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“Nadie está a salvo de las derrotas. Pero es mejor perder algunos combates en la lucha por nuestros sueños, que ser derrotado sin saber siquiera por qué se está luchando” Paulo Coelho.

El presidencialismo como anomalía antidemocrática

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El filósofo alemán G. Wilhem Leibniz fue un hombre polifacético con amplios conocimientos de filosofía, química, física, medicina, botánica, óptica, historia, lingüística, jurisprudencia y diplomacia. Creía que había una razón para todo y pensaba que también había una razón para que Dios decidiera crear el mundo tal y como es, en lugar de hacerlo de otra manera. La razón, para Leibniz, era que este mundo era el mejor mundo posible. En fin, no sé si, en realidad, podemos estar de acuerdo con tan ilustrado personaje, pero sí podríamos añadir que, si este mundo en el que nos ha tocado vivir es, en realidad, el mejor posible; no acabamos de entender que, el Sumo Hacedor, en su infinita sabiduría, quisiera que su obra fuera un fracaso semejante. Más bien, tenemos la creencia de que han sido los hombres, con su libre albedrío, quienes se han ocupado, desde el momento en que aparecieron como reyes de la creación, en crear entre ellos las desavenencias, luchar por adquirir el poder, cultivar la envidia y refocilarse en los vicios más repulsivos, que los han convertido en culpables, con sus taras, sus pasiones y sus egoísmos, de haber conseguido, en apenas dos mil años, transformar un paraíso de la naturaleza, en un lugar poco hospitalario, injusto, inhabitable, amenazado de convertirse en un erial y, todo ello, debido a la acción demoledora de una humanidad dispuesta a autodestruirse. Alguien podría pensar que, en realidad, nos encontramos en la antesala del Averno.

A pesar de que a todos se nos llena la boca con la palabra “democracia”, tenemos la desagradable impresión de que, pocos de los que la utilizan, conocen el verdadero significado de esta expresión, de raíz griega, que se ha convertido, para muchos, en el objetivo de cualquier sistema de gobierno que aspire a crear un tipo de régimen donde reine la justicia, un buen nivel de vida, la seguridad y las buenas relaciones entre sus ciudadanos, regidos por unas leyes y unas normas de convivencia, que hayan sido acordadas entre todos y que sirvan para proteger a los más débiles de aquellos, más fuertes y poderosos, que pretendieran imponer su dominio sobre aquellos.

En estos momentos se puede decir que, en España, la nación que lleva viviendo en democracia desde que, en la transición, se promulgó la Constitución de 1978; pocos han sido los partidos que forman el arco parlamentario del país, en los que se pueda decir que existe una verdadera democracia interna que regule su funcionamiento y produzca los beneficios inherentes al sistema. Especialmente, en lo referente a la elección de sus órganos de dirección, en el circuito de retroalimentación que debiera existir (feed back) entre las bases y la dirección y viceversa; de modo que, los electores, tuvieran pleno conocimiento de que las personas que desean escoger para dirigir el partido, son las más capacitadas, las más honestas, las mejor cualificadas y las que garantizasen que las ideologías, las normas, las convicciones éticas y morales y las propuestas de las mayorías, van a ser respetadas, íntegramente, por quienes han asumido la responsabilidad de tomar la dirección del partido.

Cuesta encontrar, entre las formaciones políticas más votadas por los españoles, alguna en la que, de verdad, el nombramiento de las figuras señeras que han de asumir el liderazgo dentro de ella, se haya llevado de una forma realmente democrática. Seguramente, si preguntáramos a cada uno de los directivos de los partidos si, a su criterio, han sido elegidos tal y como se supone que deben serlo en un orden democrático, nos contestarían, asombrados, que “naturalmente que sí”. No obstante, aquello de “una persona un voto” difícilmente se produce cuando se trata de escoger a quién o quienes deban formar la cúpula directiva. En unos casos, los más parecidos al sistema democrático, se votan a una serie de personas (compromisarios) a las que se les encarga, en votaciones subsiguientes, escoger a quienes deban gobernar el correspondiente partido. Ello no supone que los compromisarios coincidan al 100% en su criterio de la persona que ha de ser elegida para el puesto, con lo que los que los eligieron tenían en mente al respeto. No hay ninguna garantía de que el elegido o los elegidos finalmente, representen el criterio de la mayoría de las bases.

Hay otros casos en los que, unos pocos (que se dicen representar al resto), son los que, en petit comité, deciden quienes han de ser los líderes, que, generalmente, son personas de su entorno que pueden resultar ser muy valiosas pero que, en absoluto, serían las que la militancia llana habría escogido. En realidad, en la mayoría de los casos, aunque se hable de “primarias” o se haga hincapié en el método democrático de la elección, los que se ocupan de organizar las votaciones, son los que se manipulan la promoción de los que desean que sean elegidos, procurando marginar a quienes prefieren que no sean votados por los ciudadanos de base. Una imagen mil veces repetida, a través de prensa y TV tiene todas las posibilidades de ser el ganador, aunque, en realidad, sea la peor de las elecciones para los intereses del partido.

En todo caso, pese a hablar de “métodos democráticos de elección” lo que, de hecho, ha venido sucediendo en muchas ocasiones, es que el elegido es el que ha propuesto su antecesor o el que, los que mangonean la cúpula de la formación, han decidido que sea su sucesor; para lo cual se ocupan de “convencer” por todos los métodos, legales, ilegales, coercitivos o mafiosos a los aspirantes, para que abandonen sus pretensiones y dejen vía libre a su candidato que, al no presentarse ninguna otra candidatura, resulta vencedor. Nunca, señores, nunca la elección para liderar las formaciones políticas, al menos en nuestra tierra, se utiliza el método directo, en el que todos los candidatos se dan a conocer en sendos debates públicos sobre los distintos temas fundamentales que preocupan a los electores. Todos disponen de los mismos tiempos y de idénticas oportunidades para “venderse” a los votantes. Los votantes saben de primera mano quienes son los que conviene elegir.

La votación se celebra públicamente y con las debidas garantías para que no pueda haber tongo o, como se decían antes, “pucherazo”. Los electores votan directamente a la persona que juzgan más preparada para el puesto y el resultado de las urnas es el que decide quien sale vencedor de entre los que se presentaron para ocuparlo. ¿Qué los electores pueden equivocarse en la elección? Es un riesgo, pero vale la pena correrlo si con ello se evitan presiones indeseadas, candidatos corruptos, dirigentes apoyados por lobbies económicos o militantes comunistas o anarquistas, cubiertos por la piel de oveja de demócratas. Últimamente, hemos tenido ocasión de ver las luchas intestinas por el poder, clásicas por otra parte, entre partidos como el PSOE o, y son de actualidad, los enfrentamientos dialecticos, a cara de perro entre Errejón y Pablo Iglesias, de Podemos, con la contribución de Echenique y Monedero, para ver quien es capaz de imponer sus tesis y llevarse el pedazo más grande del pastel del poder.

Rajoy se ha erigido en el Gran Capitán del PP y su corte de adeptos incondicionales que lo arropan, parecen haber decidido que debe perpetuarse en la dirección del partido, aunque es evidente que está llevando una política que nada tiene que ver, en muchos aspectos, a lo que, una gran mayoría de la militancia del PP, considera que debería llevar a cabo. El caso de Cataluña se ha convertido en, poco menos, que irreductible y no parece que, desde Madrid, se decidan a poner remedio a una situación que parece no tener trazas de solucionarse con el transcurso del tiempo. El PSOE, por su parte, sigue enfrentado sin que se vea en lo que va a acabar una cuestión de liderazgo en la que, todavía, no se sabe quiénes van a conseguir llevarse el gato al agua. Y, para finalizar, en Ciudadanos su creador, Albert Rivera, parece que no está dispuesto a ceder su poltrona a ninguno de los que están dando muestras de impacientarse de tanto esperar su turno.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos mostramos perplejos, como meros miembros de la ciudadanía, ante los engaños a los que nos sentimos sometidos y, lo que todavía resulta más lacerante, ante el profundo convencimiento de que quienes manejan la política en esta nación, están todos convencidos de que, los demás, somos un hatajo de ovejas a las que hay que pastorear. ¡Beeee!

El presidencialismo como anomalía antidemocrática

“Nadie está a salvo de las derrotas. Pero es mejor perder algunos combates en la lucha por nuestros sueños, que ser derrotado sin saber siquiera por qué se está luchando” Paulo Coelho.
Miguel Massanet
sábado, 14 de enero de 2017, 11:40 h (CET)
El filósofo alemán G. Wilhem Leibniz fue un hombre polifacético con amplios conocimientos de filosofía, química, física, medicina, botánica, óptica, historia, lingüística, jurisprudencia y diplomacia. Creía que había una razón para todo y pensaba que también había una razón para que Dios decidiera crear el mundo tal y como es, en lugar de hacerlo de otra manera. La razón, para Leibniz, era que este mundo era el mejor mundo posible. En fin, no sé si, en realidad, podemos estar de acuerdo con tan ilustrado personaje, pero sí podríamos añadir que, si este mundo en el que nos ha tocado vivir es, en realidad, el mejor posible; no acabamos de entender que, el Sumo Hacedor, en su infinita sabiduría, quisiera que su obra fuera un fracaso semejante. Más bien, tenemos la creencia de que han sido los hombres, con su libre albedrío, quienes se han ocupado, desde el momento en que aparecieron como reyes de la creación, en crear entre ellos las desavenencias, luchar por adquirir el poder, cultivar la envidia y refocilarse en los vicios más repulsivos, que los han convertido en culpables, con sus taras, sus pasiones y sus egoísmos, de haber conseguido, en apenas dos mil años, transformar un paraíso de la naturaleza, en un lugar poco hospitalario, injusto, inhabitable, amenazado de convertirse en un erial y, todo ello, debido a la acción demoledora de una humanidad dispuesta a autodestruirse. Alguien podría pensar que, en realidad, nos encontramos en la antesala del Averno.

A pesar de que a todos se nos llena la boca con la palabra “democracia”, tenemos la desagradable impresión de que, pocos de los que la utilizan, conocen el verdadero significado de esta expresión, de raíz griega, que se ha convertido, para muchos, en el objetivo de cualquier sistema de gobierno que aspire a crear un tipo de régimen donde reine la justicia, un buen nivel de vida, la seguridad y las buenas relaciones entre sus ciudadanos, regidos por unas leyes y unas normas de convivencia, que hayan sido acordadas entre todos y que sirvan para proteger a los más débiles de aquellos, más fuertes y poderosos, que pretendieran imponer su dominio sobre aquellos.

En estos momentos se puede decir que, en España, la nación que lleva viviendo en democracia desde que, en la transición, se promulgó la Constitución de 1978; pocos han sido los partidos que forman el arco parlamentario del país, en los que se pueda decir que existe una verdadera democracia interna que regule su funcionamiento y produzca los beneficios inherentes al sistema. Especialmente, en lo referente a la elección de sus órganos de dirección, en el circuito de retroalimentación que debiera existir (feed back) entre las bases y la dirección y viceversa; de modo que, los electores, tuvieran pleno conocimiento de que las personas que desean escoger para dirigir el partido, son las más capacitadas, las más honestas, las mejor cualificadas y las que garantizasen que las ideologías, las normas, las convicciones éticas y morales y las propuestas de las mayorías, van a ser respetadas, íntegramente, por quienes han asumido la responsabilidad de tomar la dirección del partido.

Cuesta encontrar, entre las formaciones políticas más votadas por los españoles, alguna en la que, de verdad, el nombramiento de las figuras señeras que han de asumir el liderazgo dentro de ella, se haya llevado de una forma realmente democrática. Seguramente, si preguntáramos a cada uno de los directivos de los partidos si, a su criterio, han sido elegidos tal y como se supone que deben serlo en un orden democrático, nos contestarían, asombrados, que “naturalmente que sí”. No obstante, aquello de “una persona un voto” difícilmente se produce cuando se trata de escoger a quién o quienes deban formar la cúpula directiva. En unos casos, los más parecidos al sistema democrático, se votan a una serie de personas (compromisarios) a las que se les encarga, en votaciones subsiguientes, escoger a quienes deban gobernar el correspondiente partido. Ello no supone que los compromisarios coincidan al 100% en su criterio de la persona que ha de ser elegida para el puesto, con lo que los que los eligieron tenían en mente al respeto. No hay ninguna garantía de que el elegido o los elegidos finalmente, representen el criterio de la mayoría de las bases.

Hay otros casos en los que, unos pocos (que se dicen representar al resto), son los que, en petit comité, deciden quienes han de ser los líderes, que, generalmente, son personas de su entorno que pueden resultar ser muy valiosas pero que, en absoluto, serían las que la militancia llana habría escogido. En realidad, en la mayoría de los casos, aunque se hable de “primarias” o se haga hincapié en el método democrático de la elección, los que se ocupan de organizar las votaciones, son los que se manipulan la promoción de los que desean que sean elegidos, procurando marginar a quienes prefieren que no sean votados por los ciudadanos de base. Una imagen mil veces repetida, a través de prensa y TV tiene todas las posibilidades de ser el ganador, aunque, en realidad, sea la peor de las elecciones para los intereses del partido.

En todo caso, pese a hablar de “métodos democráticos de elección” lo que, de hecho, ha venido sucediendo en muchas ocasiones, es que el elegido es el que ha propuesto su antecesor o el que, los que mangonean la cúpula de la formación, han decidido que sea su sucesor; para lo cual se ocupan de “convencer” por todos los métodos, legales, ilegales, coercitivos o mafiosos a los aspirantes, para que abandonen sus pretensiones y dejen vía libre a su candidato que, al no presentarse ninguna otra candidatura, resulta vencedor. Nunca, señores, nunca la elección para liderar las formaciones políticas, al menos en nuestra tierra, se utiliza el método directo, en el que todos los candidatos se dan a conocer en sendos debates públicos sobre los distintos temas fundamentales que preocupan a los electores. Todos disponen de los mismos tiempos y de idénticas oportunidades para “venderse” a los votantes. Los votantes saben de primera mano quienes son los que conviene elegir.

La votación se celebra públicamente y con las debidas garantías para que no pueda haber tongo o, como se decían antes, “pucherazo”. Los electores votan directamente a la persona que juzgan más preparada para el puesto y el resultado de las urnas es el que decide quien sale vencedor de entre los que se presentaron para ocuparlo. ¿Qué los electores pueden equivocarse en la elección? Es un riesgo, pero vale la pena correrlo si con ello se evitan presiones indeseadas, candidatos corruptos, dirigentes apoyados por lobbies económicos o militantes comunistas o anarquistas, cubiertos por la piel de oveja de demócratas. Últimamente, hemos tenido ocasión de ver las luchas intestinas por el poder, clásicas por otra parte, entre partidos como el PSOE o, y son de actualidad, los enfrentamientos dialecticos, a cara de perro entre Errejón y Pablo Iglesias, de Podemos, con la contribución de Echenique y Monedero, para ver quien es capaz de imponer sus tesis y llevarse el pedazo más grande del pastel del poder.

Rajoy se ha erigido en el Gran Capitán del PP y su corte de adeptos incondicionales que lo arropan, parecen haber decidido que debe perpetuarse en la dirección del partido, aunque es evidente que está llevando una política que nada tiene que ver, en muchos aspectos, a lo que, una gran mayoría de la militancia del PP, considera que debería llevar a cabo. El caso de Cataluña se ha convertido en, poco menos, que irreductible y no parece que, desde Madrid, se decidan a poner remedio a una situación que parece no tener trazas de solucionarse con el transcurso del tiempo. El PSOE, por su parte, sigue enfrentado sin que se vea en lo que va a acabar una cuestión de liderazgo en la que, todavía, no se sabe quiénes van a conseguir llevarse el gato al agua. Y, para finalizar, en Ciudadanos su creador, Albert Rivera, parece que no está dispuesto a ceder su poltrona a ninguno de los que están dando muestras de impacientarse de tanto esperar su turno.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos mostramos perplejos, como meros miembros de la ciudadanía, ante los engaños a los que nos sentimos sometidos y, lo que todavía resulta más lacerante, ante el profundo convencimiento de que quienes manejan la política en esta nación, están todos convencidos de que, los demás, somos un hatajo de ovejas a las que hay que pastorear. ¡Beeee!

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