La sociedad del Siglo XXI, es sin lugar a dudas la sociedad del riesgo y la velocidad Terminal, de esta forma se observa día tras día como los desafíos que afectan a los ciudadanos de un extremo del planeta se interconectan de manera directa e inmediata con el devenir de otros ciudadanos en el hemisferio contrario. Todo acontece rápido en la inmediatez del momento, todo se determina por las manecillas del reloj que con su “tempus fuit” marcan el devenir del día a día y las conquistas de cada uno de nosotros en nuestro ámbito personal y social.
En este ámbito los jóvenes del siglo XXI son educados en las nuevas doctrinas de la competitividad máxima y la conquista de los éxitos de manera rápida y sin esfuerzos.
Y todo ello debido a una educación que en gran parte y ante la ausencia en muchas ocasiones por motivos laborales de los progenitores, es transmitida por las ondas de la televisión que a modo de gran pantalla alienadora trasmite a la juventud una realidad de color rosa en donde la estética exterior como valor en alza y el éxito inmediato en el mundo laboral y el desarrollo personal son cuestiones seguras en su futuro.
En esta sociedad del siglo XXI la inmediatez, la rapidez y el ya se convierten en acompañante de viaje de las nuevas generaciones que tras su “educación” buscan el éxito laboral, amoroso y el reconocimiento social, al entender que por lógica los mismos les pertenecen.
Frente a ese deseo las nuevas generaciones de jóvenes se encuentran con viviendas e hipotecas que trucan sus deseos de emancipación, sueldos precarios y trabajo basura tras arduos años de estudios universitarios y rosario de masters, y una relaciones en pareja que si bien se viven con la intensidad del momento una vez iniciados los proyectos de vida en común se cargan de tensiones provenientes de situación social anteriormente señalada.
Hechos tan significativos como la brutal abstención de la juventud o la falta de participación de este colectivo en la vida pública tal vez deberían entenderse como un fenómeno de respuesta ante un sistema político y una clase dirigente incapaz de resolver de manera clara bajo su punto de vista los problemas y conflictos con los que viven el día a día.
La política es una herramienta para cambiar la sociedad y hacer frente a los problemas que en ella existen, pero ¿y si esa herramienta no es percibida como tal valor de cambio por las nuevas generaciones? ¿sería útil para ellos? o ¿buscarían otros instrumentos tales como movimientos antiglobalización u ongs como nuestro instrumentos de cambio social?
Sin lugar a dudas la validez de un instrumento radica en gran parte en su utilidad para resolver los problemas para la que es creado. En todo caso y como reflexión personal tal vez sea el momento de abrir realmente los partidos políticos a la ciudadanía acerca el sufragio directo en los sistemas de elección de sus líderes y por otra parte plantearse la reforma del sistema de elección política de los órganos de gobierno en nuestro país.