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Álvaro Calleja

La transformación de Evans

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Algunos le apodaban garrapata por su manera de correr, siempre a la defensiva, siempre a rueda de los demás, sin tomar la iniciativa jamás. Cadel Evans era de esa especie de ciclistas a los que ni por casualidad el viento les golpea en la cara, a los que nadie ha visto atacar, demarrar, ir a por un objetivo apostando todo a una carta, a una ficha. De ese tipo de corredores que no caen bien al grupo de los que se dejan ver, los que se exhiben, los que dan espectáculo, los que muestran su facultades y su debilidades, sus aciertos y sus fallos, su cara alegre cuando la vida les sonríe y su cara triste cuando la vida les da la espalda.

Precisamente, la espalda de ellos es lo que Evans siempre veía cuando la carretera se inclinaba saludando a la montaña, cuando el asfalto era escenario de una contrarreloj. Siempre había, como mínimo, uno mejor que él. Uno que brillaba en una, o en las dos, especialidades que al australiano se la daban bien. Solamente eso, bien. Y con el bien no se gana nada, no se llega más que a alcanzar el notable.

Por ello, porque se le da solamente bien los dos terrenos que deciden los vencedores de las grandes vueltas, el actual líder del BMC colecciona puestos delanteros, cabeceros, en Giro, Tour y Vuelta. 14º en el Giro 2002, 8º en el Tour 2005, 4º en el Tour 2006, 2º en el Tour 2007, 2º en el Tour 2008, 4º en la Vuelta 2007 y 3º en la Vuelta 2009. Un currículum envidiable pero criticable. Criticable porque cualquier seguidor, cualquier aficionado de este deporte se preguntaba cada año qué hubiera conseguido si su táctica hubiese sido menos defensiva, más ofensiva.

Eso mismo, o algo parecido, debió pensar Evans cuando caminaba perdido, destrozado, desanimado, en el pasado Tour de Francia, la carrera que por fin le vio pinchar, vio sufrir al hombre que nunca gastaba un gramo de fuerza más del debido. Y Evans, tras pasar por una Vuelta en la que le pasó de todo, cambió el chip en el Mundial de Mendrisio, donde practicó el verbo atacar y por fin alcanzó el de ganar.

Aquel feliz día le hizo ver el ciclismo, o eso está demostrando, de otra manera, de una forma más combativa, más, en definitiva, loca. Una locura que le hizo probarlo el pasado domingo en la Amstel Gold Race. Una locura que le ha hecho creerse que hay más allá de la segunda plaza, que existe la primera en la clasificación, que no tiene por qué conformarse con ser protagonista secundario de una carrera cuando puede ser el protagonista.

Y como tal, como protagonista, ejerció el miércoles en la Lieja-Bastogne-Lieja, clásica que se adjudicó y que varios, muchos, terminaron maldiciendo la hora que cambió el carácter del australiano.

La transformación de Evans

Álvaro Calleja
Álvaro Calleja
sábado, 24 de abril de 2010, 08:20 h (CET)
Algunos le apodaban garrapata por su manera de correr, siempre a la defensiva, siempre a rueda de los demás, sin tomar la iniciativa jamás. Cadel Evans era de esa especie de ciclistas a los que ni por casualidad el viento les golpea en la cara, a los que nadie ha visto atacar, demarrar, ir a por un objetivo apostando todo a una carta, a una ficha. De ese tipo de corredores que no caen bien al grupo de los que se dejan ver, los que se exhiben, los que dan espectáculo, los que muestran su facultades y su debilidades, sus aciertos y sus fallos, su cara alegre cuando la vida les sonríe y su cara triste cuando la vida les da la espalda.

Precisamente, la espalda de ellos es lo que Evans siempre veía cuando la carretera se inclinaba saludando a la montaña, cuando el asfalto era escenario de una contrarreloj. Siempre había, como mínimo, uno mejor que él. Uno que brillaba en una, o en las dos, especialidades que al australiano se la daban bien. Solamente eso, bien. Y con el bien no se gana nada, no se llega más que a alcanzar el notable.

Por ello, porque se le da solamente bien los dos terrenos que deciden los vencedores de las grandes vueltas, el actual líder del BMC colecciona puestos delanteros, cabeceros, en Giro, Tour y Vuelta. 14º en el Giro 2002, 8º en el Tour 2005, 4º en el Tour 2006, 2º en el Tour 2007, 2º en el Tour 2008, 4º en la Vuelta 2007 y 3º en la Vuelta 2009. Un currículum envidiable pero criticable. Criticable porque cualquier seguidor, cualquier aficionado de este deporte se preguntaba cada año qué hubiera conseguido si su táctica hubiese sido menos defensiva, más ofensiva.

Eso mismo, o algo parecido, debió pensar Evans cuando caminaba perdido, destrozado, desanimado, en el pasado Tour de Francia, la carrera que por fin le vio pinchar, vio sufrir al hombre que nunca gastaba un gramo de fuerza más del debido. Y Evans, tras pasar por una Vuelta en la que le pasó de todo, cambió el chip en el Mundial de Mendrisio, donde practicó el verbo atacar y por fin alcanzó el de ganar.

Aquel feliz día le hizo ver el ciclismo, o eso está demostrando, de otra manera, de una forma más combativa, más, en definitiva, loca. Una locura que le hizo probarlo el pasado domingo en la Amstel Gold Race. Una locura que le ha hecho creerse que hay más allá de la segunda plaza, que existe la primera en la clasificación, que no tiene por qué conformarse con ser protagonista secundario de una carrera cuando puede ser el protagonista.

Y como tal, como protagonista, ejerció el miércoles en la Lieja-Bastogne-Lieja, clásica que se adjudicó y que varios, muchos, terminaron maldiciendo la hora que cambió el carácter del australiano.

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