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La idea de reelegir a un presidente después de varias décadas resurge en Paraguay y cobra fuerza con su actual gobierno

La posible reelección de Horacio Cartes

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Decía Tocqueville que impedir que el jefe del poder ejecutivo pueda ser reelegido parece, a primera vista, contrario a la razón. Sin embargo, censuraba la facultad de reelección ilimitada por su tendencia a degradar la moral política del pueblo.

Observaba también el pensador que observando los asuntos públicos de Estados Unidos, era fácil notar que el deseo de ser reelegido dominaba los pensamientos del presidente, y que toda la política de su administración se dirigía a esa pretensión.

La misma obsesión domina con frecuencia los pensamientos de los presidentes latinoamericanos, que en casi todos los países han propuesto con o sin éxito prolongar sus mandatos a través de la reelección. En Paraguay el anhelo se hizo más ferviente precisamente desde que fue prohibida por la constitución, a principios de los años noventa.

En el otro extremo del temor natural a que un presidente se convierta en dictador prolongando indefinidamente su mandato, experiencia bien conocida en la historia paraguaya, se encuentra la falta de estímulo para un mandatario que tras acceder al poder, ya no necesita de la aprobación del pueblo para gobernar sabiendo que no puede ser reelecto. Para decirlo en palabras de Tocqueville: “El presidente no reelegible no es independiente del pueblo, dado que sigue siendo responsable de él, pero el favor de los ciudadanos ya no le es tan necesario como para plegarse en todo a sus deseos”.

En Paraguay se volvió a tocar el tema de la reelección bajo el actual gobierno, encabezado con el presidente Horacio Cartes, quien aparece con mayores argumentos para lograr el objetivo de prolongar su estadía en el gobierno que sus antecesores. Cartes ha sabido desarticular el monopolio mediático paraguayo, y quebrar las defensas de los empresarios prepotentes y corruptos que lo tenían en sus manos.

Estados Unidos hizo una enmienda, la vigésimo segunda, sobre límites de reelección. Aunque la clase política paraguaya acepta ser tutelada por la embajada norteamericana sin ruborizarse, una reciente polémica dejó en claro que el modelo irradiado como ejemplo por Washington no es la perfecta democracia para encumbrados actores de la sociedad paraguaya y sus gerentes políticos.

Muchas cosas puede discutirle la clase política paraguaya a la norteamericana, pero no precisamente sobre las ventajas de la reelección.

El diputado Oscar Tuma había presentado un proyecto para enmendar la constitución paraguaya, extendiendo los límites a dos mandatos. En lugar de extenderla, la vigésimo Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana, limitaba a dos los periodos posibles.

En la práctica se trata de lo mismo, qué limites dar a un mandato presidencial.

La vigésimo segunda enmienda de la constitución norteamericana también tiene detractores en su mismo Congreso. Uno de ellos, el congresista demócrata Steny Hover, incluso llegó a impulsar una nueva medida para anular la enmienda 22.

Representando a Maryland, Hover logró apoyo de algunos republicanos y argumentó que negar la posibilidad de reelegir libremente priva al público de la oportunidad de retener o rechazar a determinado líder político.

Hover también afirmó en abril de 2005, que anular el límite de períodos presidenciales devolvería al pueblo estadounidense un privilegio democrático esencial para elegir en el futuro a quien ellos decidan.

Hoy la clase política paraguaya tiene una oportunidad irrepetible de imponer el imperio de la Ley por encima de combinaciones y asociaciones que como dijera el mismo George Washington, turban, se oponen o violentan las regulares deliberaciones de las autoridades constituidas, dando fuerzas exageradas a facciones que dividen inútilmente a la opinión pública.

Un gran favor harían deliberando con autonomía de pensamiento, liberados de titulares periodísticos despóticos, como corresponde a verdaderos representantes, a quienes actores políticos bajo disfraz de empresarios de medios pretenden doblegar.

La posible reelección de Horacio Cartes

La idea de reelegir a un presidente después de varias décadas resurge en Paraguay y cobra fuerza con su actual gobierno
Luis Agüero Wagner
lunes, 5 de diciembre de 2016, 12:35 h (CET)
Decía Tocqueville que impedir que el jefe del poder ejecutivo pueda ser reelegido parece, a primera vista, contrario a la razón. Sin embargo, censuraba la facultad de reelección ilimitada por su tendencia a degradar la moral política del pueblo.

Observaba también el pensador que observando los asuntos públicos de Estados Unidos, era fácil notar que el deseo de ser reelegido dominaba los pensamientos del presidente, y que toda la política de su administración se dirigía a esa pretensión.

La misma obsesión domina con frecuencia los pensamientos de los presidentes latinoamericanos, que en casi todos los países han propuesto con o sin éxito prolongar sus mandatos a través de la reelección. En Paraguay el anhelo se hizo más ferviente precisamente desde que fue prohibida por la constitución, a principios de los años noventa.

En el otro extremo del temor natural a que un presidente se convierta en dictador prolongando indefinidamente su mandato, experiencia bien conocida en la historia paraguaya, se encuentra la falta de estímulo para un mandatario que tras acceder al poder, ya no necesita de la aprobación del pueblo para gobernar sabiendo que no puede ser reelecto. Para decirlo en palabras de Tocqueville: “El presidente no reelegible no es independiente del pueblo, dado que sigue siendo responsable de él, pero el favor de los ciudadanos ya no le es tan necesario como para plegarse en todo a sus deseos”.

En Paraguay se volvió a tocar el tema de la reelección bajo el actual gobierno, encabezado con el presidente Horacio Cartes, quien aparece con mayores argumentos para lograr el objetivo de prolongar su estadía en el gobierno que sus antecesores. Cartes ha sabido desarticular el monopolio mediático paraguayo, y quebrar las defensas de los empresarios prepotentes y corruptos que lo tenían en sus manos.

Estados Unidos hizo una enmienda, la vigésimo segunda, sobre límites de reelección. Aunque la clase política paraguaya acepta ser tutelada por la embajada norteamericana sin ruborizarse, una reciente polémica dejó en claro que el modelo irradiado como ejemplo por Washington no es la perfecta democracia para encumbrados actores de la sociedad paraguaya y sus gerentes políticos.

Muchas cosas puede discutirle la clase política paraguaya a la norteamericana, pero no precisamente sobre las ventajas de la reelección.

El diputado Oscar Tuma había presentado un proyecto para enmendar la constitución paraguaya, extendiendo los límites a dos mandatos. En lugar de extenderla, la vigésimo Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana, limitaba a dos los periodos posibles.

En la práctica se trata de lo mismo, qué limites dar a un mandato presidencial.

La vigésimo segunda enmienda de la constitución norteamericana también tiene detractores en su mismo Congreso. Uno de ellos, el congresista demócrata Steny Hover, incluso llegó a impulsar una nueva medida para anular la enmienda 22.

Representando a Maryland, Hover logró apoyo de algunos republicanos y argumentó que negar la posibilidad de reelegir libremente priva al público de la oportunidad de retener o rechazar a determinado líder político.

Hover también afirmó en abril de 2005, que anular el límite de períodos presidenciales devolvería al pueblo estadounidense un privilegio democrático esencial para elegir en el futuro a quien ellos decidan.

Hoy la clase política paraguaya tiene una oportunidad irrepetible de imponer el imperio de la Ley por encima de combinaciones y asociaciones que como dijera el mismo George Washington, turban, se oponen o violentan las regulares deliberaciones de las autoridades constituidas, dando fuerzas exageradas a facciones que dividen inútilmente a la opinión pública.

Un gran favor harían deliberando con autonomía de pensamiento, liberados de titulares periodísticos despóticos, como corresponde a verdaderos representantes, a quienes actores políticos bajo disfraz de empresarios de medios pretenden doblegar.

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