Se dice en ciertos ámbitos de la psicología que existe un desequilibrio de inmadurez cuando se confunde el principio de placer con el de realidad. Es decir, cuando consideramos que aquello que nos es placentero es la realidad por el solo hecho de serlo para nosotros.
Está claro también que eso de la realidad es algo cuanto menos extraño: si es que existe algo real, no creo que nadie lo haya experimentado. Acaso han vivido interpretaciones intrincadas con recuerdos, sensaciones, sentimientos y quién sabe qué otras cosas. Parece que entre la acción de los sentidos y la de la mente no nos permiten tener contacto directo, objetivo, con lo que está más allá de nosotros.
No sé si puede ser ésa la causa, sumada a la facilidad del ser humano para darse a sí mismo gato por liebre, la que está detrás de la desilusión anunciada. Los verdaderos actos heroicos suelen darse en la literatura, cuando a pesar de todo el bueno sale ganando y él y la chica se casan.
Fuera de ahí, la realidad libre de interpretación nos persigue lenta pero segura con la intención de aplastarnos. Algunos lo verán como la opresión de ésta o aquélla facción social, otros como la angustia de la vida, y algunos otros como la maravillosa oportunidad de sentirse en estrecha relación entre lo de arriba y lo de abajo. Sea como sea, aplastados.
La heroicidad sólo es suficiente si la apisonadora está aún a cierta distancia, pero no si ya notas el calor de la máquina en los talones. En ese caso no hay nada que hacer. Lamentablemente, esto únicamente se sabe cuando vemos desde el suelo como aquélla sigue su camino sin reparar en nuestra miseria.
Entonces solamente queda levantarse sabiendo que nada será como antes, con la prudencia de ir mirando de vez en cuando hacia atrás para estar preparados para la siguiente ráfaga (si es que puede estarse preparado para algo así).