También va de azul, un tono mucho más claro, más suave, pero no lleva tatuada en su pecho la “S” tan característica de otro superhéroe que también, como el nuestro con su deporte, se dedicaba a salvar, a rescatar, a ayudar, a quien lo necesitase. Tampoco lleva un calzón por encima del traje ni un cinturón en su cintura. Tampoco nació en un planeta lejano, sino en una población cercana a la capital de su país. Suele practicar el vuelo, aunque para ello no le hace falta una capa roja, le basta con una bicicleta. Tiene en un habitante de Texas a su Lex Luthor particular. No le apodan Superman pero sí el “Pistolero” de Pinto. No se llama Clark Kent pero sí Alberto Contador. No es un hombre de otro planeta pero también tiene su kryptonita, el polen.
El polen da nombre al colectivo de microgametofitos de los espermatófitos, de los granos de polen de las plantas con semilla. El polen es la kryptonita que el pasado sábado debilitó, destruyó, a Alberto Contador en Córcega, al sur de la Costa Azul y al norte de Cerdeña, la isla de las aventuras y de las invasiones, la isla de la belleza que componen el azul y el verde, el agua y los árboles, el mar y las montañas, cuando se juntan, cuando comparten territorio.
Fue una de esas montañas que colorean el paisaje, el Col de l´Ospedale, el escenario del descubrimiento de la única arma que ha conseguido derrotar al más fuerte, al más bueno, al más listo, en el último año. Anteriormente, un murciano de Mula, un murciano que viste de negro, un murciano llamado Luis León Sánchez, era el envidiado por todos, el envidiado cuando venció, ganó, derrotó, a ese chico imbatible de Pinto en la París-Niza.
En aquella ocasión, la kryptonita fue el propio Luis León. En ésta, una alergia. Una alergia al polen que hundió, ante sorpresa de todos, ciclistas y aficionados, al corredor que salió con el cartel de favorito número uno al triunfo, cuando Tiago Machado, ese portugués de 24 años que apunta maneras, que pertenece al escuadrón de su enemigo, del americano que también cayó, saltó en busca de un peleón galo que responde cuando le llaman David Moncoutie. Tras él, Fedrigo y la sombra de un Alberto Contador que parecía dispuesto a saludar, una vez más, al público y comenzar un nuevo recital, una nueva obra para su colección, para su museo de ataques, de exhibiciones, de victorias.
Una sombra que de repente desapareció y no dio más señales hasta que cruzó la línea de meta, donde se reproducía en boca de los que allí estaban presentes las conversaciones de todos los que vieron la etapa, las conversaciones que tenían un solo tema, el desfallecimiento del mejor, de Alberto Contador. Pero no existió tal desfallecimiento, no hubo piernas más fuertes que pudieran con las suyas, fue una alergia la que, por un instante, por un momento, hizo creer al mundo que el “Pistolero” de Pinto era mortal.