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Si la educación consiste en poder dirigir la propia vida para ser capaces de afrontar las situaciones que plantea la vida antes es preciso conocer esta realidad en profundidad y no en las versiones distorsionadas con la que nos golpean los medios, la publicidad y la rutina de las cosas repetidas

Necesitamos un cambio de época

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Los grandes ejes de la educación para el siglo XXI son aprender a conocer, a ser y a vivir y, al mismo tiempo, aprender a atrevernos, escribía Jacques Delors en 1991.

Sapere audiam ¡”Me atreveré a saber”! fue la divisa del Renacimiento, sin cortapisas de fanatismos e ideologías excluyentes, sin políticos corruptos por los grandes intereses financieros, sin oligarquías ni medios de comunicación sometidos al poder de turno; sin injusticias ni cercenamiento de libertades y de derechos fundamentales. Nadie nos los dio ni concedió porque son connaturales al ser humanos, aunque lleve un tiempo histórico el reconocimiento por los poderes instituidos.

Porque si sabemos y no nos atrevemos a emprender, seremos como címbalo que retiñe o como agua en un cesto. Porque una proposición no necesita ser verdad para que arrastre a las gentes. Ni una falacia, por mucho que se repita, llegará nunca a ser cierta, pero terminarán por creerla.

Si la educación consiste en poder dirigir la propia vida para ser capaces de afrontar las situaciones que plantea la vida, como señalaba Ibsen, antes es preciso conocer esta realidad en profundidad y no en las versiones distorsionadas con la que nos golpean los medios, la publicidad y la rutina de las cosas repetidas. Y ahora ciertos elementos en Las Cortes que se refieren a nuestro Parlamento como “La casa del pueblo” y actúan, gritan, arengan como si estuvieran en un ambiente asambleario. Cuando uno entra en un club se adapta a las normas, modos y formas que lo rigen. Cuando se logra un acta parlamentaria es inadmisible que pretenden saltarse todas las normas, ya que sin ritos, padece la educación que, como la cortesía, son fruto de la justicia. Pretenden aporrearnos a los ciudadanos como si fuéramos bárbaros Por eso pretenden tenernos de espectadores más que como ciudadanos que participan y se atreven a pensar, a dudar, a disentir y a emprender comprometiéndose.

No podemos resolver los problemas de hoy con los medios del pasado. Ya escribió McLuhan, “conducimos con el pie en el acelerador pero con la vista fija en el retrovisor”. Es preciso aprovechar las nuevas tecnologías en la revolución de las comunicaciones. Nuestros hijos y nietos las manejan y ya no comprenden a voceros y a plumíferos que hablan con engolamiento y escriben con tinta china y pluma de manguillero. Y mucho menos a vocingleros demagógicos que llaman al Parlamento “Casa del pueblo” en la que ellos se producen como agitadores que nos llevarían a las checas o a la anarquía más salvaje.

Nos dijeron que teníamos que trabajar juntos para afrontar los problemas de una humanidad explotada y doliente, en la que un 80% padece hambre, enfermedad, ignorancia y miseria mientras sólo el 20% vivimos con dignidad, aún sabiendo que estamos explotando las riquezas y la mano de obra de otros pueblos empobrecidos. No hubo ayudas sino préstamos y no hubo cooperación sino explotación: bauxita, madera, coltan, litio, oro, bosques, hidrocarburos, opio para la heroína y toda riqueza natural capaz de ser manufacturada en nuestras sociedades para que rindiera los máximos beneficios. Por eso siguen hablando de “recursos” humanos y naturales. Como si un ser humano pudiera ser un “recurso”, bueno para ser explotado, un instrumento para alcanzar un fin, un objeto de quien, por naturaleza, es sujeto que sale al encuentro e interpela.

Porque el fundamento de la ciudadanía, antes que el de la democracia, es el reconocimiento de igual dignidad de todos los seres humanos.

No había dinero en el 2000 para conseguir los Objetivos del Milenio, “reducir a la mitad las personas pobres y hambrientas”, pero todo lo que se necesita al año para el Fondo Mundial para la Alimentación se gasta en 15 días en gastos militares. Tres mil millones de dólares cada día.

No había 40.000 millones de dólares para remediar el hambre pero, después del 11 de septiembre, se despilfarraron miles de millones para invadir y explotar Irak y Afganistán.

Cuando, en 2008, se produjo el crack en Estados Unidos se habilitaron 720.000 millones de dólares para rescatar las instituciones financieras y 400.000 millones en la Unión Europea. Y el Presidente de la Comunidad europea, Durao Barroso, afirmó que era urgente “reinventar el capitalismo”. Poco le faltó a para reafirmar el poder de los plutócratas que dirigen el mundo. ¿Qué otra cosa fueron los distintos G 8, G 20 sino el poder de una oligarquía financiera?

Lo que tenemos que hacer es inventar el porvenir. Y Obama proclamó en El Cairo: “para una mejor distribución de la riqueza, en lugar de una época de cambios, queremos un cambio de época”.

Necesitamos un cambio de época

Si la educación consiste en poder dirigir la propia vida para ser capaces de afrontar las situaciones que plantea la vida antes es preciso conocer esta realidad en profundidad y no en las versiones distorsionadas con la que nos golpean los medios, la publicidad y la rutina de las cosas repetidas
José Carlos García Fajardo
miércoles, 30 de noviembre de 2016, 17:29 h (CET)
Los grandes ejes de la educación para el siglo XXI son aprender a conocer, a ser y a vivir y, al mismo tiempo, aprender a atrevernos, escribía Jacques Delors en 1991.

Sapere audiam ¡”Me atreveré a saber”! fue la divisa del Renacimiento, sin cortapisas de fanatismos e ideologías excluyentes, sin políticos corruptos por los grandes intereses financieros, sin oligarquías ni medios de comunicación sometidos al poder de turno; sin injusticias ni cercenamiento de libertades y de derechos fundamentales. Nadie nos los dio ni concedió porque son connaturales al ser humanos, aunque lleve un tiempo histórico el reconocimiento por los poderes instituidos.

Porque si sabemos y no nos atrevemos a emprender, seremos como címbalo que retiñe o como agua en un cesto. Porque una proposición no necesita ser verdad para que arrastre a las gentes. Ni una falacia, por mucho que se repita, llegará nunca a ser cierta, pero terminarán por creerla.

Si la educación consiste en poder dirigir la propia vida para ser capaces de afrontar las situaciones que plantea la vida, como señalaba Ibsen, antes es preciso conocer esta realidad en profundidad y no en las versiones distorsionadas con la que nos golpean los medios, la publicidad y la rutina de las cosas repetidas. Y ahora ciertos elementos en Las Cortes que se refieren a nuestro Parlamento como “La casa del pueblo” y actúan, gritan, arengan como si estuvieran en un ambiente asambleario. Cuando uno entra en un club se adapta a las normas, modos y formas que lo rigen. Cuando se logra un acta parlamentaria es inadmisible que pretenden saltarse todas las normas, ya que sin ritos, padece la educación que, como la cortesía, son fruto de la justicia. Pretenden aporrearnos a los ciudadanos como si fuéramos bárbaros Por eso pretenden tenernos de espectadores más que como ciudadanos que participan y se atreven a pensar, a dudar, a disentir y a emprender comprometiéndose.

No podemos resolver los problemas de hoy con los medios del pasado. Ya escribió McLuhan, “conducimos con el pie en el acelerador pero con la vista fija en el retrovisor”. Es preciso aprovechar las nuevas tecnologías en la revolución de las comunicaciones. Nuestros hijos y nietos las manejan y ya no comprenden a voceros y a plumíferos que hablan con engolamiento y escriben con tinta china y pluma de manguillero. Y mucho menos a vocingleros demagógicos que llaman al Parlamento “Casa del pueblo” en la que ellos se producen como agitadores que nos llevarían a las checas o a la anarquía más salvaje.

Nos dijeron que teníamos que trabajar juntos para afrontar los problemas de una humanidad explotada y doliente, en la que un 80% padece hambre, enfermedad, ignorancia y miseria mientras sólo el 20% vivimos con dignidad, aún sabiendo que estamos explotando las riquezas y la mano de obra de otros pueblos empobrecidos. No hubo ayudas sino préstamos y no hubo cooperación sino explotación: bauxita, madera, coltan, litio, oro, bosques, hidrocarburos, opio para la heroína y toda riqueza natural capaz de ser manufacturada en nuestras sociedades para que rindiera los máximos beneficios. Por eso siguen hablando de “recursos” humanos y naturales. Como si un ser humano pudiera ser un “recurso”, bueno para ser explotado, un instrumento para alcanzar un fin, un objeto de quien, por naturaleza, es sujeto que sale al encuentro e interpela.

Porque el fundamento de la ciudadanía, antes que el de la democracia, es el reconocimiento de igual dignidad de todos los seres humanos.

No había dinero en el 2000 para conseguir los Objetivos del Milenio, “reducir a la mitad las personas pobres y hambrientas”, pero todo lo que se necesita al año para el Fondo Mundial para la Alimentación se gasta en 15 días en gastos militares. Tres mil millones de dólares cada día.

No había 40.000 millones de dólares para remediar el hambre pero, después del 11 de septiembre, se despilfarraron miles de millones para invadir y explotar Irak y Afganistán.

Cuando, en 2008, se produjo el crack en Estados Unidos se habilitaron 720.000 millones de dólares para rescatar las instituciones financieras y 400.000 millones en la Unión Europea. Y el Presidente de la Comunidad europea, Durao Barroso, afirmó que era urgente “reinventar el capitalismo”. Poco le faltó a para reafirmar el poder de los plutócratas que dirigen el mundo. ¿Qué otra cosa fueron los distintos G 8, G 20 sino el poder de una oligarquía financiera?

Lo que tenemos que hacer es inventar el porvenir. Y Obama proclamó en El Cairo: “para una mejor distribución de la riqueza, en lugar de una época de cambios, queremos un cambio de época”.

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