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V. Rodríguez, Zaragoza

Ser o no ser depende de la palabra

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Todavía quedan dinosaurios vivos. Están entre nosotros y no se ven; pero se hacen sentir. Aunque hay quien dice que se los lleva el viento, la verdad es que hay algunas que son muy pesadas y dañinas; sin embargo, hay otras que son leves y salvadoras. Viven en la mente y su puerta es nuestra boca: son las palabras. Salvador Pániker decía que el lenguaje es uno de los pocos dinosaurios que siguen vivos.

Está formado por multitud de huesecillos provenientes de infinidad de culturas. Cada una de ellas tiene su propia vida independiente de las demás; no obstante, hace una función conjunta con el resto del animal (del lenguaje). Por sí mismas, las palabras se van cargando de años, de sabiduría y de significados. La sola mención de una de estas antiguas palabras, hace que se encienda en nuestro cerebro multitud de luces, aunque no seamos conscientes de ello.

Por eso, al traducirlas de un lenguaje antiguo como puede ser el hebreo, arameo, árabe, etc., a otro moderno como es el castellano, se pierden luces, significados, riqueza... En definitiva, se empobrece nuestro lenguaje y al hacerlo, nos empobrecemos nosotros. Porque, esencialmente, somos el lenguaje con el que nos expresamos.

Ser o no ser depende de la palabra

V. Rodríguez, Zaragoza
Lectores
domingo, 4 de diciembre de 2016, 14:16 h (CET)
Todavía quedan dinosaurios vivos. Están entre nosotros y no se ven; pero se hacen sentir. Aunque hay quien dice que se los lleva el viento, la verdad es que hay algunas que son muy pesadas y dañinas; sin embargo, hay otras que son leves y salvadoras. Viven en la mente y su puerta es nuestra boca: son las palabras. Salvador Pániker decía que el lenguaje es uno de los pocos dinosaurios que siguen vivos.

Está formado por multitud de huesecillos provenientes de infinidad de culturas. Cada una de ellas tiene su propia vida independiente de las demás; no obstante, hace una función conjunta con el resto del animal (del lenguaje). Por sí mismas, las palabras se van cargando de años, de sabiduría y de significados. La sola mención de una de estas antiguas palabras, hace que se encienda en nuestro cerebro multitud de luces, aunque no seamos conscientes de ello.

Por eso, al traducirlas de un lenguaje antiguo como puede ser el hebreo, arameo, árabe, etc., a otro moderno como es el castellano, se pierden luces, significados, riqueza... En definitiva, se empobrece nuestro lenguaje y al hacerlo, nos empobrecemos nosotros. Porque, esencialmente, somos el lenguaje con el que nos expresamos.

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No voy a matarme mucho con este artículo. La opinión de mi madre Fisioterapeuta, mi hermana Realizadora de Tv y mía junto a la de otras aportaciones, me basta. Mi madre lo tiene claro, la carne le huele a podrido. No puede ni verla. Sólo desea ver cuerpos de animales poblados de almas. Mi hermana no puede comerla porque sería como comerse uno de sus gatos. Y a mí me alteraría los niveles de la sangre, me sentiría más pesada y con mayor malestar general.

En medio de la vorágine de la vida moderna, donde la juventud parece ser el estándar de valor y el ascensor hacia el futuro, a menudo olvidamos el invaluable tesoro que representan nuestros ancianos. Son como pozos de sabiduría, con profundas raíces que se extienden hasta los cimientos mismos de nuestra existencia. Sin embargo, en muchas ocasiones, son tratados como meros objetos de contemplación, relegados al olvido y abandonados a su suerte.

Al conocer la oferta a un anciano señor de escasos recursos, que se ganaba su sobrevivencia recolectando botellas de comprarle su perro, éste lo negó, por mucho que las ofertas se superaron de 10 hasta 150 dólares, bajo la razón: "Ni lo vendo, ni lo cambio. El me ama y me es fiel. Su dinero, lo tiene cualquiera, y se pierde como el agua que corre. El cariño de este perrito es insustituible; su cariño y fidelidad es hermoso".

 
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