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Álvaro Calleja

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Con ese título podría hablar de Alberto Contador, pues razones no faltan para ello. También podría hacerlo sobre Óscar Freire, ese cántabro que se dedica a buscar los récords más complicados, más difíciles. O sobre Juan Antonio Flecha, un chico enamorado del pavé, de los adoquines, un extraño en un país que solo entiende de vueltas de tres semanas. También un pequeño vasco, Amets Txurruka, tiene motivos suficientes para adoptar el título que encabeza este artículo. Pero por encima de ellos, sobresale, destaca, un corredor que vive ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor, ajeno a esa pesadilla que hubiera acabado con cualquier otro ser humano.

Ese corredor es Alejandro Valverde, un murciano que ha conseguido unir, por fin, a los protagonistas de un deporte maltratado. Varios han practicado algo a lo que no estábamos acostumbrados, a la defensa de un ciclista con el que no se está respetando ningún derecho, con el que se están cebando, al que están machacando, al que están amenazando desde hace años con una sanción que nunca llega pero que siempre está presente, que le hace pensar si la última carrera es la que está disputando, la que está corriendo o, como en este momento, en la Vuelta al País Vasco, liderando y luciéndose.

El del Caisse d´Epargne está demostrando, una vez más, que sigue ganando a pesar de los mil controles que le hacen, de ser, posiblemente, el deportista más controlado del mundo. Valverde parece que vive en una burbuja y que nada de lo que sucede es real, nada de lo que pasa está pasando. Para él solo es una pesadilla que desaparece cuando se viste de ciclista, cuando coge una bicicleta, cuando se coloca un dorsal. Ese es el momento en el que paraliza al planeta, el momento en el que da una clase de inteligencia, de serenidad, de superación, de olvidar todo haciendo lo que mejor sabe, ganar, triunfar, acaparar miradas por una nueva exhibición, por una nueva demostración.

Alejandro Valverde es único, es alguien que no merece el trato que le dan, alguien que, si al final llega esa dichosa sanción, volverá y nos dejará de nuevo con la boca abierta, aplaudiendo lo que tanto habíamos echado de menos.

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Álvaro Calleja
Álvaro Calleja
viernes, 9 de abril de 2010, 22:16 h (CET)
Con ese título podría hablar de Alberto Contador, pues razones no faltan para ello. También podría hacerlo sobre Óscar Freire, ese cántabro que se dedica a buscar los récords más complicados, más difíciles. O sobre Juan Antonio Flecha, un chico enamorado del pavé, de los adoquines, un extraño en un país que solo entiende de vueltas de tres semanas. También un pequeño vasco, Amets Txurruka, tiene motivos suficientes para adoptar el título que encabeza este artículo. Pero por encima de ellos, sobresale, destaca, un corredor que vive ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor, ajeno a esa pesadilla que hubiera acabado con cualquier otro ser humano.

Ese corredor es Alejandro Valverde, un murciano que ha conseguido unir, por fin, a los protagonistas de un deporte maltratado. Varios han practicado algo a lo que no estábamos acostumbrados, a la defensa de un ciclista con el que no se está respetando ningún derecho, con el que se están cebando, al que están machacando, al que están amenazando desde hace años con una sanción que nunca llega pero que siempre está presente, que le hace pensar si la última carrera es la que está disputando, la que está corriendo o, como en este momento, en la Vuelta al País Vasco, liderando y luciéndose.

El del Caisse d´Epargne está demostrando, una vez más, que sigue ganando a pesar de los mil controles que le hacen, de ser, posiblemente, el deportista más controlado del mundo. Valverde parece que vive en una burbuja y que nada de lo que sucede es real, nada de lo que pasa está pasando. Para él solo es una pesadilla que desaparece cuando se viste de ciclista, cuando coge una bicicleta, cuando se coloca un dorsal. Ese es el momento en el que paraliza al planeta, el momento en el que da una clase de inteligencia, de serenidad, de superación, de olvidar todo haciendo lo que mejor sabe, ganar, triunfar, acaparar miradas por una nueva exhibición, por una nueva demostración.

Alejandro Valverde es único, es alguien que no merece el trato que le dan, alguien que, si al final llega esa dichosa sanción, volverá y nos dejará de nuevo con la boca abierta, aplaudiendo lo que tanto habíamos echado de menos.

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