Quizás alguien debiera hacerle saber al gobierno israelita que el ser una democracia y nación-matona no implica condiciones mutuamente exclusivas. Una vez mas, como tantas otras antes, Israel otorga merito a su preferencia política para el pueblo judío – la única democracia en esa región – haciendo de tal algo con valor redentor al tratamiento hacia los palestinos, o su continua conducta engañosa en buscar la paz – esta vez con su repudio de la conferencia NPT (Tratado de No Proliferación Nuclear) para el 2012 que enfocaría hacer del Medio Oriente zona libre de armas de destrucción masiva.
Tras 15 años de patrocinar la prohibición de armas nucleares en el Medio Oriente por los países árabes, por fin se logró el consentimiento y apoyo de EEUU y las otras potencias nucleares... o por lo menos eso se creyó. Pero al parecer el gobierno de Obama se precipitó en tal consentimiento al no tener el visto bueno, el imprimátur, de Israel. Y, como de costumbre cuando esto ocurre, una avergonzada Norteamérica tiene que dar marcha atrás – no parece que aprendemos – por medio de nuestros altos oficiales, esta vez encabezados por el general James Jones, Jefe Consejero de la Seguridad Nacional.
Este martes, 1ro de junio, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, en su segunda visita a la Casa Blanca en nueve semanas, no cabe duda recordará a su anfitrión, Barack Obama – y posiblemente a su lugarteniente, Rahm Emanuel – que en materia que concierne a Israel, el guión se escribe en la Tierra Santa y no Washington.
Entretanto aquí tenemos a nuestro desventurado presidente en sus múltiples y atareadas decisiones de una crisis a otra, comenzando por una economía en marcha hacia profundidades devastadoras – no importa las inyecciones de confianza que el gobierno de a su ignorante pueblo – y continuando con el irreversible desastre ambiental que finalmente enseñará al país la realidad de que las apuestas del capitalismo siempre terminan siendo pagadas por el pueblo. Enfrentémonos a esa realidad: el culpable de lo que está ocurriendo en el Golfo de México tiene poco que ver con esa malevolencia corporativa que damos a BP, y si con el capitalismo rapaz defendido y envalentonado por gobiernos que ni son de, por, o para el pueblo: un corporativismo conjunto que en esencia termina siendo fascismo.
Los norteamericanos, fundamentalmente ciudadanos-consumidores como la mayoría de sus hermanos en el mundo occidental, están tan concernidos con la implicación de un estándar de vida inferior al actual que no les cabe en su mente, o en su conciencia, que otros puedan estar sufriendo debido a guerras innecesarias, casi siempre creadas o instigadas por este país. Y es esta preocupación económica universal en la población lo que amortigua las pocas voces antibelicistas que siempre han existido en la nación. Irak, Afganistán, Somalia y otros lugares en guerra... todos ellos aparecen distantes de nosotros gracias a la cobertura prejudicial que nos dan los medios.
Acaso fuera por Obama querer congraciarse con los halcones en el Pentágono, junto a los políticos conservadores que continúan soñando en imperio, el presidente hizo claro desde el principio que no se desviaría de la cultura de guerra que lleva la nación, aunque se disfrace con las vestimentas de paz. Y que él, líder elegido para efectuar cambio en el país, cautelosamente estará más propenso a un acuerdo ideológico y estará dispuesto a aceptar el conflicto en Afganistán como “su propia guerra”.
Aquí nos encontramos 16 meses después de que Obama tomara las riendas del país con más tropas estadounidenses en Afganistán (94.000+) que en Irak (92.0000, triplicando el número de dos años antes. No debe sorprendernos que de los 1.000 militares que hasta ahora han perdido la vida en Afganistán (norteamericanos), el 43 por ciento de ellos ha ocurrido desde que Obama tomó el poder, un periodo de tiempo de tan solo el 15 por ciento desde que Afganistán fuese invadida como castigo al gobierno de los talibanes que permitió a Osama Bin Laden (Al-Qaeda) establecer y mantener campos de entrenamiento en ese país.
Y... ¿qué es lo que Obama y su “virrey”, el general Stanley McChrystal, han logrado con su exorbitante gasto militar y 430 caídos norteamericanos allí? Poco... no, nada; aun los mas optimistas reconocerán que esta última campaña ha sido un fracaso: un gobierno en Kabul tabulado como corrupto; espejismos de logros militares en expulsar a los talibanes de pueblos y ciudades, como Marjah, a los que han vuelto de nuevo – Kandahar, el próximo gran objetivo; una región pobre mas interesada en resolver sus propias necesidades y no las del invasor... al fin y al cabo, los talibanes son su gente, mientras que los norteamericanos y sus aliados de la OTAN no lo son; y una población claramente disgustada con el precio que tiene que pagar con la vida de civiles – algo que el militar estadounidense acepta fríamente como “daño colateral” – a razón de 10 afganos por cada norteamericano (mas de 6.000 muertos en los últimos tres años).
Bien sea la guerra de Obama en Afganistán, la situación fluida que existe en Irak, o el insoportable estado-en-guerra que los palestinos enfrentan en Gaza... poco de todo esto es parte de la discusión cotidiana en EEUU. La economía aparenta ser todo... ahora magnificada por la realidad de lo que es posible termine siendo un desastre que alcanzaría proporciones millonarias – con doce ceros a la derecha – si los borbotones de petróleo sobre el Golfo de México no se contienen hasta mediados de verano... un costo que, querámoslo o no, será sufragado desproporcionadamente por los mas pobres norteamericanos.
Como corolario... ¿debe sorprendernos el que individuos como Anwar Al-Awlaki, el clérigo yemení nacido en EEUU, eche la culpa a la población civil norteamericana, dado que “el pueblo norteamericano, en general, toma parte en esto y ha elegido este gobierno y es el que financia la guerra”? Algo que nos debe hacer pensar.