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Ignacio de Cossío

Lo siento señor Teja, pero hoy yo vengo a triunfar

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Diluvio universal en la Maestranza. No sé el cómo, pero presiento que es hoy y ahora, cuando los dioses bautizarán a una nueva columna del templo sagrado del toreo. Atruena el cielo y Venilla de San Antonio enmudece tras el burladero de capotes vestida de azul y oro para cumplir con el destino siempre inesperado. Frente a él llega “Ilusión”, un toro negro y serio de El Ventorrillo dispuesto a ofrecerle la respuesta final a tantos sacrificios ofrecidos generosamente, a tantos años de juventud y anhelos depositados en cada tarde en la que participó consciente de que aquel tiempo ya no volverá jamás y que éste como aquellos otros puede ser su último día.

Se abre el capote de Julián López “El Juli” y avanza silenciosamente su estela hacia el centro del ruedo para que en cada embestida del toro nazca una, dos y hasta seis verónicas inmaculadas guiadas por el mando y la pureza más absoluta. Cante hondo que se continúa en un soberbio quite por chicuelitas y tafalleras alternadas frente a los caballos. No se puede torear con más poderío y rotundidad, y es que El Juli ya no es un niño como nos quieren hacer ver, sino todo un profesional maduro que nada deja para el azar cuando lleva su firma y dirección en la lidia. De la brega al percal nos encontramos en un suspiro, nobleza obliga frente a semejante máquina de embestir. Comienza la faena muy toreramente por alto, le siguen unos cambios de mano invisibles y algún pase de pecho interminable, para dar paso definitivamente a cuatro series, dos con la diestra y otras tantas con la muleta en la mano izquierda de hasta cinco muletazos seguidos y ligados de manera sublime que hacen reventar la plaza. Su figura apolínea se agiganta milagrosamente hasta tocar el Giraldillo para recoger una y otra vez la palma del toreo. Las últimas notas llevan arrastradas los olés sordos de todos los tendidos que ven como su cuerpo ahora se enrosca en un circular inmenso como las líneas del tercio. De su brazo nace la estocada rotunda como la faena que silencian para siempre al toro en un derribo magistral como cuando se acosa a campo abierto. Maestranza blanca por abril, bañada por un mar de pañuelos agitados locamente al aire que vuelan y sobrevuelan el palco del Sr. Teja hoy empeñado en ser el protagonista. Se concede la oreja y se le niega la segunda que por justicia y gloria merecía el maestro. No importa, Julián se dice para si mismo: Lo siento Señor Teja, pero hoy yo vengo a triunfar, y vaya que si lo hizo.

Faenón consagratorio al cuarto de la tarde, de nombre “Botijillo”, otro toro más bravo, emocionante y exigente que su primero pero que con el paso del tiempo le daría la trascendencia y solidez a su faena ortodoxa, a la tarde y a la deuda del torero con Sevilla. Julián se supera e impone ley al inflexible colorao que reclama insistentemente de todo un poco: distancias, alturas, tiempos, velocidad, colocación…vamos, que había que ser un Superhombre en definitiva. “El Juli” si le sobra algo es inteligencia, decisión y superioridad ante la adversidad y actúa de inmediato. De recibo instrumenta cinco verónicas muy asentadas que remata con una media de cartel a lo Ruano Llopis. Se cambia el tercio y en el caballo cumple el toro sin alharacas, debemos esperar un poco más a que rompa toro de la mano de su matador. A continuación en banderillas se descuelga “Botijillo” más por la derecha que por la izquierda, Julián lo ve claro de nuevo y así lo hace desplegando una batería de derechazos acompasados, largos y hondos agrupados en tres series en redondo para más tarde cambiar por naturales y cerrar función con dos circulares inolvidables, troquelados allí mismo y ya para siempre por el mismísimo Benlliure. Estoconazo sin comentarios, sencillamente sublime como todo lo que hizo en aquella tarde que le valió para obtener dos orejas que unidas a la anterior le permitieron salir por derecho propio definitivamente por la Puerta más celestial de todas, la del Príncipe.

Estamos convencidos que en su vida ya nada volverá a ser lo mismo tras cruzar las cadenas de Carlos IV, le cambiará su vida y es muy probable que se sienta obligado a mantener y salvaguardar el paraíso del toreo hoy asentado también sobre su maestría. ¡Enhorabuena querido Julián, al fin!

Lo siento señor Teja, pero hoy yo vengo a triunfar

Ignacio de Cossío
Ignacio de Cossío
lunes, 19 de abril de 2010, 01:05 h (CET)
Diluvio universal en la Maestranza. No sé el cómo, pero presiento que es hoy y ahora, cuando los dioses bautizarán a una nueva columna del templo sagrado del toreo. Atruena el cielo y Venilla de San Antonio enmudece tras el burladero de capotes vestida de azul y oro para cumplir con el destino siempre inesperado. Frente a él llega “Ilusión”, un toro negro y serio de El Ventorrillo dispuesto a ofrecerle la respuesta final a tantos sacrificios ofrecidos generosamente, a tantos años de juventud y anhelos depositados en cada tarde en la que participó consciente de que aquel tiempo ya no volverá jamás y que éste como aquellos otros puede ser su último día.

Se abre el capote de Julián López “El Juli” y avanza silenciosamente su estela hacia el centro del ruedo para que en cada embestida del toro nazca una, dos y hasta seis verónicas inmaculadas guiadas por el mando y la pureza más absoluta. Cante hondo que se continúa en un soberbio quite por chicuelitas y tafalleras alternadas frente a los caballos. No se puede torear con más poderío y rotundidad, y es que El Juli ya no es un niño como nos quieren hacer ver, sino todo un profesional maduro que nada deja para el azar cuando lleva su firma y dirección en la lidia. De la brega al percal nos encontramos en un suspiro, nobleza obliga frente a semejante máquina de embestir. Comienza la faena muy toreramente por alto, le siguen unos cambios de mano invisibles y algún pase de pecho interminable, para dar paso definitivamente a cuatro series, dos con la diestra y otras tantas con la muleta en la mano izquierda de hasta cinco muletazos seguidos y ligados de manera sublime que hacen reventar la plaza. Su figura apolínea se agiganta milagrosamente hasta tocar el Giraldillo para recoger una y otra vez la palma del toreo. Las últimas notas llevan arrastradas los olés sordos de todos los tendidos que ven como su cuerpo ahora se enrosca en un circular inmenso como las líneas del tercio. De su brazo nace la estocada rotunda como la faena que silencian para siempre al toro en un derribo magistral como cuando se acosa a campo abierto. Maestranza blanca por abril, bañada por un mar de pañuelos agitados locamente al aire que vuelan y sobrevuelan el palco del Sr. Teja hoy empeñado en ser el protagonista. Se concede la oreja y se le niega la segunda que por justicia y gloria merecía el maestro. No importa, Julián se dice para si mismo: Lo siento Señor Teja, pero hoy yo vengo a triunfar, y vaya que si lo hizo.

Faenón consagratorio al cuarto de la tarde, de nombre “Botijillo”, otro toro más bravo, emocionante y exigente que su primero pero que con el paso del tiempo le daría la trascendencia y solidez a su faena ortodoxa, a la tarde y a la deuda del torero con Sevilla. Julián se supera e impone ley al inflexible colorao que reclama insistentemente de todo un poco: distancias, alturas, tiempos, velocidad, colocación…vamos, que había que ser un Superhombre en definitiva. “El Juli” si le sobra algo es inteligencia, decisión y superioridad ante la adversidad y actúa de inmediato. De recibo instrumenta cinco verónicas muy asentadas que remata con una media de cartel a lo Ruano Llopis. Se cambia el tercio y en el caballo cumple el toro sin alharacas, debemos esperar un poco más a que rompa toro de la mano de su matador. A continuación en banderillas se descuelga “Botijillo” más por la derecha que por la izquierda, Julián lo ve claro de nuevo y así lo hace desplegando una batería de derechazos acompasados, largos y hondos agrupados en tres series en redondo para más tarde cambiar por naturales y cerrar función con dos circulares inolvidables, troquelados allí mismo y ya para siempre por el mismísimo Benlliure. Estoconazo sin comentarios, sencillamente sublime como todo lo que hizo en aquella tarde que le valió para obtener dos orejas que unidas a la anterior le permitieron salir por derecho propio definitivamente por la Puerta más celestial de todas, la del Príncipe.

Estamos convencidos que en su vida ya nada volverá a ser lo mismo tras cruzar las cadenas de Carlos IV, le cambiará su vida y es muy probable que se sienta obligado a mantener y salvaguardar el paraíso del toreo hoy asentado también sobre su maestría. ¡Enhorabuena querido Julián, al fin!

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