WASHINGTON - Después de más de un año durante el que las plazas hospitalarias y la consulta del médico ocuparon el centro de atención, la atención se desplaza esta semana a las aulas de América. El lunes, el Secretario de Educación Arne Duncan anunciará los ganadores de la primera ronda de Race to the Top, el concurso de 4.000 millones de dólares que montó para recompensar a los estados con los planes de mejora de sus escuelas públicas más ambiciosos.
Cuando pregunté a Duncan la semana pasada qué esperaba que dijera la gente sobre este concurso sin precedentes, respondió: "Muchos se mostraron escépticos cuando anunciamos esto hace un año como parte del paquete de estímulo. Espero que ahora se den cuenta del listón tan algo que se ha puesto".
¿Debido a lo buenos que son los planes ganadores?, pregunté. "Muy buenos, y muy contados", dijo.
Duncan, el larguirucho ex inspector de los centros escolares de Chicago que juega al baloncesto con el presidente, ha recibido lo que ninguno de sus predecesores al frente del Departamento de Educación ha tenido nunca: una gran cantidad de líquido, prestado del extranjero como parte de la iniciativa de 787.000 millones de dólares a dos años para rescatar la economía del colapso. Quince de los 40 estados que presentaron planes fueron declarados finalistas de Race to the Top a principios de este mes, junto al Distrito de Columbia. Los ganadores se llevarán millones para financiar sus proyectos de mejora.
Que esto esté sucediendo cuando un estado tras otro y un distrito escolar tras otro han visto sus presupuestos regulares recortados drásticamente a causa de la economía nacional castigada por la recesión no hace sino aumentar la influencia de Duncan.
Sabemos que la utilizará para incrementar el peso de los centros escolares concertados, la alternativa pública adaptada al fracaso de los modelos convencionales, y para fomentar otras iniciativas encaminadas a cambiar la forma en la que el profesorado es reclutado, formado y distribuido -- especialmente en el caso de los jóvenes procedentes de hogares de escasos recursos financieros.
Pero no sabemos dónde. Y desconocemos lo provechosamente que Duncan sabrá explotar estos ingresos para desplazar la burocracia de la educación de forma que produzca resultados espectaculares.
Resulta que al parecer Race to the Top es sólo una de las dos grandes iniciativas que ha puesto en marcha Duncan para intentar dar un vuelco a los centros escolares de América. La otra es la iniciativa encaminada a reformular y reimplantar en el Congreso la mayor ley de ayuda federal a la educación, más conocida por el nombre que le puso George W. Bush, No Child Left Behind (NCLB).
Duncan quiere preservar lo que la ley tiene de más característico (y polémico), la obligatoriedad de que los centros escolares de educación y los institutos examinen con regularidad a sus alumnos con el fin de determinar el rendimiento de cada subgrupo significativo, con el objetivo de reducir las diferencias raciales y sexuales.
Pero él y el presidente han instado al Congreso a reformular ambos estándares y su implementación en un amplio abanico de formas que prometen ser más rigurosas y menos intrusivas que No Child Left Behind.
Son ayudados por el hecho de que 48 de los 50 estados - todos menos Texas y Alaska - han accedido este año a redactar estándares comunes para matemáticas y lengua inglesa, proporcionando un punto de referencia a los centros escolares sin tener que invocar la pesada mano del gobierno.
Es demasiado pronto para saber lo que hará el Congreso con el plan Duncan o si la reimplantación de No Child Left Behind encajará o no en el calendario legislativo.
Hasta el momento, los comentarios más críticos han surgido de la dirección de los dos grandes sindicatos de profesores, que podrían sentenciar estos cambios en un Congreso Demócrata. Pero Duncan, tras su experiencia en Chicago, ha aprendido el valor de mantener abiertas las vías de comunicación y no aceptar como definitiva la primera negativa. El día que le vi, había desayunado con uno de los jefes sindicales.
Más notablemente, el bipartidismo que marcó la aprobación de No Child Left Behind - con los Demócratas George Miller, de California, y Ted Kennedy asociándose con Bush - sigue siendo posible hasta después de la guerra de la sanidad.
Duncan dice que el mérito pertenece a Lamar Alexander, de Tennessee, un ex secretario de educación actualmente en el Senado, y al Representante de Delaware Mike Castle, otro Republicano, como colaboración en la redacción de la propuesta.
Lograr el tipo de cambio que promueve Duncan supondría un gran regalo para el país, especialmente cuando tantos estados están siendo obligados a escatimar sus compromisos en materia educativa por culpa de las presiones presupuestarias.