WASHINGTON -- "Estamos en lo peor", exclamaba un amigo Demócrata telefónicamente el martes, el primer día laborable tras el puente del Día de los Caídos. Sabía a qué se refería sin preguntarle -- la fuga de petróleo en el Golfo de México que domina la cobertura televisiva y entra en su segundo mes sin solución rápida a la vista.
No, le dije. Aún no es lo peor.
No han montado un programa popular de televisión nuevo entorno a ello -- aún. Nadie se ha abierto un nuevo espacio mediático gracias a ello. No recibe un nombre que haya pasado a formar parte de la cultura popular.
Me estaba acordando de cuando otro presidente Demócrata, Jimmy Carter, se encontraba acorralado en una tesitura sin solución aparente. Militantes iraníes irrumpían en la embajada estadounidense de Teherán en 1979 y secuestraban a 52 funcionarios y empleados durante 444 días, mientras Estados Unidos era incapaz de liberarlos.
Muchos de nosotros nos acordamos de ese suceso a través del nombre que se le adjudicó informalmente: "América secuestrada". Ese era el faldón de ABC News en su avance informativo de media hora de duración que se emitía cada noche, con Ted Koppel como presentador. El programa se convertiría más tarde en el longevo programa "Nightline".
Entonces es cuando sabes que te tienen bien cogido, que tu dilema se ha convertido en el sustento de otros.
Tan siniestro como pueda parecer el torrente de petróleo y gas fugados a través de la cámara submarina del Golfo, Barack Obama aún no se ha convertido en la clase de blanco de los informativos de la noche en que se convirtió Jimmy Carter. Los iraníes eran más inteligentes, o diabólicos, a la hora de explotar a sus rehenes que los comedidos ejecutivos de BP o sus ecologistas enemigos en esta situación.
Obama sigue apareciendo en escenarios nuevos, sonando como si estuviera al mando, y se ha negado a encerrarse en la Casa Blanca como hizo Carter a consecuencia de la crisis de los rehenes. Su almirante guardacostas de aspecto honesto no ha cedido a la presión y los ejecutivos de BP que hemos visto en la televisión se niegan a interpretar el papel de capitalistas de viñeta, trasladando en su lugar la sensación de que lamentan el accidente.
Como resultado, esta odisea, tan dolorosa como pueda ser, no se ha convertido aún en la demostración simple de la monumental inutilidad e incompetencia en que la crisis de los rehenes se convirtió para Carter, que dejó que su frustración personal se convirtiera en la humillación de la nación. Cuando por fin montamos un operativo de rescate, y los helicópteros se estrellaron entre sí en el desierto antes de llegar hasta los rehenes, fue la prueba definitiva de que estaba gafado en cualquier cosa que intentara.
Eso fue lo peor de verdad. Hoy no hemos llegado a eso -- aún.
Pero hemos visto esta película antes, y políticamente conocemos el final. Alguien más aparece y dice poder solucionar esto. O ponerle fin. O enderezarlo.
Ese es el motivo de que los Demócratas tengan razones para estar muy nerviosos mientras este accidente del Golfo entra en su segundo mes. Hemos soportado toda la explicación técnica de los rigores de la prospección en aguas profundas que podemos soportar.
Las ilustraciones mostrando haber descubierto dónde estaban los rehenes no hicieron a Carter ningún bien cuando los votantes estaban deseosos de ver a los secuestrados abrazados a sus familias.
Nada va a serle de ayuda a Obama a menos que y hasta que los ingenieros propongan un método para cortar este flujo de contaminación. Claramente él no pudo evitarlo, y fue lento a la hora de señalar su gravedad. Pero ahora es de su competencia y hasta que haya terminado, el caballero que aspiraba a ser el próximo John Kennedy o tal vez Franklin Roosevelt tendrá que esperar no terminar como Jimmy Carter.