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Eduardo Cassano

Tecnología invasiva

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Mañana sale a la venta en España lo último en tecnología: el iPad. Hasta ahora teníamos el iPod, iPhone y pronto tendremos iTV, iSEX y cosas así. Esto de la tecnología se está convirtiendo en una peligrosa arma de doble filo. Poco a poco, sin darnos cuenta, estamos ocupando nuestra vida de necesidades absurdas y llenando los cajones de cargadores de batería. ¿Alguien se ha preguntado cuántos tenemos ya? Hagamos cuentas: el del teléfono móvil, por supuesto, el ordenador portátil, el mp4 (también el del iPod, porque aunque nos modernizamos también nos resistimos a desprendernos de lo antiguo, por si acaso vuelve de moda como la ropa de los 80), el iPhone, la cámara fotográfica, la videocámara y ahora el iPad, que básicamente hace casi todas esas funciones, pero seguiremos conservando todo lo anterior… por si acaso. En definitiva, los fabricantes de cable y de adaptadores son los que se están forrando en realidad.

Lo más sorprendente del iPad no es el producto en sí, que va a proporcionarnos el –parece ser- ansiado deseo de perder el tacto y olor de un libro para perder además su lectura cuando nos quedemos sin batería, sino que todos y cada uno de los diputados europeos ya tienen uno; luego nos cuentan la milonga de la crisis, como aquí en España que hemos rebajado –un poco- el sueldo a funcionarios que cobran de media al menos 1.500 euros, pero los multimillonarios siguen sin contribuir en su justa medida que, ante el próximo movimiento de Zapatero, ya están tomando antidepresivos. Mientras tanto, los mileuristas que tienen la suerte de serlo, se ríen por no llorar; los que no llegan ni a mileuristas, lloran para seguir sintiéndose personas, haciendo equilibrios para llegar a fin de mes.

Por lo visto esta nueva maravilla tecnológica, que no hace más sino que reunir todo lo que ya teníamos con otros productos por separado, a nuestro ritmo y cuando queríamos (con la diferencia que ahora sólo habrá una única batería para todo), costará entre 479 y 779 euros. Es decir, un chollo; un chollo para los fabricantes, claro. Y una compleja contradicción para los cientos (quizás miles) de personas que lo comprarán al compás de declararse en crisis (algunos de ellos, seguramente, aprovechando la ayuda que el Gobierno da a los parados), que al unísono gritan en voz baja contra la crisis. Y digo en voz baja porque hay personas que son capaces de vociferar a los cuatro vientos lo mal que está el país pero es incapaz de salir a defender otro modelo de sistema, y sin embargo es capaz de perder una mañana entera haciendo cola para comprar un iPad (o similar).

El problema de todo esto es la campaña de marketing que se organiza, porque consiguen que la gente crea que necesita comprar algo que ya tiene aunque en diferentes productos. Aunque siempre ha habido sibaritas, pese a las crisis, cuya aplicación del producto ha sido lo de menos (basta una pequeña modificación del nombre o incluso del color del producto para actualizarse), sino que lo más importante es poder presumir de estar a la última; algo absurdo, aunque por lo visto es eficiente porque las masas responden; no importa el paro, la hipoteca, la caries del niño o el presupuesto en preservativos del mes (o léase las píldoras del día después). Lo que es importante –sobre todo socialmente- es estar a la última, aunque no sirva de nada. De poco sirve ya un webcam, o servirá en breve, si la persona que está al otro lado además no puede masturbarte. ¿Comunicación dicen? Hay excusas para todo, hasta para el sexo a distancia, pero es cierto que moralmente venden más otras cosas. Probablemente los que inviertan primero en ese proyecto sean desde la propia Iglesia… cosas más raras se han visto, como invertir en ladrillo en plena crisis en el sector. Aunque claro, cuando uno tiene los techos de oro no le molesta que le pisen de vez en cuando el suelo.

En resumen, para no liarme mucho; que a partir del viernes una persona en el metro podrá ver el videoclip –además de escuchar la canción, a todo volumen claro- y al paso que vamos casi a masturbarse públicamente contemplando una película de Nacho Vidal a golpe de dedo (ya ni siquiera harán falta los cinco, por lo menos de forma musical), pero sobre todo podrá leer libros sin pasar páginas, algo poco útil cuando uno quiere subrayar algo (o quizás intercalar un punto de libro en la página más interesante), al mismo tiempo que le llaman por teléfono para decirle dónde han quedado para encontrarse en un lugar que tendrá que buscar en el portal de turno, para que al día siguiente –cuando alguien suba las fotos- comprobar los efectos del alcohol no sólo al alcance de todo el mundo que tenga conexión a Internet, sino ya al alcance de un simple click en el índice… que no deja de ser, además de la página más interesante del navegador, el dedo que utilizamos para consultarlo.

Tecnología invasiva

Eduardo Cassano
Eduardo Cassano
jueves, 27 de mayo de 2010, 07:24 h (CET)
Mañana sale a la venta en España lo último en tecnología: el iPad. Hasta ahora teníamos el iPod, iPhone y pronto tendremos iTV, iSEX y cosas así. Esto de la tecnología se está convirtiendo en una peligrosa arma de doble filo. Poco a poco, sin darnos cuenta, estamos ocupando nuestra vida de necesidades absurdas y llenando los cajones de cargadores de batería. ¿Alguien se ha preguntado cuántos tenemos ya? Hagamos cuentas: el del teléfono móvil, por supuesto, el ordenador portátil, el mp4 (también el del iPod, porque aunque nos modernizamos también nos resistimos a desprendernos de lo antiguo, por si acaso vuelve de moda como la ropa de los 80), el iPhone, la cámara fotográfica, la videocámara y ahora el iPad, que básicamente hace casi todas esas funciones, pero seguiremos conservando todo lo anterior… por si acaso. En definitiva, los fabricantes de cable y de adaptadores son los que se están forrando en realidad.

Lo más sorprendente del iPad no es el producto en sí, que va a proporcionarnos el –parece ser- ansiado deseo de perder el tacto y olor de un libro para perder además su lectura cuando nos quedemos sin batería, sino que todos y cada uno de los diputados europeos ya tienen uno; luego nos cuentan la milonga de la crisis, como aquí en España que hemos rebajado –un poco- el sueldo a funcionarios que cobran de media al menos 1.500 euros, pero los multimillonarios siguen sin contribuir en su justa medida que, ante el próximo movimiento de Zapatero, ya están tomando antidepresivos. Mientras tanto, los mileuristas que tienen la suerte de serlo, se ríen por no llorar; los que no llegan ni a mileuristas, lloran para seguir sintiéndose personas, haciendo equilibrios para llegar a fin de mes.

Por lo visto esta nueva maravilla tecnológica, que no hace más sino que reunir todo lo que ya teníamos con otros productos por separado, a nuestro ritmo y cuando queríamos (con la diferencia que ahora sólo habrá una única batería para todo), costará entre 479 y 779 euros. Es decir, un chollo; un chollo para los fabricantes, claro. Y una compleja contradicción para los cientos (quizás miles) de personas que lo comprarán al compás de declararse en crisis (algunos de ellos, seguramente, aprovechando la ayuda que el Gobierno da a los parados), que al unísono gritan en voz baja contra la crisis. Y digo en voz baja porque hay personas que son capaces de vociferar a los cuatro vientos lo mal que está el país pero es incapaz de salir a defender otro modelo de sistema, y sin embargo es capaz de perder una mañana entera haciendo cola para comprar un iPad (o similar).

El problema de todo esto es la campaña de marketing que se organiza, porque consiguen que la gente crea que necesita comprar algo que ya tiene aunque en diferentes productos. Aunque siempre ha habido sibaritas, pese a las crisis, cuya aplicación del producto ha sido lo de menos (basta una pequeña modificación del nombre o incluso del color del producto para actualizarse), sino que lo más importante es poder presumir de estar a la última; algo absurdo, aunque por lo visto es eficiente porque las masas responden; no importa el paro, la hipoteca, la caries del niño o el presupuesto en preservativos del mes (o léase las píldoras del día después). Lo que es importante –sobre todo socialmente- es estar a la última, aunque no sirva de nada. De poco sirve ya un webcam, o servirá en breve, si la persona que está al otro lado además no puede masturbarte. ¿Comunicación dicen? Hay excusas para todo, hasta para el sexo a distancia, pero es cierto que moralmente venden más otras cosas. Probablemente los que inviertan primero en ese proyecto sean desde la propia Iglesia… cosas más raras se han visto, como invertir en ladrillo en plena crisis en el sector. Aunque claro, cuando uno tiene los techos de oro no le molesta que le pisen de vez en cuando el suelo.

En resumen, para no liarme mucho; que a partir del viernes una persona en el metro podrá ver el videoclip –además de escuchar la canción, a todo volumen claro- y al paso que vamos casi a masturbarse públicamente contemplando una película de Nacho Vidal a golpe de dedo (ya ni siquiera harán falta los cinco, por lo menos de forma musical), pero sobre todo podrá leer libros sin pasar páginas, algo poco útil cuando uno quiere subrayar algo (o quizás intercalar un punto de libro en la página más interesante), al mismo tiempo que le llaman por teléfono para decirle dónde han quedado para encontrarse en un lugar que tendrá que buscar en el portal de turno, para que al día siguiente –cuando alguien suba las fotos- comprobar los efectos del alcohol no sólo al alcance de todo el mundo que tenga conexión a Internet, sino ya al alcance de un simple click en el índice… que no deja de ser, además de la página más interesante del navegador, el dedo que utilizamos para consultarlo.

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Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.

Pienso que habrá cada vez más Cat Cafés y no solamente cafeterías, cualquier ciudadano que tenga un negocio podría colaborar. Sólo le hace falta una habitación dedicada a los gatos. Es horrible en muchos países del planeta, el caso de los abandonos de animales, el trato hacia los toros, galgos… las que pasan algunos de ellos… Y sin embargo encuentro gente que se vuelca en ayudarles y llegan a tener un número grande de perros y gatos.

 
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