La última película de Giuseppe Tornatore repasa, en 150 largos minutos, la historia de la ciudad de Sicilia en sus últimos ochenta años, a través de Peppino, hijo de un campesino y con el trasfondo del fascismo y su instauración en Italia.
Lo que podía haber sido una emotiva representación de las gentes que han poblado la ciudad de Sicilia se queda a medias, tanto en el fondo como en la forma. Si bien, Tornatore, como ya demostró en Cinema Paradiso, se mueve estupendamente en los terrenos de la emoción, Baaria resulta algo pretenciosa en su puesta en escena y casi desde el principio, coloca al espectador no como mero contemplador de la historia, sino guiándolo un poco maniqueamente.
Baaria supone la vuelta a la composición de Ennio Morricone que no firma uno de sus mejores trabajos. Como con casi todo en la película, la música resulta excesiva y subraya casi hasta la saciedad los momentos emotivos. En algunos momentos, funciona, pero en otros, supone un subrayado innecesario. No hay que descartar, no obstante, que la exposición excesiva frente a la sugerencia sea una de las cosas que lleva a unos espectadores educados audiovisualmente con la televisión, a las salas hoy en día. En Italia ha sido un éxito de público y hasta el mismo presidente de la República, ha hecho campaña publicitaria de la misma, aprovechando que la productora es de propiedad familiar.
Logra encontrar momentos de ternura, sobre todo en la primera media hora donde Peppino es aun un niño, pero el aspecto épico que envuelve toda la obra la aleja del naturalismo que en décadas pasadas ha impregnado el cine italiano y que tantos ejemplos de emoción ha dejado en nuestras retinas.
Ambiciosa es la palabra que mejor podría definir a la película, si bien, el alma que hace que una galería de imágenes colocadas una tras otra toque al espectador se quedó en Cinema Paradiso, obra más tierna y con más vida interior. En esto, guarda cierto paralelismo con Agora, pero la película española no pretendía en ningún momento ser sensible.
Ángela Molina y Monica Belluci cumplen en dos papeles pequeños, pero solventes y el resto de los intérpretes no desentonan dentro del tono general del metraje.
Sin llegar a la crítica descarnada que Rivette hizo en su artículo “De la abyección” al director italiano Pontecorvo, Giuseppe Tornatore no andaría muy lejos de tales epítetos en manos de unos furiosos críticos franceses de los años sesenta.