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Exposición en la Universidad Complutense de Madrid en recuerdo de una tragedia más allá de su Centenario

Armenia: Genocidio y diáspora

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El lunes 16 de enero de 2017 inauguramos en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid la exposición “Armenia: Genocidio y Diáspora”, cuyo comisariado tengo el honor de asumir contando con la participación de un conjunto de artistas de primer nivel los cuales han cedido gustosamente sus obras para solidarizarse con las víctimas de tan inhumano acontecimiento histórico, una circunstancia que a continuación paso a recordar brevemente en la esperanza de ayudar a la concienciación de lo indeseable de tamañas atrocidades, esas que, por desgracia, han seguido teniendo lugar en muchos otros lugares del planeta.

0501171La transformación del imperio otomano en un estado-nación moderno fue traumática por revelarse sus estructuras políticas, fundadas en el sultanato, como un nada desdeñable factor de renuencia al cambio, lo que acarrearía graves consecuencias para algunos de los pueblos sometidos al que era un imperio plurinacional. Tras la independencia búlgara, se trató de evitar que ocurriera lo propio con la comunidad armenia, a la que se sospechaba que la Rusia zarista estaba incentivando a hacer defección del imperio otomano; asimismo, dicha comunidad armenia estaba, por otra parte, empezando a adquirir conciencia política autónoma. Por ello, a finales del XIX tendrían lugar una serie de matanzas que ofrecieron el balance de 300.000 armenios asesinados. Y aun más implacables serían los miembros del partido de los Jóvenes Turcos (que dieron un golpe de estado en 1913) durante la I Guerra Mundial, alarmados por los avances rusos: decidieron trasladar a los armenios que habitaban la zona de combate hacia las provincias del sur, siendo, muchos de estos deportados, asesinados por orden de algunos de los oficiales. También se reclutaría a otros muchos armenios para la realización de las más penosas tareas en el frente e incluso para su utilización como escudos humanos. La principal consecuencia de todo fue la muerte de cerca de dos millones de armenios.

El catedrático de Ciencia Política Antonio Elorza aclaraba perfectamente el significado de “genocidio”, término que, según apuntaba, es el indicado para referir represiones como la sufrida por los armenios de mano de los otomanos, pues es más específico que la expresión “crímenes contra la humanidad”, que serían “acciones o episodios puntuales o acumulativos, en tanto que el genocidio los engloba en el seno de un proceso de destrucción generalizado, contra una nación, una raza o una religión. […] requiere la motivación, la voluntad de extinguir al grupo que los sufre” (cf. “¿Qué es genocidio?”, “El País”, 6-5-2015, p. 35), lo que a su entender sucedió con el conflicto que referimos, pues “el exterminio armenio encuentra en su génesis a un nacionalismo militarista, reforzado por la religión y por un componente etnicista, y activado por otra frustración, la derrota turca de 1913 en las guerras balcánicas. Sin olvidar el antecedente de la lógica de aplastamiento implacable de toda disidencia por el imperio otomano” (“ibid.”). Mediando un planteamiento maniqueo “el genocidio consiste en la eliminación de una parte del cuerpo social, al que se define como antinacional o contrarrevolucionario” (“ibid.”), lo que sucedió con el pueblo armenio, que hoy cuenta con unos ocho millones de personas repartidas por todo el mundo, viviendo solo una quinta parte del total en la República de Armenia; el resto forma parte de lo que se conoce como “diáspora armenia”.

En 2015 tuvo lugar la conmemoración del Centenario del Genocidio Armenio, pero como hay cosas que nunca se han de olvidar allende los aniversarios, proponemos la exposición “Armenia: Genocidio y Diáspora”, que quiere seguir rindiendo homenaje a un pueblo que sufrió los rigores de la barbarie sin que la historia le haya hecho suficientemente justicia, motivo por el que los implicados en esta muestra queremos contribuir a la difusión de algo que nunca debería volver a repetirse, sin querer con ello incriminar a nadie, dado que, al fin, todos somos víctimas y verdugos de la barbarie, acaezca esta donde (y cuando) acaezca.

En esta aventura han tenido a bien colaborar seis magníficos artistas plásticos de reconocida trayectoria aportando sus respectivas obras de una manera absolutamente desinteresada, sin otro motivo que la condolencia y solidaridad con una comunidad humana (descendiente de una de las culturas más antiguas del mundo) que en otro tiempo fue objeto de una terrible acometida, que buscaba su exterminio, de la que sus supervivientes conseguirían sobreponerse, preservando su idiosincrasia, a base de tesón y espíritu fraternal.

Los artistas participantes son los siguientes:

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Cielo Donís: artista mexicana cuyas obras pictóricas se caracterizan por la recreación de mundos fantásticos con una cierta angustia de fondo que queda diluida en la levedad de las atmósferas que genera. Al tan característico soplo de espiritualidad que envuelve sus pinturas se unen una belleza y un valor simbólico que, acompañados por la manera inusitada con que mira lo cotidiano, la llevan por momentos a emparentar con un cierto regusto boticelliano, vislumbrable en el delicado trazo con que perfila las figuras, articuladas asimismo con suma exquisitez; en la sutil fluidez con que discurren las escenas que representa... Asimismo, emparenta con ciertos rasgos surrealistas, siendo sus trabajos un compendio de magnificencias, como lo es concretamente su obra “El rezo más antiguo” (temple, 60x60 cm, 2014), una pintura que desprende hondura y grave componente metafísico; escenifica esta obra el vuelo de la contemplación de la barbarie, de esa inhumanidad que nos sitúa más allá de nuestra propia condición. Una insondable y sutil plegaria atenúa el dolor que representa apoyada en una gama cromática cercana al espectro solar, astro que alumbra cuanto acaece desde su privilegiada tribuna.

Rufino de Mingo: fantástico artista alcarreño de larga trayectoria, gran parte de la cual ha encauzado hacia la lucha político-social, por lo que no es extraño que no dudase en contribuir con una obra a esta muestra. De Mingo posee uno de los universos artísticos más idiosincrásicos del panorama nacional, sus obras son muy reconocibles, poseen el temperamento de quien ha generado un orbe personalísimo por el que transita de la manera más suscitadora de conmociones, toda vez que su poética se mueve en numerosas ocasiones por las trochas más deprimidas y desoladoras.

La “Obra sin título” que aporta De Mingo a esta colectiva presenta a uno de sus tan característicos personajes (los cuales parecen escapados de los frescos de la Capilla Sixtina, si bien siendo objeto de un más dúctil y abstractivo proceso esencializador, para enunciar-denunciar mundanas lacras a discreción) asimilado a una hoja a su vez movida por el viento metacarpiano de la sinrazón.

Haciendo uso de una sensación térmico-cromática fría, como suele ser habitual en él, Rufino contrarresta la baja temperatura emocional con su mirada sensual de la que es acreedor ese suave y al tiempo vigoroso manierismo de trazo grueso que en ocasiones quiere coquetear con la abstracción sin acabar de abandonarse a ella, porque, como Fray Luis de León en lo literario, Rufino de Mingo está muy apegado a la capa terrestre, por lo que su “vuelo” siempre tiene una referencia muy terrenal.

Pedro Monserrat: nos ofrece este artista una magnífica obra pictórica (“Abandonado”, 63x49 cm., óleo-papel, 1996), poseedora de un muy singular y truculento manierismo, obrado este mediante un plácido y meándrico trazo a su vez desenvuelto a través de un juego de ocres que acentúan un dramatismo velado en cierto modo por el tul de lirismo que cubre una escena en la que el desamparo se erige con tonos terrosos y fluye por entre las pinceladas, depositarias estas de un desaliño lírico y doliente y con una cierta filiación con la transvanguardia italiana.

Monserrat consigue de manera vívida y encandiladoramente lírica a un tiempo una pieza pictórica de gran factura en la que se expresa por la vía más emocional. La escena que concibe es deudora de una descreída espiritualidad; viene a plasmar el desalentado poso de desaliento que deja la ignominia.

Gustavo Bar Valenzuela: magnífico pintor y profesor de pintura israelí, es el suyo un estilo poéticamente hiperrealista, no en vano rescata, verbigracia, la poesía que pueda encerrar la arruga de un pantalón vaquero colgado; apresa la fugacidad de los momentos ornamentándolos mediante la atribución de ese recóndito encanto que se escapa al ojo humano corriente pero no al de quien se dedica a engendrar belleza por la vía pictórica, algo que en el caso de Gustavo es tan complicado y sencillo a la vez como asir ese latente rasgo de beldad y contaminar todo el entorno en rededor del epicentro de la escena con el aroma del encantador y minúsculo detalle aprehendido.

En efecto, tiende a priorizar Gustavo Bar Valenzuela, el rasgo de fugacidad o el pequeño detalle. Es un pintor simbólico-sinecdótico el israelí, atributos estos que matizan considerablemente sus escenas realistas, pues hacen fluir por la atmósfera generada el impensado rasgo de belleza.

“El Duduk de Sarkis” (óleo sobre tela, 60x60, 2014) es una conmovedora pintura que sintetiza magníficamente la realidad que quiere referir, pues el Duduk es una flauta característica de Armenia (declarada patrimonio cultural inmaterial de la humanidad), que es emplazada en el centro de la imagen, situada sobre una tabla y apoyada en una pared de color anaranjadamente trágico, quedando flanqueada, además, por una fotografía en blanco y negro en la que aparecen dos niños con semblante doliente y por una vela que arroja algo de luz al conjunto, la luz que se consume esperando quizá que alguien vuelva a hacer sonar la flauta interpretando una edificante melodía tras limpiar las manchas de sangre que salpica el arduo recuerdo encarnado en la fotografía de los muchachos.

Carmen Pagés: una artista de dilatada y profunda trayectoria cuyo estilo es difícil de clasificar dado que se maneja en variados formatos, temáticas y maneras, si bien en todo momento sus obras respiran un mismo aire creativo, además de poseer una impronta que las amalgama.

Muchas de sus pinturas se me antojan una vía mixta entre Gauguin y Henri Rousseau; se caracterizan por poseer una cierta exuberancia y sensualidad que al cabo vendría a ser una liberación sensorial a través del colorismo suave, refinado, de una sencillez que incursiona en lo ignoto, en un leve extrañamiento que, finalmente, se acaba resolviendo en favor de la inteligibilidad, pues Carmen Pagés “terrenaliza” los asuntos de sus obras sin por ello renegar del vuelo, que en su caso provendría de la paleta cromática y del sugerente soplo de denuncia y reivindicación que sobrevuela sus creaciones.

En el “Tríptico” que Pagés presenta en esta exposición (técnica mixta, papel pegado en tabla, 53x45, cada uno) nos vuelve a sorprender emparentando en cierto modo con el Art Brut en algunos de los postulados de esta corriente, como son la primacía de lo instintivo y la reivindicación del poder del material, y es que dicha vía es la que más a flor de piel deja atisbar lo que el artista quiere comunicar. Las tres siluetas que figuran en cada uno de los cuadritos del tríptico poseen sendos conmovedores ademanes y, a poco que se los contemple, perturbarán al observador. La intensidad sentimental que Pagés consigue con tan “a priori” simples siluetas es palmario testimonio del profundo trabajo que la artista ha desarrollado en pos de la consecución de tan contundente y estremecedor resultado.

Francisco Gómez Jarillo: artista, arquitecto técnico y profesor de la UAX, este creador es un afinado potenciador de fragancias y sensaciones con muy escasos mimbres. Hace estallar significantes visuales los cuales, a su vez, sueltan el lastre de los más evocadores significados.

Siluetea nuestro artista los flancos más desapercibidos del mundo en rededor elevándolos a estadios de sublimidad impensados “a priori”; aboceta y garabatea la vida más cotidiana asiéndola por esa ladera inesperada y sorprendente. Sus paisajes exteriores, reflejo del intrínseco, son entrañablemente plásticos y poéticos. Acuarela la vida Francisco Gómez Jarillo con una paleta cromática emplazada en cierta frialdad que, paradójicamente, genera la calidez de un espíritu sensible.

“En su recuerdo” (marmolina, 100x50x30 cm, 2016), es una magnífica pieza escultórica hondamente insinuante y sinuosamente abstracta para la que ha empleado técnicas de talla en negativo de polímeros, no en vano en la actualidad Francisco Gómez Jarillo investiga sobre la sublimación de polímeros para ser vaciados en hormigón.

La suavidad de que hace acreedor al pétreo material es sello característico de este artista, en los últimos tiempos más decantado por la escultura, si bien es asimismo uno de los grandes promotores en España del movimiento internacional de dibujantes SketchCrawls, cosa nada baladí si nos atenemos al lujo de detalles que implementa en piezas como la que aporta a esta exposición, que más que una escultura parece un dibujo caprichosa y dulcemente garabateado, el cual, de repente, como que no quiere la cosa, hubiera adquirido pétrea materialidad. Dibuja, en definitiva, Gómez Jarillo en esta obra el recuerdo de la barbarie al que erige en piedra angular de la humana concordia.

Al fin, es un auténtico lujo haber podido contar con el concurso de tamaño elenco de artistas para esta exposición, unos artistas que han prestado desinteresadamente sus obras, seleccionadas o elaboradas “ad hoc” para la muestra. También merece mención aparte la editorial Mundibook, de quien partió esta idea, tras editar en 2015 el libro del novelista Francesc Hidalgo “Hija de la Diáspora” en el marco de la conmemoración del Centenario del Genocidio armenio.

Pese a las vicisitudes atravesadas hasta la consecución de “Armenia: Genocidio y Diáspora” nos congratulamos de presentar al fin esta magnífica manifestación artística colectiva, motivada por tan amargo como injustamente olvidado hecho histórico.

“Armenia: Genocidio y Diáspora” permanecerá en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid del día 16 de enero al 2 de febrero de 2017.

Armenia: Genocidio y diáspora

Exposición en la Universidad Complutense de Madrid en recuerdo de una tragedia más allá de su Centenario
Diego Vadillo López
jueves, 5 de enero de 2017, 02:25 h (CET)
El lunes 16 de enero de 2017 inauguramos en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid la exposición “Armenia: Genocidio y Diáspora”, cuyo comisariado tengo el honor de asumir contando con la participación de un conjunto de artistas de primer nivel los cuales han cedido gustosamente sus obras para solidarizarse con las víctimas de tan inhumano acontecimiento histórico, una circunstancia que a continuación paso a recordar brevemente en la esperanza de ayudar a la concienciación de lo indeseable de tamañas atrocidades, esas que, por desgracia, han seguido teniendo lugar en muchos otros lugares del planeta.

0501171La transformación del imperio otomano en un estado-nación moderno fue traumática por revelarse sus estructuras políticas, fundadas en el sultanato, como un nada desdeñable factor de renuencia al cambio, lo que acarrearía graves consecuencias para algunos de los pueblos sometidos al que era un imperio plurinacional. Tras la independencia búlgara, se trató de evitar que ocurriera lo propio con la comunidad armenia, a la que se sospechaba que la Rusia zarista estaba incentivando a hacer defección del imperio otomano; asimismo, dicha comunidad armenia estaba, por otra parte, empezando a adquirir conciencia política autónoma. Por ello, a finales del XIX tendrían lugar una serie de matanzas que ofrecieron el balance de 300.000 armenios asesinados. Y aun más implacables serían los miembros del partido de los Jóvenes Turcos (que dieron un golpe de estado en 1913) durante la I Guerra Mundial, alarmados por los avances rusos: decidieron trasladar a los armenios que habitaban la zona de combate hacia las provincias del sur, siendo, muchos de estos deportados, asesinados por orden de algunos de los oficiales. También se reclutaría a otros muchos armenios para la realización de las más penosas tareas en el frente e incluso para su utilización como escudos humanos. La principal consecuencia de todo fue la muerte de cerca de dos millones de armenios.

El catedrático de Ciencia Política Antonio Elorza aclaraba perfectamente el significado de “genocidio”, término que, según apuntaba, es el indicado para referir represiones como la sufrida por los armenios de mano de los otomanos, pues es más específico que la expresión “crímenes contra la humanidad”, que serían “acciones o episodios puntuales o acumulativos, en tanto que el genocidio los engloba en el seno de un proceso de destrucción generalizado, contra una nación, una raza o una religión. […] requiere la motivación, la voluntad de extinguir al grupo que los sufre” (cf. “¿Qué es genocidio?”, “El País”, 6-5-2015, p. 35), lo que a su entender sucedió con el conflicto que referimos, pues “el exterminio armenio encuentra en su génesis a un nacionalismo militarista, reforzado por la religión y por un componente etnicista, y activado por otra frustración, la derrota turca de 1913 en las guerras balcánicas. Sin olvidar el antecedente de la lógica de aplastamiento implacable de toda disidencia por el imperio otomano” (“ibid.”). Mediando un planteamiento maniqueo “el genocidio consiste en la eliminación de una parte del cuerpo social, al que se define como antinacional o contrarrevolucionario” (“ibid.”), lo que sucedió con el pueblo armenio, que hoy cuenta con unos ocho millones de personas repartidas por todo el mundo, viviendo solo una quinta parte del total en la República de Armenia; el resto forma parte de lo que se conoce como “diáspora armenia”.

En 2015 tuvo lugar la conmemoración del Centenario del Genocidio Armenio, pero como hay cosas que nunca se han de olvidar allende los aniversarios, proponemos la exposición “Armenia: Genocidio y Diáspora”, que quiere seguir rindiendo homenaje a un pueblo que sufrió los rigores de la barbarie sin que la historia le haya hecho suficientemente justicia, motivo por el que los implicados en esta muestra queremos contribuir a la difusión de algo que nunca debería volver a repetirse, sin querer con ello incriminar a nadie, dado que, al fin, todos somos víctimas y verdugos de la barbarie, acaezca esta donde (y cuando) acaezca.

En esta aventura han tenido a bien colaborar seis magníficos artistas plásticos de reconocida trayectoria aportando sus respectivas obras de una manera absolutamente desinteresada, sin otro motivo que la condolencia y solidaridad con una comunidad humana (descendiente de una de las culturas más antiguas del mundo) que en otro tiempo fue objeto de una terrible acometida, que buscaba su exterminio, de la que sus supervivientes conseguirían sobreponerse, preservando su idiosincrasia, a base de tesón y espíritu fraternal.

Los artistas participantes son los siguientes:

0501172

Cielo Donís: artista mexicana cuyas obras pictóricas se caracterizan por la recreación de mundos fantásticos con una cierta angustia de fondo que queda diluida en la levedad de las atmósferas que genera. Al tan característico soplo de espiritualidad que envuelve sus pinturas se unen una belleza y un valor simbólico que, acompañados por la manera inusitada con que mira lo cotidiano, la llevan por momentos a emparentar con un cierto regusto boticelliano, vislumbrable en el delicado trazo con que perfila las figuras, articuladas asimismo con suma exquisitez; en la sutil fluidez con que discurren las escenas que representa... Asimismo, emparenta con ciertos rasgos surrealistas, siendo sus trabajos un compendio de magnificencias, como lo es concretamente su obra “El rezo más antiguo” (temple, 60x60 cm, 2014), una pintura que desprende hondura y grave componente metafísico; escenifica esta obra el vuelo de la contemplación de la barbarie, de esa inhumanidad que nos sitúa más allá de nuestra propia condición. Una insondable y sutil plegaria atenúa el dolor que representa apoyada en una gama cromática cercana al espectro solar, astro que alumbra cuanto acaece desde su privilegiada tribuna.

Rufino de Mingo: fantástico artista alcarreño de larga trayectoria, gran parte de la cual ha encauzado hacia la lucha político-social, por lo que no es extraño que no dudase en contribuir con una obra a esta muestra. De Mingo posee uno de los universos artísticos más idiosincrásicos del panorama nacional, sus obras son muy reconocibles, poseen el temperamento de quien ha generado un orbe personalísimo por el que transita de la manera más suscitadora de conmociones, toda vez que su poética se mueve en numerosas ocasiones por las trochas más deprimidas y desoladoras.

La “Obra sin título” que aporta De Mingo a esta colectiva presenta a uno de sus tan característicos personajes (los cuales parecen escapados de los frescos de la Capilla Sixtina, si bien siendo objeto de un más dúctil y abstractivo proceso esencializador, para enunciar-denunciar mundanas lacras a discreción) asimilado a una hoja a su vez movida por el viento metacarpiano de la sinrazón.

Haciendo uso de una sensación térmico-cromática fría, como suele ser habitual en él, Rufino contrarresta la baja temperatura emocional con su mirada sensual de la que es acreedor ese suave y al tiempo vigoroso manierismo de trazo grueso que en ocasiones quiere coquetear con la abstracción sin acabar de abandonarse a ella, porque, como Fray Luis de León en lo literario, Rufino de Mingo está muy apegado a la capa terrestre, por lo que su “vuelo” siempre tiene una referencia muy terrenal.

Pedro Monserrat: nos ofrece este artista una magnífica obra pictórica (“Abandonado”, 63x49 cm., óleo-papel, 1996), poseedora de un muy singular y truculento manierismo, obrado este mediante un plácido y meándrico trazo a su vez desenvuelto a través de un juego de ocres que acentúan un dramatismo velado en cierto modo por el tul de lirismo que cubre una escena en la que el desamparo se erige con tonos terrosos y fluye por entre las pinceladas, depositarias estas de un desaliño lírico y doliente y con una cierta filiación con la transvanguardia italiana.

Monserrat consigue de manera vívida y encandiladoramente lírica a un tiempo una pieza pictórica de gran factura en la que se expresa por la vía más emocional. La escena que concibe es deudora de una descreída espiritualidad; viene a plasmar el desalentado poso de desaliento que deja la ignominia.

Gustavo Bar Valenzuela: magnífico pintor y profesor de pintura israelí, es el suyo un estilo poéticamente hiperrealista, no en vano rescata, verbigracia, la poesía que pueda encerrar la arruga de un pantalón vaquero colgado; apresa la fugacidad de los momentos ornamentándolos mediante la atribución de ese recóndito encanto que se escapa al ojo humano corriente pero no al de quien se dedica a engendrar belleza por la vía pictórica, algo que en el caso de Gustavo es tan complicado y sencillo a la vez como asir ese latente rasgo de beldad y contaminar todo el entorno en rededor del epicentro de la escena con el aroma del encantador y minúsculo detalle aprehendido.

En efecto, tiende a priorizar Gustavo Bar Valenzuela, el rasgo de fugacidad o el pequeño detalle. Es un pintor simbólico-sinecdótico el israelí, atributos estos que matizan considerablemente sus escenas realistas, pues hacen fluir por la atmósfera generada el impensado rasgo de belleza.

“El Duduk de Sarkis” (óleo sobre tela, 60x60, 2014) es una conmovedora pintura que sintetiza magníficamente la realidad que quiere referir, pues el Duduk es una flauta característica de Armenia (declarada patrimonio cultural inmaterial de la humanidad), que es emplazada en el centro de la imagen, situada sobre una tabla y apoyada en una pared de color anaranjadamente trágico, quedando flanqueada, además, por una fotografía en blanco y negro en la que aparecen dos niños con semblante doliente y por una vela que arroja algo de luz al conjunto, la luz que se consume esperando quizá que alguien vuelva a hacer sonar la flauta interpretando una edificante melodía tras limpiar las manchas de sangre que salpica el arduo recuerdo encarnado en la fotografía de los muchachos.

Carmen Pagés: una artista de dilatada y profunda trayectoria cuyo estilo es difícil de clasificar dado que se maneja en variados formatos, temáticas y maneras, si bien en todo momento sus obras respiran un mismo aire creativo, además de poseer una impronta que las amalgama.

Muchas de sus pinturas se me antojan una vía mixta entre Gauguin y Henri Rousseau; se caracterizan por poseer una cierta exuberancia y sensualidad que al cabo vendría a ser una liberación sensorial a través del colorismo suave, refinado, de una sencillez que incursiona en lo ignoto, en un leve extrañamiento que, finalmente, se acaba resolviendo en favor de la inteligibilidad, pues Carmen Pagés “terrenaliza” los asuntos de sus obras sin por ello renegar del vuelo, que en su caso provendría de la paleta cromática y del sugerente soplo de denuncia y reivindicación que sobrevuela sus creaciones.

En el “Tríptico” que Pagés presenta en esta exposición (técnica mixta, papel pegado en tabla, 53x45, cada uno) nos vuelve a sorprender emparentando en cierto modo con el Art Brut en algunos de los postulados de esta corriente, como son la primacía de lo instintivo y la reivindicación del poder del material, y es que dicha vía es la que más a flor de piel deja atisbar lo que el artista quiere comunicar. Las tres siluetas que figuran en cada uno de los cuadritos del tríptico poseen sendos conmovedores ademanes y, a poco que se los contemple, perturbarán al observador. La intensidad sentimental que Pagés consigue con tan “a priori” simples siluetas es palmario testimonio del profundo trabajo que la artista ha desarrollado en pos de la consecución de tan contundente y estremecedor resultado.

Francisco Gómez Jarillo: artista, arquitecto técnico y profesor de la UAX, este creador es un afinado potenciador de fragancias y sensaciones con muy escasos mimbres. Hace estallar significantes visuales los cuales, a su vez, sueltan el lastre de los más evocadores significados.

Siluetea nuestro artista los flancos más desapercibidos del mundo en rededor elevándolos a estadios de sublimidad impensados “a priori”; aboceta y garabatea la vida más cotidiana asiéndola por esa ladera inesperada y sorprendente. Sus paisajes exteriores, reflejo del intrínseco, son entrañablemente plásticos y poéticos. Acuarela la vida Francisco Gómez Jarillo con una paleta cromática emplazada en cierta frialdad que, paradójicamente, genera la calidez de un espíritu sensible.

“En su recuerdo” (marmolina, 100x50x30 cm, 2016), es una magnífica pieza escultórica hondamente insinuante y sinuosamente abstracta para la que ha empleado técnicas de talla en negativo de polímeros, no en vano en la actualidad Francisco Gómez Jarillo investiga sobre la sublimación de polímeros para ser vaciados en hormigón.

La suavidad de que hace acreedor al pétreo material es sello característico de este artista, en los últimos tiempos más decantado por la escultura, si bien es asimismo uno de los grandes promotores en España del movimiento internacional de dibujantes SketchCrawls, cosa nada baladí si nos atenemos al lujo de detalles que implementa en piezas como la que aporta a esta exposición, que más que una escultura parece un dibujo caprichosa y dulcemente garabateado, el cual, de repente, como que no quiere la cosa, hubiera adquirido pétrea materialidad. Dibuja, en definitiva, Gómez Jarillo en esta obra el recuerdo de la barbarie al que erige en piedra angular de la humana concordia.

Al fin, es un auténtico lujo haber podido contar con el concurso de tamaño elenco de artistas para esta exposición, unos artistas que han prestado desinteresadamente sus obras, seleccionadas o elaboradas “ad hoc” para la muestra. También merece mención aparte la editorial Mundibook, de quien partió esta idea, tras editar en 2015 el libro del novelista Francesc Hidalgo “Hija de la Diáspora” en el marco de la conmemoración del Centenario del Genocidio armenio.

Pese a las vicisitudes atravesadas hasta la consecución de “Armenia: Genocidio y Diáspora” nos congratulamos de presentar al fin esta magnífica manifestación artística colectiva, motivada por tan amargo como injustamente olvidado hecho histórico.

“Armenia: Genocidio y Diáspora” permanecerá en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid del día 16 de enero al 2 de febrero de 2017.

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