Ella estaba abierta. Y me decía ven con la mirada. Ella estaba abierta y, mientras me sonreía,
meneaba sus miembros al compás del viento. Su cuerpo era generoso... Sus barrancos profundos y misteriosos. Ella estaba abierta y me enseñaba sus intimidades con fruición. Yo la miraba con deseo. Ella me decía:"No te lo pienses más y ven, ¡tonto!".
Yo le decía:"Pero,
si no nos conocemos". No te preocupes por esa tontería, me manifestaba. Tiernamente fui trepando por una de sus piernas. Ella temblaba. Estaba húmeda. Mi corazón corría. Mientras mi cabeza repetía:"Despacio". Bajé a su herida y escalé a sus entrañas, lentamente.
Despacio nos abrazamos. Ella me sonreía en tanto los dos disfrutábamos. Seguí subiendo, y en el camino, me cogió la mano. Me la llevó donde quiso. Yo le dejé hacer. Nos dijimos cosas que aquí no se pueden repetir, porque son demasiado privadas...
Llegué a
su collado y volví a bajar a otro de sus múltiples cañones, despacio. Repasé sus aberturas con delicadeza. Sus salientes con suavidad, a veces, otras, con fuerza. Llegué, llegamos a final y toqué la campana. Nevó. Una cascada caía sobre nosotros movida por
el viento. En su cueva comimos y celebramos con vino la subida a la ermita de San Martín de la Val d'Onsera (Huesca). Hasta otro día −le dije−. Hasta cuando quieras −me contestó ella.