los últimos flecos de los presupuestos estatales, y se decide el destino de miles de alumnos y profesores literalmente.

Como he observado aquí en más de una ocasión, los debates en torno a los impuestos y el endeudamiento que se han vuelto más estridentes y más centrados en Washington no son nada comparado con el caos fiscal en capitales de Sacramento a Boston. Las economías de los estados apenas han empezado a recuperarse de las consecuencias de la Gran Recesión. Y puesto que los impuestos se recaudan en su mayoría con carácter retroactivo, después de ingresarse y gastarse las nóminas, estará bien entrado el año 2011 o más probablemente 2012 antes de que los presupuestos locales y estatales puedan restaurarse a sus niveles pre-recesión -- cuando haya más gente trabajando.

Mientras tanto, un estado tras otro se enfrenta al dilema planteado por sus centros escolares, el mayor factor con diferencia en la mayoría de sus presupuestos.

Se les concedió una amnistía de un año cuando el Presidente Obama destinó un importante porcentaje del paquete de rescate fiscal de 787.000 millones de dólares del ejercicio 2009 a aplazar recortes que de lo contrario habrían tenido lugar en los presupuestos escolares este curso.

Eso salvó alrededor de 300.000 plazas docentes o más. Pero actualmente no se prevé una segunda partida de Washington destinada a otra misión de rescate. Los Demócratas de izquierdas, encabezados por la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi, están intentando componer un paquete así, pero se han encontrado con la oposición no sólo de los Republicanos sino de los Demócratas conservadores y de los moderados, muy conscientes de que los electores están cada vez más preocupados por los déficit y la deuda en la que está incurriendo esta nación.

De todos los dilemas a los que se enfrenta Obama, éste podría ser el más cruel. Los argumentos de cada una de las partes -- en favor de evitar despidos de profesores y evitar una deuda aún más ruinosa -- son totalmente convincentes. Pero son diametralmente opuestos.

En un mundo ideal, el presidente y su partido responderían aprobando una resolución presupuestaria que proporcionaría un paquete inmediato de rescate a los estados que se comprometieran a realizar ajustes fiscales y económicos a un plazo mayor, que garantizaran a los mercados de deuda y las esferas financieras que, llegada la recuperación, los déficit empezarán a menguar pronto.

Pero a medida que dialogaban entre ellos antes del receso del Día de los Caídos, los Demócratas fueron incapaces de reunir la voluntad, o el valor, hasta de intentar aprobar una resolución presupuestaria. En lugar de eso, prefieren dejar las grandes renuncias en manos de la comisión de reducción del déficit que ha constituido Obama, que no dará parte de sus recomendaciones hasta después de las elecciones.

La ironía de las ironías es que mientras estos miles de profesores se quedan al pairo, los estados, en un infrecuente acto de valor, se han puesto de acuerdo para endurecer sus exigencias académicas en inglés y matemáticas -- el paso más esperanzador en la reforma de la educación en muchos años.

El movimiento bipartidista, alentado por la administración pero no ha encabezado ni obligado por ella, ha logrado el respaldo voluntario de la gran mayoría de los estados. Esa es una declaración de intenciones contundente procedente de la América civil acerca de la disposición a mejorar la educación de nuestros hijos para poder estar a la altura de la competencia internacional.

Pero no podemos comprometernos a elevar los estándares por una parte, y hacer lo contrario y enviar cartas de despido a miles de profesores por la otra. Eso sería igual de inconsciente que prometer limpiar Afganistán de talibanes al tiempo que simultáneamente se retira el incremento de tropas de la OTAN.

A medida que se agotan los días previos a las elecciones legislativas, el inevitable examen desglosado del programa Obama se sucederá a un ritmo más rápido. Él no va a ser capaz de satisfacer todas las exigencias que le llueven. Pero cuando mire a sus hijas pequeñas, debería quedarle claro que salvar los centros escolares es una promesa que tiene que cumplir.

Una promesa que Obama tiene que cumplir

David S. Broder
David S. Broder
viernes, 11 de junio de 2010, 05:03 h (CET)
WASHINGTON -- Mientras la nación sigue preocupada por el drama del vertido petrolero del Golfo, que consume una cantidad extraordinaria de cobertura y atención en los medios de comunicación, se está desarrollando con mucha menos publicidad una lucha de potencialmente mayor calado para la mayoría de las familias estadounidenses.

Me estoy refiriendo a las situaciones que se están produciendo en la mayoría de las legislaturas de todo el país a medida que se cortan los últimos flecos de los presupuestos estatales, y se decide el destino de miles de alumnos y profesores literalmente.

Como he observado aquí en más de una ocasión, los debates en torno a los impuestos y el endeudamiento que se han vuelto más estridentes y más centrados en Washington no son nada comparado con el caos fiscal en capitales de Sacramento a Boston. Las economías de los estados apenas han empezado a recuperarse de las consecuencias de la Gran Recesión. Y puesto que los impuestos se recaudan en su mayoría con carácter retroactivo, después de ingresarse y gastarse las nóminas, estará bien entrado el año 2011 o más probablemente 2012 antes de que los presupuestos locales y estatales puedan restaurarse a sus niveles pre-recesión -- cuando haya más gente trabajando.

Mientras tanto, un estado tras otro se enfrenta al dilema planteado por sus centros escolares, el mayor factor con diferencia en la mayoría de sus presupuestos.

Se les concedió una amnistía de un año cuando el Presidente Obama destinó un importante porcentaje del paquete de rescate fiscal de 787.000 millones de dólares del ejercicio 2009 a aplazar recortes que de lo contrario habrían tenido lugar en los presupuestos escolares este curso.

Eso salvó alrededor de 300.000 plazas docentes o más. Pero actualmente no se prevé una segunda partida de Washington destinada a otra misión de rescate. Los Demócratas de izquierdas, encabezados por la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi, están intentando componer un paquete así, pero se han encontrado con la oposición no sólo de los Republicanos sino de los Demócratas conservadores y de los moderados, muy conscientes de que los electores están cada vez más preocupados por los déficit y la deuda en la que está incurriendo esta nación.

De todos los dilemas a los que se enfrenta Obama, éste podría ser el más cruel. Los argumentos de cada una de las partes -- en favor de evitar despidos de profesores y evitar una deuda aún más ruinosa -- son totalmente convincentes. Pero son diametralmente opuestos.

En un mundo ideal, el presidente y su partido responderían aprobando una resolución presupuestaria que proporcionaría un paquete inmediato de rescate a los estados que se comprometieran a realizar ajustes fiscales y económicos a un plazo mayor, que garantizaran a los mercados de deuda y las esferas financieras que, llegada la recuperación, los déficit empezarán a menguar pronto.

Pero a medida que dialogaban entre ellos antes del receso del Día de los Caídos, los Demócratas fueron incapaces de reunir la voluntad, o el valor, hasta de intentar aprobar una resolución presupuestaria. En lugar de eso, prefieren dejar las grandes renuncias en manos de la comisión de reducción del déficit que ha constituido Obama, que no dará parte de sus recomendaciones hasta después de las elecciones.

La ironía de las ironías es que mientras estos miles de profesores se quedan al pairo, los estados, en un infrecuente acto de valor, se han puesto de acuerdo para endurecer sus exigencias académicas en inglés y matemáticas -- el paso más esperanzador en la reforma de la educación en muchos años.

El movimiento bipartidista, alentado por la administración pero no ha encabezado ni obligado por ella, ha logrado el respaldo voluntario de la gran mayoría de los estados. Esa es una declaración de intenciones contundente procedente de la América civil acerca de la disposición a mejorar la educación de nuestros hijos para poder estar a la altura de la competencia internacional.

Pero no podemos comprometernos a elevar los estándares por una parte, y hacer lo contrario y enviar cartas de despido a miles de profesores por la otra. Eso sería igual de inconsciente que prometer limpiar Afganistán de talibanes al tiempo que simultáneamente se retira el incremento de tropas de la OTAN.

A medida que se agotan los días previos a las elecciones legislativas, el inevitable examen desglosado del programa Obama se sucederá a un ritmo más rápido. Él no va a ser capaz de satisfacer todas las exigencias que le llueven. Pero cuando mire a sus hijas pequeñas, debería quedarle claro que salvar los centros escolares es una promesa que tiene que cumplir.

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