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Etiquetas | Política | Rita Barberá
Los representantes políticos han evidenciado tras la muerte de la senadora Barberá su nulo saber estar

La podredumbre representativa

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La representación política está podrida, y hay unos días en los que hiede más que en otros. El día del óbito de la senadora Barberá y los subsiguientes son clara muestra de la tajante enunciación con la que principio el presente escrito. ¿Acaso no es vergonzoso usar incluso lo luctuoso para sacar ventaja moral en la lucha política interpartisana? Pero si la ciudadanía tiene un mínimo sentido común (ese que falta en el Hemiciclo) no otorgará beneplácito alguno a ninguno de los contendientes, esos que se disparan mutuamente la metralla indeseable del infortunio. ¿No es sonrojante que no esté protocolizado el “modus operandi” cuando acaece un suceso como el ya sobrealudido? Aquí solo cabe la asepsia; por mucho que se choteen a toda hora nuestros representantes, ellos deben un respeto al contribuyente que paga sus sueldos. Tienen que ser respetuosos en su conducta a toda hora y cumplir escrupulosamente con lo que la urbanidad aconseja. Las conductas macarras no habrían de tener su terreno abonado en los institucionales emplazamientos, donde, por otro lado, deberían contar ya, como decimos, con una norma protocolaria que contuviese las directrices a seguir, sin comentarse nada más, por tenerse claramente asumido lo que procede hacer.

Otra cosa que ha de resultar poco grata en un sentido odorífero al ciudadano es la configuración de los cargos institucionales, los cuales son ocupados por camaradas y compadres cuyos lazos fraternales son reforzados por la partitocrática militancia, lo que, como es lógico, hace que si son sorprendidos en un renuncio por la prensa, el Poder Judicial u otras instancias fiscalizadoras con el suficiente arresto para denunciar determinadas prácticas ilícitas, se encuentren en el dilema de tener que apoyar a su correligionario o de renegar de él.

La política es muy cainita y se suele dejar de lado al caído en desgracia, pues cada cual mira por su propia carrera política (¿no es ese otro factor deformante de nuestros sistemas políticos?); se le suele apoyar mientras las sospechas no han delatado aún el acto ilícito en cuestión, pero si este se torna palmario, nadie quiere quedar contaminado, motivo por el que el “sospechoso” es abandonado a su suerte.

Pero que un político implicado en prácticas de dudosa licitud sea denunciado por otro de su cuerda es algo impensable; en todo caso lo hará el de enfrente movido por el hambre de réditos políticos.

Nuestros representantes saben gestionar muy bien los privilegios a que les da acceso el orbe de la gestión política, pero orillan las responsabilidades relativas a los problemas que acucian al ciudadano medio, porque antes está el posicionamiento de la formación y el suyo propio. Por eso cuando suceden cosas como el fallecimiento de Barberá nadie, de uno otro bando, muestra humano respeto, lanzándose a manejar de la manera más hipócrita una muerte.

Las conchas, las aristas, la desvergüenza… mostradas por unos y otros ponen de manifiesto el motivo por el que el Poder Legislativo se descompone por pura pudrición. Por eso es el momento del gobierno directo del pueblo por el pueblo. Hay tecnología para llevar a cabo tal premisa. Pues los representantes políticos distorsionan y desvirtúan las necesidades sociales. Los parlamentos son ineficaces rémoras, vana imagen de un tiempo pasado.

La tecnología es susceptible de ser maleada en muchos de sus flancos, y es que, como todo y todos en esta vida, es falible, como falibles son los más tradicionales procedimientos; la clave estaría en contar con tal hipótesis y, con toda la buena disposición e intenciones, luchar contra el fraude y la delincuencia, trasvasando, asimismo, dicha tecnología al servicio del ser humano, no empleándola para subyugarlo o manipularlo, peligros estos que planean en derredor de las más últimas innovaciones vinculadas con lo tecnológico.

Todo en su justa medida ayuda a la obtención de logros en el camino de una más virtuosa, y por ende más habitable, sociedad.

Si la voluntad que mueve la implementación de los más novedosos ingenios no es ética ni bienintencionada, esclavizará a los más, vulnerando recintos de la privacidad e intimidad otrora impensados más allá de la ciencia ficción. Quizá por ello convendría priorizar unas reglas del juego que evitasen el político libertinaje que nos asola, pues si las vigentes fórmulas gubernativas siguen asentadas, y sobre ellas a su vez se asienta un aparataje tecnológico desaforado, desaforado será el dispendio. Si la tecnología por otro lado (servicios de Inteligencia aparte) sirve para atraer a la soberanía popular a los resortes decisorios y para arrojar transparencia, el giro hacia un buen Gobierno, o al menos un Gobierno bienintencionado, será un hecho.

Habría que empezar a investigar al respecto de las posibilidades que puede tener la democracia directa popular haciendo balance de las posibilidades al alcance de la colectividad. Igual que se puede solicitar cita médica por teléfono dando dos datos a un ordenador, muchas más cosas se pueden hacer. Es el momento de que el ciudadano salga del letargo y se preocupe de verdad por la gobernanza de su localidad, región y país. Solo un pueblo que legisle puede sobreponerse a intereses privativos de unas oligarquías instaladas en la poltrona prestas a contaminar a todo aquel que logre alcanzar el puerto de montaña de los privilegios que les adornan ya desde hace demasiado tiempo.

La podredumbre representativa

Los representantes políticos han evidenciado tras la muerte de la senadora Barberá su nulo saber estar
Diego Vadillo López
viernes, 25 de noviembre de 2016, 09:14 h (CET)
La representación política está podrida, y hay unos días en los que hiede más que en otros. El día del óbito de la senadora Barberá y los subsiguientes son clara muestra de la tajante enunciación con la que principio el presente escrito. ¿Acaso no es vergonzoso usar incluso lo luctuoso para sacar ventaja moral en la lucha política interpartisana? Pero si la ciudadanía tiene un mínimo sentido común (ese que falta en el Hemiciclo) no otorgará beneplácito alguno a ninguno de los contendientes, esos que se disparan mutuamente la metralla indeseable del infortunio. ¿No es sonrojante que no esté protocolizado el “modus operandi” cuando acaece un suceso como el ya sobrealudido? Aquí solo cabe la asepsia; por mucho que se choteen a toda hora nuestros representantes, ellos deben un respeto al contribuyente que paga sus sueldos. Tienen que ser respetuosos en su conducta a toda hora y cumplir escrupulosamente con lo que la urbanidad aconseja. Las conductas macarras no habrían de tener su terreno abonado en los institucionales emplazamientos, donde, por otro lado, deberían contar ya, como decimos, con una norma protocolaria que contuviese las directrices a seguir, sin comentarse nada más, por tenerse claramente asumido lo que procede hacer.

Otra cosa que ha de resultar poco grata en un sentido odorífero al ciudadano es la configuración de los cargos institucionales, los cuales son ocupados por camaradas y compadres cuyos lazos fraternales son reforzados por la partitocrática militancia, lo que, como es lógico, hace que si son sorprendidos en un renuncio por la prensa, el Poder Judicial u otras instancias fiscalizadoras con el suficiente arresto para denunciar determinadas prácticas ilícitas, se encuentren en el dilema de tener que apoyar a su correligionario o de renegar de él.

La política es muy cainita y se suele dejar de lado al caído en desgracia, pues cada cual mira por su propia carrera política (¿no es ese otro factor deformante de nuestros sistemas políticos?); se le suele apoyar mientras las sospechas no han delatado aún el acto ilícito en cuestión, pero si este se torna palmario, nadie quiere quedar contaminado, motivo por el que el “sospechoso” es abandonado a su suerte.

Pero que un político implicado en prácticas de dudosa licitud sea denunciado por otro de su cuerda es algo impensable; en todo caso lo hará el de enfrente movido por el hambre de réditos políticos.

Nuestros representantes saben gestionar muy bien los privilegios a que les da acceso el orbe de la gestión política, pero orillan las responsabilidades relativas a los problemas que acucian al ciudadano medio, porque antes está el posicionamiento de la formación y el suyo propio. Por eso cuando suceden cosas como el fallecimiento de Barberá nadie, de uno otro bando, muestra humano respeto, lanzándose a manejar de la manera más hipócrita una muerte.

Las conchas, las aristas, la desvergüenza… mostradas por unos y otros ponen de manifiesto el motivo por el que el Poder Legislativo se descompone por pura pudrición. Por eso es el momento del gobierno directo del pueblo por el pueblo. Hay tecnología para llevar a cabo tal premisa. Pues los representantes políticos distorsionan y desvirtúan las necesidades sociales. Los parlamentos son ineficaces rémoras, vana imagen de un tiempo pasado.

La tecnología es susceptible de ser maleada en muchos de sus flancos, y es que, como todo y todos en esta vida, es falible, como falibles son los más tradicionales procedimientos; la clave estaría en contar con tal hipótesis y, con toda la buena disposición e intenciones, luchar contra el fraude y la delincuencia, trasvasando, asimismo, dicha tecnología al servicio del ser humano, no empleándola para subyugarlo o manipularlo, peligros estos que planean en derredor de las más últimas innovaciones vinculadas con lo tecnológico.

Todo en su justa medida ayuda a la obtención de logros en el camino de una más virtuosa, y por ende más habitable, sociedad.

Si la voluntad que mueve la implementación de los más novedosos ingenios no es ética ni bienintencionada, esclavizará a los más, vulnerando recintos de la privacidad e intimidad otrora impensados más allá de la ciencia ficción. Quizá por ello convendría priorizar unas reglas del juego que evitasen el político libertinaje que nos asola, pues si las vigentes fórmulas gubernativas siguen asentadas, y sobre ellas a su vez se asienta un aparataje tecnológico desaforado, desaforado será el dispendio. Si la tecnología por otro lado (servicios de Inteligencia aparte) sirve para atraer a la soberanía popular a los resortes decisorios y para arrojar transparencia, el giro hacia un buen Gobierno, o al menos un Gobierno bienintencionado, será un hecho.

Habría que empezar a investigar al respecto de las posibilidades que puede tener la democracia directa popular haciendo balance de las posibilidades al alcance de la colectividad. Igual que se puede solicitar cita médica por teléfono dando dos datos a un ordenador, muchas más cosas se pueden hacer. Es el momento de que el ciudadano salga del letargo y se preocupe de verdad por la gobernanza de su localidad, región y país. Solo un pueblo que legisle puede sobreponerse a intereses privativos de unas oligarquías instaladas en la poltrona prestas a contaminar a todo aquel que logre alcanzar el puerto de montaña de los privilegios que les adornan ya desde hace demasiado tiempo.

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