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Antonio Álvarez Rodrigo

Samaranch

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Hace ya unos cuantos años, un domingo, cuando mi padre me llevaba en coche a jugar un partido de fútbol, abrí una revista que venía con el periódico y vi a un señor cuyo rostro rugoso, perfil chupado y pelo blanco me llamó la atención. Recuerdo que me impresionó su apellido, Samaranch, y recuerdo, aún con más sorpresa, que era español y, además, quien mandaba en el deporte, algo así como el rey de los Juegos Olímpicos. Era usted, señor Samaranch. Y desde entonces su figura me enfundó respeto y admiración.

Luego, con el paso del tiempo, a medida que iba desperezando mi modorra infantil, fui teniendo mayor conciencia del cargo que ocupaba: presidente del Comité Olímpico Internacional. ¿Un español jefe del deporte?, me preguntaba. Lo que me obligaba a leer más sobre usted.

Y cuanto más leía, más me sorprendía. Había formado parte del Franquismo, y, sin embargo, fueron los apoyos de la URSS los que le ayudaron para acceder al cargo de presidente del COI. Poco a poco, a medida que mi interés por el periodismo me llevaba a preguntármelo todo, supe que usted había sido corresponsal en los Juegos Olímpicos del Helsinki. Vamos, lo que un periodista en ciernes y amante del deporte como yo desea con toda su alma.

De usted siempre halaban su figura y hablan maravillas: polifacético, conciliador, diplomático, inteligente, soñador, visionario… Usted, que supo hilar el deporte y la política sin que lo uno engullese a lo otro. No he tenido la suerte de conocerle personalmente, pero sí de descubrirle, porque su figura me hizo pensar ya desde pequeño que el deporte era algo magistral.

Cuando este mediodía he encendido el ordenador he leído que se va, que nos deja, que ya no habrá más entrevistas en las que saber más de su vida, que su corazón ha dicho basta, como usted un día dijo aquello de … “á la ville de Barcelona” ¡Qué gran momento!, ¿verdad? Menos mal que en mi memoria siempre quedará aquella entrevista que leía un domingo cuando iba a jugar al fútbol. Adiós, señor Samaranch. Gracias.

Samaranch

Antonio Álvarez Rodrigo
Antonio Álvarez
jueves, 22 de abril de 2010, 05:10 h (CET)
Hace ya unos cuantos años, un domingo, cuando mi padre me llevaba en coche a jugar un partido de fútbol, abrí una revista que venía con el periódico y vi a un señor cuyo rostro rugoso, perfil chupado y pelo blanco me llamó la atención. Recuerdo que me impresionó su apellido, Samaranch, y recuerdo, aún con más sorpresa, que era español y, además, quien mandaba en el deporte, algo así como el rey de los Juegos Olímpicos. Era usted, señor Samaranch. Y desde entonces su figura me enfundó respeto y admiración.

Luego, con el paso del tiempo, a medida que iba desperezando mi modorra infantil, fui teniendo mayor conciencia del cargo que ocupaba: presidente del Comité Olímpico Internacional. ¿Un español jefe del deporte?, me preguntaba. Lo que me obligaba a leer más sobre usted.

Y cuanto más leía, más me sorprendía. Había formado parte del Franquismo, y, sin embargo, fueron los apoyos de la URSS los que le ayudaron para acceder al cargo de presidente del COI. Poco a poco, a medida que mi interés por el periodismo me llevaba a preguntármelo todo, supe que usted había sido corresponsal en los Juegos Olímpicos del Helsinki. Vamos, lo que un periodista en ciernes y amante del deporte como yo desea con toda su alma.

De usted siempre halaban su figura y hablan maravillas: polifacético, conciliador, diplomático, inteligente, soñador, visionario… Usted, que supo hilar el deporte y la política sin que lo uno engullese a lo otro. No he tenido la suerte de conocerle personalmente, pero sí de descubrirle, porque su figura me hizo pensar ya desde pequeño que el deporte era algo magistral.

Cuando este mediodía he encendido el ordenador he leído que se va, que nos deja, que ya no habrá más entrevistas en las que saber más de su vida, que su corazón ha dicho basta, como usted un día dijo aquello de … “á la ville de Barcelona” ¡Qué gran momento!, ¿verdad? Menos mal que en mi memoria siempre quedará aquella entrevista que leía un domingo cuando iba a jugar al fútbol. Adiós, señor Samaranch. Gracias.

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