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Estudian el paso del tiempo a través de las arrugas que crecieron al unísono

Cotillón a dúo

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Toda esta mandanga de tiempo que los “sabios” han dado en llamar año, va a doblar esta noche la esquina para zambullirse en un nuevo invento de temporalidad. Se nos va la vida entre uvas y cotillones. Y lo celebramos. Así somos para gozo y pena de nosotros mismos; no hay quien dé más por menos.

Hace años, más de sesenta, era el padre, el que puesto en pie, anunciaba a la familia los cuartos del reloj de la Puerta del Sol. Todos los miembros del “clan” estábamos pendientes del gesto paterno. Radio Nacional retransmitía las campanadas. Todo era jolgorio: la abuela, madre, hermanos, anís, coñac, sidra, peladillas y turrón de almendras. ¡Ahora!, decía el patriarca, y una a una, o con una “atragantera” de mucho cuidado, las uvas, debidamente escamondadas, se convertían en fiesta. Después, los besos a todos y cada uno de los miembros de la familia y, más tarde, el brindis con sidra El Gaitero.

El transcurrir de la vida -la existencia- va enterrando a unos y dispersando a otros; estos, o sea, los otros, van formando nuevas familias. Es ley de vida, y la ley existe para que se cumpla, pero en la actualidad no es el padre el que marca el principio del nuevo año.

El padre y la madre, ya abuelos, miran a derecha e izquierda y ven tan sólo las estrellitas del viejo Belén. Recomponen la mirada y se observan el uno al otro, estudian el paso del tiempo a través de las arrugas que crecieron al unísono y, con parsimonia, sin atragantarse y tragándose alguna que otra lágrima de vida, las uvas, al compás de cualquier cadena televisiva, realizan su rítmico caminar de una en una. Y los padres, serenamente, se aman de forma distinta: con cariño y para siempre, o sea: para una pizca de tiempo.

Es ley de vida, decía, y la ley se cumple. Me queda, quiero creer, alguna que otra fiesta de fin de “curso” o de principio de otro, y cada año, cuestión de artritis, nos costará más alzar las copas y tragar las uvas, cuestión de diabetes; pero seguiremos juntos hasta que la ley de vida, la muerte, nos separe.

Va por ti, “pastora”; por todas las mujeres.

Cotillón a dúo

Estudian el paso del tiempo a través de las arrugas que crecieron al unísono
José García Pérez
sábado, 31 de diciembre de 2016, 11:57 h (CET)
Toda esta mandanga de tiempo que los “sabios” han dado en llamar año, va a doblar esta noche la esquina para zambullirse en un nuevo invento de temporalidad. Se nos va la vida entre uvas y cotillones. Y lo celebramos. Así somos para gozo y pena de nosotros mismos; no hay quien dé más por menos.

Hace años, más de sesenta, era el padre, el que puesto en pie, anunciaba a la familia los cuartos del reloj de la Puerta del Sol. Todos los miembros del “clan” estábamos pendientes del gesto paterno. Radio Nacional retransmitía las campanadas. Todo era jolgorio: la abuela, madre, hermanos, anís, coñac, sidra, peladillas y turrón de almendras. ¡Ahora!, decía el patriarca, y una a una, o con una “atragantera” de mucho cuidado, las uvas, debidamente escamondadas, se convertían en fiesta. Después, los besos a todos y cada uno de los miembros de la familia y, más tarde, el brindis con sidra El Gaitero.

El transcurrir de la vida -la existencia- va enterrando a unos y dispersando a otros; estos, o sea, los otros, van formando nuevas familias. Es ley de vida, y la ley existe para que se cumpla, pero en la actualidad no es el padre el que marca el principio del nuevo año.

El padre y la madre, ya abuelos, miran a derecha e izquierda y ven tan sólo las estrellitas del viejo Belén. Recomponen la mirada y se observan el uno al otro, estudian el paso del tiempo a través de las arrugas que crecieron al unísono y, con parsimonia, sin atragantarse y tragándose alguna que otra lágrima de vida, las uvas, al compás de cualquier cadena televisiva, realizan su rítmico caminar de una en una. Y los padres, serenamente, se aman de forma distinta: con cariño y para siempre, o sea: para una pizca de tiempo.

Es ley de vida, decía, y la ley se cumple. Me queda, quiero creer, alguna que otra fiesta de fin de “curso” o de principio de otro, y cada año, cuestión de artritis, nos costará más alzar las copas y tragar las uvas, cuestión de diabetes; pero seguiremos juntos hasta que la ley de vida, la muerte, nos separe.

Va por ti, “pastora”; por todas las mujeres.

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