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A los canallas en acción se suma la ingente cantidad de testigos que no ejercen; sin duda, son partícipes de la canallada

Gente canalla

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Desconozco las fuentes, sus mecanismos ocultos y su verdadera potencia, pero no me cabe la menor duda, la RUINDAD está instalada entre los humanos como una de sus habilidades constitutivas; como las rosas, sin porqué. Muchos pensaron sobre su carácter inevitable, otros convirtieron en utopía la capacidad de superarlas con la razón, lo cual no pasó de ser una simple elucubración. Pero, ¡Cuídemonos a fondo!, porque las utopías tratan de imponer sus criterios sobrepasando los límites impensables de cariz totalitario, avasallando a grandes mayorías sin ningún escrúpulo. El repaso de la historia es muy concluyente en este sentido. Incluso en la teórica utopía de Santo Tomás Moro, está contemplada la eliminación de los discordantes.

Por lo tanto, si los sucesivos seres incluidos en la Humanidad tienen cualidades muy limitadas, será difícil que nadie logre tan siquiera la comprensión de una parte significativa del complejo. ¡Para utopías estamos!, cuando no regulamos ni el paso por las aceras. El hecho cotidiano contrastado es que junto a las bondades, estallan los inconvenientes con ingredientes diabólicos. Son satisfactorios los sueños por la paz, por la convivencia equilibrada; si bien, la fuerza de los deseos, no equivale a concederles categoría de entidades reales. Los aires han de ser modestos, primero conocimiento del enemigo, comprobar que no formamos parte del mismo y dedicarnos a labores benefactoras.

Acojo aquí con satisfacción la interesante novela de Julia Navarro “Historia de un canalla”. Con su buen hacer ha forjado una narración entretenida sobre la vida de un ejemplar canallesco donde los haya. La ruindad del personaje acumula comportamientos de notable perversidad, que por desgracia apreciamos con excesiva frecuencia en los entornos habituales. Sirva la excelencia de este RELATO para destacar esta maldad. Ya digo, no cabe pensar en su eliminación, quizá alguien la crea posible; pero al menos, a ver si obtenemos logros que las neutralicen. Insisto en los descuidos y comodidades, no vaya a ser que colaboremos con actividades canallescas, con un cinismo impropio de gente cabal.

Con ser extenso el muestrario de canalladas protagonizado por el señor Spencer de la novela, la realidad multiplica los ejemplos de la ficción en cuanto a las TRETAS utilizadas por los mal intencionados. El repaso final que hace Spencer de sus fechorías, no equivale a un exámen de conciencia, porque simplemente enumera, divaga, sin sacar rasgos de conciencia; menos aún corresponde a un arrepentimiento. Lleva muy adentro la raigambre de sus actos. Vistos desde fuera, permanece la incógnita de si la gente con estos comportamientos está poseida por feroces demonios o les basta con sus afanes maliciosos; si son actos esporádicos en un momento desafortunado o forman parte de su carácter impregnando todas sus actuaciones.

En la gente canalla confluyen características desfavorables, bien ocasionales o bien permanentes, pero lo que uno percibe sobre sus andanzas, contrastado por la experiencia directa o por los relatos fidedignos, consolida un factor común para todos ellos; suelen ser sujetos sin afectos hacia los demás, por eso actúan como DESALMADOS. Su única querencia gira en torno a ellos mismos. Es su primer paso liberador, porque eliminan así los escrúpulos. Para ellos, los compromisos ocupan lugares muy poco relevantes y la empatía es una imagen ficticia; con el trasfondo de jugar con el prójimo.

Algunos canallas siguen el estilo descarado del protagonista de la novela, actúan a las claras, aunque algunos no lo quieran ver e incluso resulten ser los perjudicados de aquellas tramas. Actúan como son y son detestables. Mención aparte merecen los que además encubren sus maquinaciones, añadiendo a sus malicias los OCULTAMIENTOS más intrincados. Utilizan como tapaderas a entidades de supuesto prestigio (Generalitat, Opus Dei, Junta de Andalucía, Iglesia, etc.). Veánse si no el caso poco honorable de la familia Pujol, Rato meditando en Pedreguer o los diversos cargos públicos andaluces. Uno se pregunta lo que realmente llegamos a conocer de cada caso.

Los sujetos malvados relacionados con actividades públicas revierten las secuelas de sus actos sobre gran número de personas, con la gravedad derivada de la amplitud de los afectados que fiaban en su honradez. Pero con mayor repugnancia conocemos a diarios nuevos casos de comportamientos canallescos aplicados sobre NIÑOS o jóvenes de corta edad. Con la tapadera de la labor docente, cargos eclesiásticos, deporte o simples amistades simuladas. Ni qué decir de los abusos perpetrados a los más desfavorecidos, en la miseria, la inmigración, el abandono. El supuesto padre de Nadia parece reunir muchos de los mencionados condicionantes deleznables, practicados durante largos períodos.

Los grandes titulares o las rutilantes cuotas de pantalla se ocupan de los casos trágicos, digamos que contribuyen al espectáculo degradante al que somos tan proclives. Aunque no cabe duda, gran parte de las actitudes rufianescas suceden en los ámbitos menos expuestos al conocimiento del público. Antes de su publicación en los noticieros acontecen enormes conflictos, que suelen pasar desapercibidos en su desarrollo. Por ejemplo, en el ambiente DOMÉSTICO, donde las tensiones emergen concentradas. Las provocaciones poco meditadas, las presiones económicas, intrigas acuciantes o pasiones desmedidas, circulan por sus territorios, con el descuido evidente con respecto a sus riesgos.

Falleció estos días Zigmunt Bauman, quien habló de la modernidad líquida. Pues bien, no sólo líquida, móvil e inestable; sino agitada, irreflexiva, alejada de los razonamientos ponderados. Aquellas referencias a la banalidad del mal, de infausto recuerdo, quedaron como anécdotas; ausentes los planteamientos correctores, ni tan siquiera entrevistos, en pleno avance de los agravantes. Buceamos entre la LIGEREZA implantada en la convivencia con una desfachatez inusitada, que no presagia bondades. No contamos con el asiento mental suficiente para una calibración adecuada de las circunstancias. El comportamiento canalla de hombres y mujeres aparece diluido en una espontaneidad enajenada, sin más.

De todo lo anterior deducimos, que las conductas nefastas son patentes, conocidas hasta cierto punto, intuidas en ocasiones o también silenciadas por motivos inconfesables. Se llevan a cabo en el seno de determinados GRUPOS. El grado de conocimiento de los hechos por los situados en esas cercanías cubrirá el espectro desde los mínimos a los máximos, será imposible el aislamiento total de los canallas.

Considero oportuna una llamada de alerta contra la actitud rutinaria con respecto a los comportamientos comentados; porque no es creíble la escasez de las denuncias o respuestas contundentes, cuando tanta gente estaba alrededor de dichas conductas. Por variados motivos sin duda, miedos, intereses, complacencias o simplemente comodidad, porque de todo hay; los abundantes TESTIGOS se transfiguran en pasmarotes, evidenciando así su complicidad con los peores desmanes.

Gente canalla

A los canallas en acción se suma la ingente cantidad de testigos que no ejercen; sin duda, son partícipes de la canallada
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 13 de enero de 2017, 00:02 h (CET)
Desconozco las fuentes, sus mecanismos ocultos y su verdadera potencia, pero no me cabe la menor duda, la RUINDAD está instalada entre los humanos como una de sus habilidades constitutivas; como las rosas, sin porqué. Muchos pensaron sobre su carácter inevitable, otros convirtieron en utopía la capacidad de superarlas con la razón, lo cual no pasó de ser una simple elucubración. Pero, ¡Cuídemonos a fondo!, porque las utopías tratan de imponer sus criterios sobrepasando los límites impensables de cariz totalitario, avasallando a grandes mayorías sin ningún escrúpulo. El repaso de la historia es muy concluyente en este sentido. Incluso en la teórica utopía de Santo Tomás Moro, está contemplada la eliminación de los discordantes.

Por lo tanto, si los sucesivos seres incluidos en la Humanidad tienen cualidades muy limitadas, será difícil que nadie logre tan siquiera la comprensión de una parte significativa del complejo. ¡Para utopías estamos!, cuando no regulamos ni el paso por las aceras. El hecho cotidiano contrastado es que junto a las bondades, estallan los inconvenientes con ingredientes diabólicos. Son satisfactorios los sueños por la paz, por la convivencia equilibrada; si bien, la fuerza de los deseos, no equivale a concederles categoría de entidades reales. Los aires han de ser modestos, primero conocimiento del enemigo, comprobar que no formamos parte del mismo y dedicarnos a labores benefactoras.

Acojo aquí con satisfacción la interesante novela de Julia Navarro “Historia de un canalla”. Con su buen hacer ha forjado una narración entretenida sobre la vida de un ejemplar canallesco donde los haya. La ruindad del personaje acumula comportamientos de notable perversidad, que por desgracia apreciamos con excesiva frecuencia en los entornos habituales. Sirva la excelencia de este RELATO para destacar esta maldad. Ya digo, no cabe pensar en su eliminación, quizá alguien la crea posible; pero al menos, a ver si obtenemos logros que las neutralicen. Insisto en los descuidos y comodidades, no vaya a ser que colaboremos con actividades canallescas, con un cinismo impropio de gente cabal.

Con ser extenso el muestrario de canalladas protagonizado por el señor Spencer de la novela, la realidad multiplica los ejemplos de la ficción en cuanto a las TRETAS utilizadas por los mal intencionados. El repaso final que hace Spencer de sus fechorías, no equivale a un exámen de conciencia, porque simplemente enumera, divaga, sin sacar rasgos de conciencia; menos aún corresponde a un arrepentimiento. Lleva muy adentro la raigambre de sus actos. Vistos desde fuera, permanece la incógnita de si la gente con estos comportamientos está poseida por feroces demonios o les basta con sus afanes maliciosos; si son actos esporádicos en un momento desafortunado o forman parte de su carácter impregnando todas sus actuaciones.

En la gente canalla confluyen características desfavorables, bien ocasionales o bien permanentes, pero lo que uno percibe sobre sus andanzas, contrastado por la experiencia directa o por los relatos fidedignos, consolida un factor común para todos ellos; suelen ser sujetos sin afectos hacia los demás, por eso actúan como DESALMADOS. Su única querencia gira en torno a ellos mismos. Es su primer paso liberador, porque eliminan así los escrúpulos. Para ellos, los compromisos ocupan lugares muy poco relevantes y la empatía es una imagen ficticia; con el trasfondo de jugar con el prójimo.

Algunos canallas siguen el estilo descarado del protagonista de la novela, actúan a las claras, aunque algunos no lo quieran ver e incluso resulten ser los perjudicados de aquellas tramas. Actúan como son y son detestables. Mención aparte merecen los que además encubren sus maquinaciones, añadiendo a sus malicias los OCULTAMIENTOS más intrincados. Utilizan como tapaderas a entidades de supuesto prestigio (Generalitat, Opus Dei, Junta de Andalucía, Iglesia, etc.). Veánse si no el caso poco honorable de la familia Pujol, Rato meditando en Pedreguer o los diversos cargos públicos andaluces. Uno se pregunta lo que realmente llegamos a conocer de cada caso.

Los sujetos malvados relacionados con actividades públicas revierten las secuelas de sus actos sobre gran número de personas, con la gravedad derivada de la amplitud de los afectados que fiaban en su honradez. Pero con mayor repugnancia conocemos a diarios nuevos casos de comportamientos canallescos aplicados sobre NIÑOS o jóvenes de corta edad. Con la tapadera de la labor docente, cargos eclesiásticos, deporte o simples amistades simuladas. Ni qué decir de los abusos perpetrados a los más desfavorecidos, en la miseria, la inmigración, el abandono. El supuesto padre de Nadia parece reunir muchos de los mencionados condicionantes deleznables, practicados durante largos períodos.

Los grandes titulares o las rutilantes cuotas de pantalla se ocupan de los casos trágicos, digamos que contribuyen al espectáculo degradante al que somos tan proclives. Aunque no cabe duda, gran parte de las actitudes rufianescas suceden en los ámbitos menos expuestos al conocimiento del público. Antes de su publicación en los noticieros acontecen enormes conflictos, que suelen pasar desapercibidos en su desarrollo. Por ejemplo, en el ambiente DOMÉSTICO, donde las tensiones emergen concentradas. Las provocaciones poco meditadas, las presiones económicas, intrigas acuciantes o pasiones desmedidas, circulan por sus territorios, con el descuido evidente con respecto a sus riesgos.

Falleció estos días Zigmunt Bauman, quien habló de la modernidad líquida. Pues bien, no sólo líquida, móvil e inestable; sino agitada, irreflexiva, alejada de los razonamientos ponderados. Aquellas referencias a la banalidad del mal, de infausto recuerdo, quedaron como anécdotas; ausentes los planteamientos correctores, ni tan siquiera entrevistos, en pleno avance de los agravantes. Buceamos entre la LIGEREZA implantada en la convivencia con una desfachatez inusitada, que no presagia bondades. No contamos con el asiento mental suficiente para una calibración adecuada de las circunstancias. El comportamiento canalla de hombres y mujeres aparece diluido en una espontaneidad enajenada, sin más.

De todo lo anterior deducimos, que las conductas nefastas son patentes, conocidas hasta cierto punto, intuidas en ocasiones o también silenciadas por motivos inconfesables. Se llevan a cabo en el seno de determinados GRUPOS. El grado de conocimiento de los hechos por los situados en esas cercanías cubrirá el espectro desde los mínimos a los máximos, será imposible el aislamiento total de los canallas.

Considero oportuna una llamada de alerta contra la actitud rutinaria con respecto a los comportamientos comentados; porque no es creíble la escasez de las denuncias o respuestas contundentes, cuando tanta gente estaba alrededor de dichas conductas. Por variados motivos sin duda, miedos, intereses, complacencias o simplemente comodidad, porque de todo hay; los abundantes TESTIGOS se transfiguran en pasmarotes, evidenciando así su complicidad con los peores desmanes.

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