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¿Es posible deshacer el entuerto cometido por Adán?

Paraíso recuperado

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Una ojeada superficial a nuestro entorno nos daremos cuenta de la suciedad que producen los desperdicios que engendra la sociedad que se considera civilizada: la erosión que desertiza el territorio, la desaparición de muchas especies animales que perjudica el equilibrio medioambiental, la destrucción de ciudades por las bombas que siembran el terror entre la población, la muerte de niños de hambre y de enfermedades que actualmente se pueden curar. Podemos alargar la lista de las cosas que afean a la Tierra. Ecologistas y científicos nos avisan de que es urgente hacer algo para evitar la destrucción del planeta que nos da cobijo. La respuesta al llamado son buenas palabras para acallar las conciencias y poco más. Disponemos de los medios económicos y tecnológicos para hacer que la Tierra siga siendo un espacio acogedor para toda la población, ¿qué ocurre?

Vayamos al principio del relato de la creación según la Biblia. Cuando la Tierra estaba en condiciones de recibir al hombre Dios lo creó y, “tomó, pues, el Señor Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrase y lo cultivase” (Génesis 2:15). El creador lo había hecho todo muy bien, pero el mantenimiento y cuidado del huerto lo puso en manos de Adán y Eva. Todo era perfecto y el cuidado y mantenimiento del jardín no hacía sudar. Sin esperarlo sucede algo que trastorna el equilibrio idílico en el que vivían nuestros primeros padres. La permanencia del jardín idílico dependía de la obediencia de Adán y Eva a la prohibición que el Creador les había mandado. No lo hicieron y comieron “del árbol del conocimiento del bien y del mal” (2:17). Comieron y el idilio se evaporó. Adán y Eva instantáneamente murieron espiritualmente. Un abismo profundo e infranqueable se abrió que impidió la relación del hombre con su Creador. Más tarde murieron físicamente. El entorno idílico en que vivían también se vio afectado. De los labios del Creador salió la sentencia condenatoria que se merecía su rebelión. “Y al hombre dijo: por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol que te mandé diciendo: No comerás de él, maldita será la Tierra por tu causa, con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado, pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:17-19). Puede no gustarnos la sentencia dictada por el Creador, esta es la realidad. La tomamos o la dejamos. Depende de nuestra elección. Si no nos gusta, darnos cabezazos contra un muro no cambiará la realidad. Todo lo contrario agrava nuestra situación porque le añade el ácido que corroe nuestras entrañas. La Tierra se ha convertido en una residencia hostil. Los animales que antes eran dóciles y convivían pacíficamente con nuestros primeros padres, se hicieron enemigos. Espinos, cardos y sudor indican la hostilidad medioambiental. Además se añade la negligencia por parte del hombre de cuidar el jardín que ha sido puesto bajo su cuidado. La suciedad invade las ciudades y el medio natural, a la que deben añadirse los restos de los artefactos que el hombre deja en el espacio cuando dejan de ser útiles. A todo ello deben añadirse las consecuencias del pecado en las relaciones humanas. Cuando Dios le preguntó a Caín dónde estaba su hermano Abel a quien había matado, respondió: “No lo sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4:9). El egoísmo ha sustituido el amor de Dios y las consecuencias nefastas de ello las tocamos diariamente. Toda la creación se ha visto afecta por la desobediencia de Adán. El pecado de Adán es el culpable de que sea imposible hacer de la Tierra una habitación segura en la que impere la justicia.

El desencanto es total. ¿Existe la posibilidad de darle la vuelta a la situación ¿ El apóstol Pablo refiriéndose al desasosiego medioambiental y social que tanto nos preocupa, escribe: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” Romanos 8:18). El apóstol comparte con nosotros la buena noticia que la crisis actual no es eterna, que tiene fecha de caducidad, aun cuando no nos haya sido revelada. El apóstol personifica la creación que ha sido maldecida por Dios debido al pecado de Adán, haciéndole decir: “Porque el anhelo ardiente de la creación es aguardar la manifestación de los hijos de Dios…Porque la creación misma será librada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios…”(vv. 19-24).

Los discípulos le preguntaron a Jesús cuando finalizarían las tribulaciones del tiempo presente. La respuesta que recibieron fue que sólo Dios conoce el día en que sucederá. Sabiendo con certeza que se producirá a su debido tiempo la venida gloriosa del Hijo de Dios que pondrá fin definitivamente a la situación agobiante actual, despierta en los corazones de los creyentes “la esperanza que no vemos, con paciencia la aguardamos” (v.25).

La Biblia empieza con el paraíso perdido y finaliza con el paraíso recuperado en donde: “no habrá más maldición, y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su Nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 22.3-5).

“Estas cosas son fieles y verdaderas” (v. 6) le dijo el Señor a Juan , el redactor de Apocalipsis, revelación del Señor Jesucristo.

Paraíso recuperado

¿Es posible deshacer el entuerto cometido por Adán?
Octavi Pereña
miércoles, 28 de diciembre de 2016, 00:15 h (CET)
Una ojeada superficial a nuestro entorno nos daremos cuenta de la suciedad que producen los desperdicios que engendra la sociedad que se considera civilizada: la erosión que desertiza el territorio, la desaparición de muchas especies animales que perjudica el equilibrio medioambiental, la destrucción de ciudades por las bombas que siembran el terror entre la población, la muerte de niños de hambre y de enfermedades que actualmente se pueden curar. Podemos alargar la lista de las cosas que afean a la Tierra. Ecologistas y científicos nos avisan de que es urgente hacer algo para evitar la destrucción del planeta que nos da cobijo. La respuesta al llamado son buenas palabras para acallar las conciencias y poco más. Disponemos de los medios económicos y tecnológicos para hacer que la Tierra siga siendo un espacio acogedor para toda la población, ¿qué ocurre?

Vayamos al principio del relato de la creación según la Biblia. Cuando la Tierra estaba en condiciones de recibir al hombre Dios lo creó y, “tomó, pues, el Señor Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrase y lo cultivase” (Génesis 2:15). El creador lo había hecho todo muy bien, pero el mantenimiento y cuidado del huerto lo puso en manos de Adán y Eva. Todo era perfecto y el cuidado y mantenimiento del jardín no hacía sudar. Sin esperarlo sucede algo que trastorna el equilibrio idílico en el que vivían nuestros primeros padres. La permanencia del jardín idílico dependía de la obediencia de Adán y Eva a la prohibición que el Creador les había mandado. No lo hicieron y comieron “del árbol del conocimiento del bien y del mal” (2:17). Comieron y el idilio se evaporó. Adán y Eva instantáneamente murieron espiritualmente. Un abismo profundo e infranqueable se abrió que impidió la relación del hombre con su Creador. Más tarde murieron físicamente. El entorno idílico en que vivían también se vio afectado. De los labios del Creador salió la sentencia condenatoria que se merecía su rebelión. “Y al hombre dijo: por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol que te mandé diciendo: No comerás de él, maldita será la Tierra por tu causa, con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado, pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:17-19). Puede no gustarnos la sentencia dictada por el Creador, esta es la realidad. La tomamos o la dejamos. Depende de nuestra elección. Si no nos gusta, darnos cabezazos contra un muro no cambiará la realidad. Todo lo contrario agrava nuestra situación porque le añade el ácido que corroe nuestras entrañas. La Tierra se ha convertido en una residencia hostil. Los animales que antes eran dóciles y convivían pacíficamente con nuestros primeros padres, se hicieron enemigos. Espinos, cardos y sudor indican la hostilidad medioambiental. Además se añade la negligencia por parte del hombre de cuidar el jardín que ha sido puesto bajo su cuidado. La suciedad invade las ciudades y el medio natural, a la que deben añadirse los restos de los artefactos que el hombre deja en el espacio cuando dejan de ser útiles. A todo ello deben añadirse las consecuencias del pecado en las relaciones humanas. Cuando Dios le preguntó a Caín dónde estaba su hermano Abel a quien había matado, respondió: “No lo sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4:9). El egoísmo ha sustituido el amor de Dios y las consecuencias nefastas de ello las tocamos diariamente. Toda la creación se ha visto afecta por la desobediencia de Adán. El pecado de Adán es el culpable de que sea imposible hacer de la Tierra una habitación segura en la que impere la justicia.

El desencanto es total. ¿Existe la posibilidad de darle la vuelta a la situación ¿ El apóstol Pablo refiriéndose al desasosiego medioambiental y social que tanto nos preocupa, escribe: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” Romanos 8:18). El apóstol comparte con nosotros la buena noticia que la crisis actual no es eterna, que tiene fecha de caducidad, aun cuando no nos haya sido revelada. El apóstol personifica la creación que ha sido maldecida por Dios debido al pecado de Adán, haciéndole decir: “Porque el anhelo ardiente de la creación es aguardar la manifestación de los hijos de Dios…Porque la creación misma será librada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios…”(vv. 19-24).

Los discípulos le preguntaron a Jesús cuando finalizarían las tribulaciones del tiempo presente. La respuesta que recibieron fue que sólo Dios conoce el día en que sucederá. Sabiendo con certeza que se producirá a su debido tiempo la venida gloriosa del Hijo de Dios que pondrá fin definitivamente a la situación agobiante actual, despierta en los corazones de los creyentes “la esperanza que no vemos, con paciencia la aguardamos” (v.25).

La Biblia empieza con el paraíso perdido y finaliza con el paraíso recuperado en donde: “no habrá más maldición, y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su Nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 22.3-5).

“Estas cosas son fieles y verdaderas” (v. 6) le dijo el Señor a Juan , el redactor de Apocalipsis, revelación del Señor Jesucristo.

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