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David S. Broder

Disuadidos por el partidismo

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WASHINGTON - Mientras las bombas terroristas estallaban en el metro de Moscú, Washington, D.C. disfrutaba de una semana de inusual paz y tranquilidad. El Congreso estaba de receso y el tumulto y los gritos eran felizmente acallados.

La prensa que siguió a varios miembros de la Cámara y el Senado en sus asambleas municipales encontraron una extraña mezcla de reacciones, con los elogios y las críticas vertidas desde los rincones partidistas esperables y sin consenso en torno a los logros o atentados de este histórico período de sesiones.

Es difícil acordarse ahora en la primavera de 2010 que hace menos de dos años, cuando el país abordaba la tarea de elegir al nuevo presidente, todos los finalistas eran miembros del Senado estadounidense. Barack Obama, Hillary Rodham Clinton y John McCain destacaron sobre todos sus rivales, despejando el camino a que Obama y Joe Biden se convirtieran en el primer tándem integrado íntegramente por senadores en ganar desde John Kennedy y Lyndon Johnson. En 2008 ninguna credencial funcionó mejor para el cargo más elevado de la dirección nacional que ser congresista.

Hoy en día, la mayoría de las encuestas convienen en que menos del 20% de los electores aprueban la labor que está desempeñando el Congreso. A pesar de la aprobación de la reforma sanitaria que con seguridad ocupará un lugar en los libros de historia junto a un estímulo económico y las medidas de ayuda a la educación que son más generosas que nunca, el prestigio de la rama legislativa se ha hundido a mínimos históricos.

¿Por qué el suspenso sonado? Parte de ello es la reacción de la opinión pública al espectáculo en que se han convertido los legisladores los quince últimos meses.

La mayoría de los Republicanos con quienes he hablado dicen estar convencidos de que sus legisladores en inferioridad numérica han hecho lo correcto al negar virtualmente cualquier voto a Obama y valerse de todos los mecanismos posibles para retrasar o imposibilitar su agenda.

La mayoría de los Demócratas que entrevisté están igual de seguros de que la gente de la Casa Blanca y la secretaría del partido hicieron bien al imponer la reforma sanitaria en su trámite final frente a las encuestas que demuestran que la mayoría de los votantes son contrarios a ella.

Sin embargo, la parcialidad de ambas partes fue en sí misma un revulsivo para los independientes. Son personas que habían creído a Obama cuando dijo que quería que Washington pasara página de las recriminaciones de los años de George W. Bush. Con independencia de sus opiniones en materia sanitaria - o económica o educativa o la que sea - son disuadidos por la incapacidad de ambos partidos de superar sus inquietudes parroquianas y encontrar el acuerdo en los pasos necesarios para frenar el desempleo y la deuda que consume al país.

Lo otro que me sorprende a tenor de las conversaciones mantenidas recientemente en Florida y Texas, los pilares del Sun Belt, es la forma en que la legislación sanitaria es percibida por parte de aquellos que ocupan los polos del debate.

A pesar de los mejores esfuerzos de Obama por convencer a su audiencia de que, hablando en general, va a salir beneficiada a medida que la legislación se vaya implantando, la mayoría de las personas con las que me ha reunido están seguras de que se promulga para alguien que no son ellos. El presidente y sus aliados Demócratas sostienen que, por primera vez, los jóvenes podrán estar asegurados en las pólizas de sus padres hasta los 26 años y nadie será excluido por enfermedades anteriores a la firma de la póliza.

Pero para los millones que ya están asegurados - en cualquier grado - por las pólizas contratadas por sus empresas de trabajo o que están más preocupados por el coste, sigue sonando a que se ayuda a alguien diferente. ¿Y esos 31 millones sin seguro que por primera vez estarán asegurados? Definitivamente son alguien diferente.

Éste no es un país egoísta, y cuando se amplió Medicare en 2003 para sufragar el coste de las recetas de los ancianos, no hubo represalias - a pesar de que no había dinero para financiar la ampliación.

Pero el país no se encontraba en medio de una acusada recesión y la sensibilidad hacia el endeudamiento y la deuda nacional no era lo que es hoy.

Éste es un país que está sintiendo el efecto de lleno. Tiene poca o ninguna tolerancia hacia la política de siempre. Y es escéptico con cualquiera que diga hacer buenas obras de forma desinteresada. Es por eso que el Congreso está en problemas.

Disuadidos por el partidismo

David S. Broder
David S. Broder
jueves, 1 de abril de 2010, 07:39 h (CET)
WASHINGTON - Mientras las bombas terroristas estallaban en el metro de Moscú, Washington, D.C. disfrutaba de una semana de inusual paz y tranquilidad. El Congreso estaba de receso y el tumulto y los gritos eran felizmente acallados.

La prensa que siguió a varios miembros de la Cámara y el Senado en sus asambleas municipales encontraron una extraña mezcla de reacciones, con los elogios y las críticas vertidas desde los rincones partidistas esperables y sin consenso en torno a los logros o atentados de este histórico período de sesiones.

Es difícil acordarse ahora en la primavera de 2010 que hace menos de dos años, cuando el país abordaba la tarea de elegir al nuevo presidente, todos los finalistas eran miembros del Senado estadounidense. Barack Obama, Hillary Rodham Clinton y John McCain destacaron sobre todos sus rivales, despejando el camino a que Obama y Joe Biden se convirtieran en el primer tándem integrado íntegramente por senadores en ganar desde John Kennedy y Lyndon Johnson. En 2008 ninguna credencial funcionó mejor para el cargo más elevado de la dirección nacional que ser congresista.

Hoy en día, la mayoría de las encuestas convienen en que menos del 20% de los electores aprueban la labor que está desempeñando el Congreso. A pesar de la aprobación de la reforma sanitaria que con seguridad ocupará un lugar en los libros de historia junto a un estímulo económico y las medidas de ayuda a la educación que son más generosas que nunca, el prestigio de la rama legislativa se ha hundido a mínimos históricos.

¿Por qué el suspenso sonado? Parte de ello es la reacción de la opinión pública al espectáculo en que se han convertido los legisladores los quince últimos meses.

La mayoría de los Republicanos con quienes he hablado dicen estar convencidos de que sus legisladores en inferioridad numérica han hecho lo correcto al negar virtualmente cualquier voto a Obama y valerse de todos los mecanismos posibles para retrasar o imposibilitar su agenda.

La mayoría de los Demócratas que entrevisté están igual de seguros de que la gente de la Casa Blanca y la secretaría del partido hicieron bien al imponer la reforma sanitaria en su trámite final frente a las encuestas que demuestran que la mayoría de los votantes son contrarios a ella.

Sin embargo, la parcialidad de ambas partes fue en sí misma un revulsivo para los independientes. Son personas que habían creído a Obama cuando dijo que quería que Washington pasara página de las recriminaciones de los años de George W. Bush. Con independencia de sus opiniones en materia sanitaria - o económica o educativa o la que sea - son disuadidos por la incapacidad de ambos partidos de superar sus inquietudes parroquianas y encontrar el acuerdo en los pasos necesarios para frenar el desempleo y la deuda que consume al país.

Lo otro que me sorprende a tenor de las conversaciones mantenidas recientemente en Florida y Texas, los pilares del Sun Belt, es la forma en que la legislación sanitaria es percibida por parte de aquellos que ocupan los polos del debate.

A pesar de los mejores esfuerzos de Obama por convencer a su audiencia de que, hablando en general, va a salir beneficiada a medida que la legislación se vaya implantando, la mayoría de las personas con las que me ha reunido están seguras de que se promulga para alguien que no son ellos. El presidente y sus aliados Demócratas sostienen que, por primera vez, los jóvenes podrán estar asegurados en las pólizas de sus padres hasta los 26 años y nadie será excluido por enfermedades anteriores a la firma de la póliza.

Pero para los millones que ya están asegurados - en cualquier grado - por las pólizas contratadas por sus empresas de trabajo o que están más preocupados por el coste, sigue sonando a que se ayuda a alguien diferente. ¿Y esos 31 millones sin seguro que por primera vez estarán asegurados? Definitivamente son alguien diferente.

Éste no es un país egoísta, y cuando se amplió Medicare en 2003 para sufragar el coste de las recetas de los ancianos, no hubo represalias - a pesar de que no había dinero para financiar la ampliación.

Pero el país no se encontraba en medio de una acusada recesión y la sensibilidad hacia el endeudamiento y la deuda nacional no era lo que es hoy.

Éste es un país que está sintiendo el efecto de lleno. Tiene poca o ninguna tolerancia hacia la política de siempre. Y es escéptico con cualquiera que diga hacer buenas obras de forma desinteresada. Es por eso que el Congreso está en problemas.

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