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Etiquetas | voluntariado | Social
La decisión de incorporar una experiencia de voluntariado en el Currículum y la forma en que lo hace, como la decisión de incorporarse a una organización social, corresponde a la persona, no a gobiernos ni a otros intereses

Burocratizar el voluntariado

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En medio de un contexto de precariedad laboral y de altos niveles de desempleo, la Plataforma de Voluntariado de España (PVE) promueve una “certificación de competencias a través del voluntariado”. Con esta iniciativa, las personas que hagan voluntariado en organizaciones sociales con programas para los más desfavorecidos podrán identificar qué competencias han desarrollado con su experiencia dentro de las organizaciones sociales, a las que podrán solicitar un certificado para incorporarlos en su Currículum.

Entre esas competencias están “analizar y resolver problemas”, “iniciativa y autonomía”, “flexibilidad e Innovación”, “capacidad para liderar iniciativas”, “organización y planificación”, “comunicación interpersonal” y “trabajo en equipo”.

Esta certificación va en la línea de la propuesta que hizo el Parlamento Europeo, hace tres años, de crear un Pasaporte de Capacidades para reconocer el voluntariado social como experiencia para encontrar un puesto de trabajo. Los eurodiputados que impulsaban el texto argumentaban, como argumenta la PVE, que las actividades altruistas enriquecen el currículum con nuevas competencias y conocimientos.

Se comprende que, a muchos departamentos de recursos humanos, las aficiones, actividades y experiencias fuera del trabajo les digan tanto como el expediente académico y la experiencia profesional del candidato. Las actividades de voluntariado y de trabajo en equipo pueden decir mucho a favor de una persona a la hora de incorporarse en un equipo de trabajo y de adaptarse. Por su demostrado sentido de responsabilidad social y de solidaridad.

Sin embargo, una certificación como la que se plantea podría desvirtuar el voluntariado social si en la práctica alterara el componente de gratuidad que caracteriza al voluntariado social y que trasciende una contraprestación económica. Se desvirtuaría todo un movimiento si la obtención de un certificado de competencias se convirtiera en la motivación principal. Ocurre lo mismo con el “voluntariado” con el que algunas empresas pretenden “animar” a sus empleados y mejorar su imagen pública por medio de programas de Responsabilidad Social Corporativa. Esta moda se ha instalado incluso en algunas universidades que certifican con créditos académicos las actividades de voluntariado para así implicar a sus alumnos en tareas solidarias, formar “personas íntegras” y hacer de los jóvenes “gente de bien”.

A largo plazo, estas intromisiones de gobiernos, universidades y empresas en el ámbito del voluntariado pueden dejar en fuera de juego a organizaciones que pretendan mantener intacto el componente de gratuidad. Les resultará cada vez más difícil cumplir con las leyes de voluntariado y reglamentos que proliferan, así como conseguir “sellos de transparencia y buen gobierno” y solicitar financiación pública o privada para mantener sus programas con personas sin hogar, con mayores, presos y muchos otros grupos en exclusión.

Al convertir en medios para conseguir fines “elevados” a organizaciones con experiencia contrastada que canalizan el trabajo de voluntarios por y para personas excluidas, se despoja al voluntariado de su esencia: la persona como protagonista y agente de transformación en un mundo plagado de desigualdades injustas.

El voluntariado se distingue de otras formas de “hacer el bien” en que la experiencia y sus procesos están por encima de resultados cuantitativos que predominan en nuestra cultura resultadista de búsqueda de “triunfadores” a golpe de reality show. El voluntariado promueve una cultura de participación y de solidaridad, y de asumir las relaciones humanas como el encuentro entre personas que se buscan sin saberlo. No importa sólo lo que hacen, sino también la forma en que lo hacen.

Se suele argumentar que las certificaciones atraerán a un mayor número de personas, pero el coste sería muy elevado si se tratara de un voluntariado burocratizado que ha perdido su esencia. Sin espíritu.

La gratuidad en el voluntariado consiste en dar lo mejor de cada uno sin esperar una retribución monetaria, “espiritual”, académica o profesional. También se distingue por una continuidad que sostiene el compromiso necesario para corresponder a las expectativas creadas con quienes se han acostumbrado a perder o a una soledad no asumida. Estas personas perciben las sonrisas forzadas, los silencios incómodos, las miradas impacientes al reloj, los bostezos y las distracciones; agradecen las sonrisas espontáneas, las conversaciones naturales y los silencios necesarios en cualquier relación entre iguales.

Por eso, la decisión de incorporar esta experiencia en un Currículum y la forma en que lo hace, como la decisión de hacer voluntariado, corresponde a la persona, no a gobiernos ni a otros intereses.

Burocratizar el voluntariado

La decisión de incorporar una experiencia de voluntariado en el Currículum y la forma en que lo hace, como la decisión de incorporarse a una organización social, corresponde a la persona, no a gobiernos ni a otros intereses
Carlos Miguélez Monroy
viernes, 16 de diciembre de 2016, 01:24 h (CET)
En medio de un contexto de precariedad laboral y de altos niveles de desempleo, la Plataforma de Voluntariado de España (PVE) promueve una “certificación de competencias a través del voluntariado”. Con esta iniciativa, las personas que hagan voluntariado en organizaciones sociales con programas para los más desfavorecidos podrán identificar qué competencias han desarrollado con su experiencia dentro de las organizaciones sociales, a las que podrán solicitar un certificado para incorporarlos en su Currículum.

Entre esas competencias están “analizar y resolver problemas”, “iniciativa y autonomía”, “flexibilidad e Innovación”, “capacidad para liderar iniciativas”, “organización y planificación”, “comunicación interpersonal” y “trabajo en equipo”.

Esta certificación va en la línea de la propuesta que hizo el Parlamento Europeo, hace tres años, de crear un Pasaporte de Capacidades para reconocer el voluntariado social como experiencia para encontrar un puesto de trabajo. Los eurodiputados que impulsaban el texto argumentaban, como argumenta la PVE, que las actividades altruistas enriquecen el currículum con nuevas competencias y conocimientos.

Se comprende que, a muchos departamentos de recursos humanos, las aficiones, actividades y experiencias fuera del trabajo les digan tanto como el expediente académico y la experiencia profesional del candidato. Las actividades de voluntariado y de trabajo en equipo pueden decir mucho a favor de una persona a la hora de incorporarse en un equipo de trabajo y de adaptarse. Por su demostrado sentido de responsabilidad social y de solidaridad.

Sin embargo, una certificación como la que se plantea podría desvirtuar el voluntariado social si en la práctica alterara el componente de gratuidad que caracteriza al voluntariado social y que trasciende una contraprestación económica. Se desvirtuaría todo un movimiento si la obtención de un certificado de competencias se convirtiera en la motivación principal. Ocurre lo mismo con el “voluntariado” con el que algunas empresas pretenden “animar” a sus empleados y mejorar su imagen pública por medio de programas de Responsabilidad Social Corporativa. Esta moda se ha instalado incluso en algunas universidades que certifican con créditos académicos las actividades de voluntariado para así implicar a sus alumnos en tareas solidarias, formar “personas íntegras” y hacer de los jóvenes “gente de bien”.

A largo plazo, estas intromisiones de gobiernos, universidades y empresas en el ámbito del voluntariado pueden dejar en fuera de juego a organizaciones que pretendan mantener intacto el componente de gratuidad. Les resultará cada vez más difícil cumplir con las leyes de voluntariado y reglamentos que proliferan, así como conseguir “sellos de transparencia y buen gobierno” y solicitar financiación pública o privada para mantener sus programas con personas sin hogar, con mayores, presos y muchos otros grupos en exclusión.

Al convertir en medios para conseguir fines “elevados” a organizaciones con experiencia contrastada que canalizan el trabajo de voluntarios por y para personas excluidas, se despoja al voluntariado de su esencia: la persona como protagonista y agente de transformación en un mundo plagado de desigualdades injustas.

El voluntariado se distingue de otras formas de “hacer el bien” en que la experiencia y sus procesos están por encima de resultados cuantitativos que predominan en nuestra cultura resultadista de búsqueda de “triunfadores” a golpe de reality show. El voluntariado promueve una cultura de participación y de solidaridad, y de asumir las relaciones humanas como el encuentro entre personas que se buscan sin saberlo. No importa sólo lo que hacen, sino también la forma en que lo hacen.

Se suele argumentar que las certificaciones atraerán a un mayor número de personas, pero el coste sería muy elevado si se tratara de un voluntariado burocratizado que ha perdido su esencia. Sin espíritu.

La gratuidad en el voluntariado consiste en dar lo mejor de cada uno sin esperar una retribución monetaria, “espiritual”, académica o profesional. También se distingue por una continuidad que sostiene el compromiso necesario para corresponder a las expectativas creadas con quienes se han acostumbrado a perder o a una soledad no asumida. Estas personas perciben las sonrisas forzadas, los silencios incómodos, las miradas impacientes al reloj, los bostezos y las distracciones; agradecen las sonrisas espontáneas, las conversaciones naturales y los silencios necesarios en cualquier relación entre iguales.

Por eso, la decisión de incorporar esta experiencia en un Currículum y la forma en que lo hace, como la decisión de hacer voluntariado, corresponde a la persona, no a gobiernos ni a otros intereses.

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