Bélgica ha dado el primer paso hacia la prohibición de los velos que ocultan el rostro en las mujeres.
Movidos seguramente por el ideal del republicanismo que eclosionó en Francia en 1789 y que ha conmovido los principios de las comunidades supranacionales en Europa (muchas de los componentes de las cuales son, curiosamente, monarquías), se atiende a la necesidad de un estado laico.
Fuera de las grandes potencias republicanas ese ideal de laicidad se nos muestra como una tímida ‘aconfesionalidad’ que, por no aspirar a tenerlo todo, no es nunca aconfesional. De igual manera que formalmente compartimos los valores de la república sin serlo realmente, tampoco los valores de la negación indiscriminada de lo religioso en lo público es una característica de las repúblicas con corona (con todas las combinaciones políticas posibles dentro de cada caso).
Es lo que ocurre en España y también en Bélgica. Por eso uno de sus diputados liberales francófonos declaró que esta medida es “un mensaje muy firme enviado a los islamistas”.
En primer lugar, se trata éste de un mensaje enviado a los islamistas que, por el contrario, recae sobre todas las familias musulmanas. Una paradoja que se basa en presupuestos que, tristemente, no son motivo de sorpresa.
Pero por otra parte, la que más me interesa aquí, no es un mensaje a la sociedad belga. Quiero decir, no es una medida de homologación de lo sobresaliente a la prudencia pública de los valores republicanos, sino un recorte de libertades musulmanas que recoge también la faceta pública, pero que expresada en palabras de aquel diputado atisba la sospecha de una ideología subyacente de aconfesionalidad cristiana.
Es una apuesta por la laicidad desde el universalismo de los valores ‘de siempre’. Es un retorno al ‘mientras se comporten como cristianos, que sean lo que quieran’.