La adaptación al cine de la obra del personaje que crearon Jean Jacques Sempé y René Goscinny tiene una virtud que pocas películas comparten, no se sabe si es una película para mayores o para niños. Y no me estoy refiriendo a la manida y denostada etiqueta “cine familiar” sino a que se dirige a ambos grupos y sutilmente pasa de unos espectadores a otros sin que lo noten.
A través de los ojos de un niño, Nicolás (Maxime Godart) nos introducimos en una familia de clase media de finales de los años cincuenta en París y en una simpatiquísima trama de relaciones entre un grupo de arquetípicos escolares. Uno de sus puntos fuertes son los impagables compañeros de clase de Nicolás, fruto de un casting magnífico. Destacan sobre todos Aniano y Eudes y secuencias como la del reconocimiento médico no pueden dejar de verse con una sonrisa permanente.
Contada a modo de fábula en algunos momentos y con una estética francesa por los cuatro costados, El Pequeño Nicolás adolece sin embargo, de algunas tosquedades narrativas (el episodio de los padres y su cena con los superiores del padre de Nicolás se alargan innecesariamente), pero cuando las tramas vuelven a tener como protagonistas a los niños, de nuevo es fácil introducirse en el mundo del pequeño protagonista de la historia, mucho más dócil en la película que en los libros, pero sin descuadrar esto demasiado.
El ritmo con el que la película comienza presentando a los personajes ayuda a introducirse en la historia y su director, Laurent Tirard sabe extraer el mundo infantil ajeno a los problemas de los otros seres, los mayores sin dejar de dirigirse a ellos. El episodio de la profesora suplente enlaza los dos mundos y expone con gracia, que no sólo los pequeños tienen su propia visión del mundo adulto sino que esto también sucede de manera recíproca.
Homenajea explícitamente a películas como Amelie o Los Chicos del Coro, con Gerard Junot presente. El Pequeño Nicolás sabrá entroncar con ese niño de ocho años que dejó atrás esos momentos de barrio tan encantadores que todos llevamos dentro y rememorará el regusto melancólico y simpático que tiene lo que se lee cuando cada día se descubren cientos de cosas. Cine para sonreír.