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Intuiciones inciertas

Inmerecido castigo II

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Vivir amando, luchando y recordando los colores de las flores que intenté no pisar, escribiendo versos que no acaban y viendo tus ojos tan negros, morenazo, talentoso, hombre bueno, que me llamas por teléfono y me das tardes agradables que curan mi pequeña depresión.

Comprar un piso más grande en La Coruña para mis años de vieja, lo haré. Llenaré mis días de felicidad, cuatro habitaciones llenas de felicidad, estará muy cerca del mar, bonitas serán las vistas que se ocuparán de mi inquietante soledad, que cubrirán mis años finales, venderé todas mis cosas y me mudaré, mis planes son esos y los realizaré. Amén.

Olvidar el lamento y poder vivir tranquila, nada se arreglaría con la muerte de cualquier ser humano, con la desaparición mía, menos. Soy normal como cada cual, soy uno más. Dios desea que viva, olvidar el lamento y amar escuchar los latidos de mi corazón rojo sangre de nuevo, no morir a manos de deshonestos, hombres malos, boxeadores de Satanás. Es lo único que pido a los angelitos buenos.

¿Qué es esto triste que me envuelve?, ya con 36 años, veo atrás, veo adelante y mejor... no ver.

Cerrar los ojos y aprender a rezar porque Dios es el único que aún me escucha aunque no responda, ¿qué será esto a lo que no me acostumbro y me hace toser de día y de noche pues mi sistema inmunológico se debilita con los pasos de los segundos?, ¿cuál será la salida?, ¿cuál?, vuelve Señor tus ojos a mí un ratito chiquitito.

Olvidar lo que siento, ¿para qué pensar más?, es un loco invento sentir en mis carnes la venganza y la bondad, ¿qué fui yo?, olvidar el sustento del alma en el rostro del viejo que me amaba, olvidar lo que he sido pero no con pena ni reviviendo una especie de oscura tragedia, amarlo, quererlo, yo valgo para estar así, pero debo olvidarlo ya mismo pues ha decidido emprender el último viaje por su voluntad u obligado, no me lo ha contado. Que Dios sepa de mis intentos, camino sin saber… ¿y él?, ¿me defenderá?.

Creo que... bueno... eso, creo, bueno, es mejor su hijito, él sí que es comprensivo, olvidar lo que pienso sin preocuparme luego, callarse y seguir simplemente viviendo con un plato de comida y buen techo… ¿para qué más?...

No merezco morir, saberlo, pero olvidarlo, irlo dejando poco a poco, mi corta vida de mujer de difíciles sentimientos que ahora nada entiende y que nadando va por la vida sin un buen salvavidas que le impida ahogarse, con la mirada triste y contando las piedras del camino que recorre tan sola.

Andar pensando siempre en lo mucho que no son, no tengo porque irme a negro ni a gris ni al color mostaza, no les serviría de nada.

Desaliento, andar así, sin triunfos, sin hombre, sin norte y queriendo viajar al Sur, porque yo lo valgo, y Dios que está tan arriba, “en casa de Dios”, olvidándose de mí porque él no sentiría como yo he sentido, andar pensando, en lo mucho que son, pero en lo poco que valen.

Valdrá la pena, ¿seré yo?, dales un castigo, ya vale, concho, rechoncho, conchita, Conchilla (mi madre), Conchaza... No podría cambiarme por nada, ni por religión, ni por oro, ni por fama. Tampoco por la buena salud ni por la tranquilidad del alma.

¿Valdrá la pena enamorarse de nuevo?.

Bueno ya está bien, mira aquí bobo, cara de bobo el que lee. Muy mal ¡eh!, muy pero que muy mal.

Fin.

Inmerecido castigo II

Intuiciones inciertas
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
miércoles, 30 de noviembre de 2016, 00:14 h (CET)
Vivir amando, luchando y recordando los colores de las flores que intenté no pisar, escribiendo versos que no acaban y viendo tus ojos tan negros, morenazo, talentoso, hombre bueno, que me llamas por teléfono y me das tardes agradables que curan mi pequeña depresión.

Comprar un piso más grande en La Coruña para mis años de vieja, lo haré. Llenaré mis días de felicidad, cuatro habitaciones llenas de felicidad, estará muy cerca del mar, bonitas serán las vistas que se ocuparán de mi inquietante soledad, que cubrirán mis años finales, venderé todas mis cosas y me mudaré, mis planes son esos y los realizaré. Amén.

Olvidar el lamento y poder vivir tranquila, nada se arreglaría con la muerte de cualquier ser humano, con la desaparición mía, menos. Soy normal como cada cual, soy uno más. Dios desea que viva, olvidar el lamento y amar escuchar los latidos de mi corazón rojo sangre de nuevo, no morir a manos de deshonestos, hombres malos, boxeadores de Satanás. Es lo único que pido a los angelitos buenos.

¿Qué es esto triste que me envuelve?, ya con 36 años, veo atrás, veo adelante y mejor... no ver.

Cerrar los ojos y aprender a rezar porque Dios es el único que aún me escucha aunque no responda, ¿qué será esto a lo que no me acostumbro y me hace toser de día y de noche pues mi sistema inmunológico se debilita con los pasos de los segundos?, ¿cuál será la salida?, ¿cuál?, vuelve Señor tus ojos a mí un ratito chiquitito.

Olvidar lo que siento, ¿para qué pensar más?, es un loco invento sentir en mis carnes la venganza y la bondad, ¿qué fui yo?, olvidar el sustento del alma en el rostro del viejo que me amaba, olvidar lo que he sido pero no con pena ni reviviendo una especie de oscura tragedia, amarlo, quererlo, yo valgo para estar así, pero debo olvidarlo ya mismo pues ha decidido emprender el último viaje por su voluntad u obligado, no me lo ha contado. Que Dios sepa de mis intentos, camino sin saber… ¿y él?, ¿me defenderá?.

Creo que... bueno... eso, creo, bueno, es mejor su hijito, él sí que es comprensivo, olvidar lo que pienso sin preocuparme luego, callarse y seguir simplemente viviendo con un plato de comida y buen techo… ¿para qué más?...

No merezco morir, saberlo, pero olvidarlo, irlo dejando poco a poco, mi corta vida de mujer de difíciles sentimientos que ahora nada entiende y que nadando va por la vida sin un buen salvavidas que le impida ahogarse, con la mirada triste y contando las piedras del camino que recorre tan sola.

Andar pensando siempre en lo mucho que no son, no tengo porque irme a negro ni a gris ni al color mostaza, no les serviría de nada.

Desaliento, andar así, sin triunfos, sin hombre, sin norte y queriendo viajar al Sur, porque yo lo valgo, y Dios que está tan arriba, “en casa de Dios”, olvidándose de mí porque él no sentiría como yo he sentido, andar pensando, en lo mucho que son, pero en lo poco que valen.

Valdrá la pena, ¿seré yo?, dales un castigo, ya vale, concho, rechoncho, conchita, Conchilla (mi madre), Conchaza... No podría cambiarme por nada, ni por religión, ni por oro, ni por fama. Tampoco por la buena salud ni por la tranquilidad del alma.

¿Valdrá la pena enamorarse de nuevo?.

Bueno ya está bien, mira aquí bobo, cara de bobo el que lee. Muy mal ¡eh!, muy pero que muy mal.

Fin.

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