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Intentaba comprenderlos y ser uno más entre la vorágine

El día de Lidya

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Que cerca de 60.000 personas hayan encontrado trabajo precario durante el pasado mes de diciembre es una buena noticia, aunque estoy seguro que no será apreciada como es debido porque se debe al tiempo de fiestas navideñas; pero seamos sinceros, no por ello deja de ser una alegría que algunas familias hayan visto aligeradas la espantosa ruina que se cierne sobre la generalidad.

Sin embargo, aunque importante, no es esa la pequeña noticia que me gustaría comentar, sino otra intranscendente para la gran mayoría, pero espectacular para mí.

Bajé al centro histórico de esta ciudad, Málaga, que todo lo acoge y todo lo silencia, con deseos de impregnarme algo de la alegría de los demás y me encontré sumergido en un torbellino de gente, pandas de verdiales, pastorales, mimos y globos deambulando calle arriba calle abajo porque sí.

Intentaba comprenderlos y ser uno más entre la vorágine, pero no podía o, tal vez, no quería; tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo y, lo peor, un rico y dulzón ron pampero degustado sin prisas en Puerta Oscura, algo más que un bar.

Fue a la altura de poderoso BBVA, cuando sentí un ligero toque en el hombro derecho, giré mi vista y contemplé a una bella y joven criatura que me abordó y preguntó: “usted es José García Pérez, el de Facebook” -hace tiempo, me decían el de El Copo.

Quedé sorprendido y contesté afirmativamente. “Soy amiga de usted, de las mejores”, lógicamente me congratulé de ello y, sin mediar más palabras, me estampó dos besos en las mejillas. Comentó que leía mis cosas todos los días y que algunas de ellas le sentaban bien porque comulgaba con la gran mayoría de mis escritos.

Comprendo que estaba ante un milagro, pues todo el océano de Internet se había concretado en aquella pequeña isla de nombre Lidya. Tomamos un par de cañas en Lepanto, hablamos de poesía y del amor, o sea, de lo mismo de siempre.

Nos despedimos con un beso (no en la mejilla) y con una cita. Me sentí muy feliz, porque dejé de ser parte de la marabunta para ser yo.

No lo cuenten, por favor.

El día de Lidya

Intentaba comprenderlos y ser uno más entre la vorágine
José García Pérez
martes, 17 de enero de 2017, 00:46 h (CET)
Que cerca de 60.000 personas hayan encontrado trabajo precario durante el pasado mes de diciembre es una buena noticia, aunque estoy seguro que no será apreciada como es debido porque se debe al tiempo de fiestas navideñas; pero seamos sinceros, no por ello deja de ser una alegría que algunas familias hayan visto aligeradas la espantosa ruina que se cierne sobre la generalidad.

Sin embargo, aunque importante, no es esa la pequeña noticia que me gustaría comentar, sino otra intranscendente para la gran mayoría, pero espectacular para mí.

Bajé al centro histórico de esta ciudad, Málaga, que todo lo acoge y todo lo silencia, con deseos de impregnarme algo de la alegría de los demás y me encontré sumergido en un torbellino de gente, pandas de verdiales, pastorales, mimos y globos deambulando calle arriba calle abajo porque sí.

Intentaba comprenderlos y ser uno más entre la vorágine, pero no podía o, tal vez, no quería; tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo y, lo peor, un rico y dulzón ron pampero degustado sin prisas en Puerta Oscura, algo más que un bar.

Fue a la altura de poderoso BBVA, cuando sentí un ligero toque en el hombro derecho, giré mi vista y contemplé a una bella y joven criatura que me abordó y preguntó: “usted es José García Pérez, el de Facebook” -hace tiempo, me decían el de El Copo.

Quedé sorprendido y contesté afirmativamente. “Soy amiga de usted, de las mejores”, lógicamente me congratulé de ello y, sin mediar más palabras, me estampó dos besos en las mejillas. Comentó que leía mis cosas todos los días y que algunas de ellas le sentaban bien porque comulgaba con la gran mayoría de mis escritos.

Comprendo que estaba ante un milagro, pues todo el océano de Internet se había concretado en aquella pequeña isla de nombre Lidya. Tomamos un par de cañas en Lepanto, hablamos de poesía y del amor, o sea, de lo mismo de siempre.

Nos despedimos con un beso (no en la mejilla) y con una cita. Me sentí muy feliz, porque dejé de ser parte de la marabunta para ser yo.

No lo cuenten, por favor.

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