Pues estudiando la historia de los Estados Unidos, como el que juega a la rayuela (y que me perdone Julio Cortázar), he hallado la explicación al éxito de Donald Trump. Lo que está ocurriendo hoy en día en ese país es lo que le ha venido ocurriendo desde que alguien decidió arrojar las latas de té a las aguas del puerto de Boston con la sana intención de tocarle los cojones al imperio británico. Al igual que lo que se ha dado en llamar la guerra civil de la Unión contra la Confederación, que en realidad fue la guerra del algodón entre los industriales del norte y los agricultores del sur, la crisis de la que se habla actualmente no es otra cosa que la guerra entre la oligarquía financiera y la oligarquía industrial, la economía especulativa contra la economía productiva.
Y en esta última batalla electoral ganó la oligarquía industrial, Donald Trump el constructor. El pueblo es, hoy igual que ayer, la ovejita lucera que cascabelea en las urnas y, todo lo más, parte de la provisión de los ejércitos oligárquicos: mano de obra, carne de cañón y capital subyacente.
La oligarquía financiera es un grupo de familias que juegan al Casino con el dinero de los que aún trabajan, enriqueciéndose a manos llenas con un dinero que se ha dado en llamar fiduciario, es decir, anotaciones contables o deuda. Su sumo pontífice es Wall Street, no crea ningún tipo de bien de consumo, no revierte ningún rédito a la economía productiva y es un monstruo devorador de puestos de trabajo; su líder político en las últimas elecciones presidenciales se llamaba Hillary Clinton.
La oligarquía industrial es un grupo de familias que practican el capitalismo industrial de toda la vida (desde la creación de los telares en Massachusetts). Invierten sus dineros en obra civil, edificación... y crean puestos de trabajo. Consiguen amasar grandes fortunas a costa del trabajo de sus asalariados. Su candidato en las últimas elecciones presidenciales es Donald Trump. Y ganó, ganó porque los norteamericanos prefieren que les gobierne alguien que les suba a un andamio a otro que les sumerja en el abismo de la inexistencia, de la exclusión social.