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David S. Broder

El momento de John Dingell

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WASHINGTON - Nadie aguardó más tiempo la aprobación de la reforma sanitaria que John Dingell, de manera que es normal que nadie sonriera más ampliamente que el congresista de 83 años sentado a la diestra del presidente durante la ceremonia de aprobación en el East Room de la Casa Blanca.

Corría el año 1955 cuando Dingell sucedía a su difunto padre en las elecciones extraordinarias para representar al cinturón de Detroit y hacerse cargo del objetivo familiar de trabajar para que la salud estuviera garantizada para todas las familias al margen de la renta.

"Llevo en ello 55 años", me decía el decano de la Cámara cuando me puse en contacto telefónico con él en su oficina del Capitolio a última hora de la tarde del martes. Tras ver las celebraciones de televisión, se me ocurrió que tenía que hablar con Dingell para rematar la jornada.

Eché la vista atrás -- 55 años no, pero sí 16 -- cuando otro presidente, Bill Clinton, respaldado por otro Congreso Demócrata, se disponía a aprobar un proyecto de ley que aseguraría a los que no tienen seguro médico dentro de esta próspera nación. Dingell era el presidente de uno de los comités clave de la Cámara que tramitaban el anteproyecto, el de Energía y Comercio, y a pesar de toda su formidable reputación como legislador magistral, le revolvió las entrañas no poder persuadir a su comisión de someter la legislación a votación en la Cámara.

El bando Demócrata del comité estaba dividido en su enfoque del anteproyecto, y para cuando Dingell lo sacó adelante en el subcomité por la mínima, la tendencia de la popularidad se había voto contra los Demócratas. En noviembre perdieron el control del Congreso y Dingell perdió la presidencia del comité.

"Esta vez", decía Dingell, "hemos tenido un gran apoyo, no sólo de los sindicatos y el lobby de los jubilados, sino del Colegio de Médicos y las enfermeras. Los Republicanos apostaron sus bazas, y todo vino rodado. El sistema y la institución funcionaron".

Obama, cuya constancia fue puesta a prueba y demostró ser valiosa en esta batalla aún más que en su ascenso a la residencia, mencionó a Dingell y a todos los que habían luchado por esta causa desde Teddy Roosevelt a Ted Kennedy. Demostró, dijo, que "nuestra presencia hoy aquí es notable e inverosímil.

"Con todas las críticas, toda la presión, todo el regateo que circula en Washington como si fuera administración pública, ha sido fácil en ocasiones poner en duda nuestra capacidad de hacer algo tan grande, tan complicado; preguntarse si hay límites a lo que nosotros, como pueblo, todavía podemos lograr", decía.

"Pero hoy, afirmamos esa verdad esencial -- una verdad que cada generación está llamada a descubrir por sí misma - de que no somos una nación que reduzca sus aspiraciones. No somos una nación que se rinda a la duda o la desconfianza. No nos rendimos al miedo. No somos una nación que opte por lo fácil. No somos así. Así no llegamos hasta aquí.

"Somos una nación que se enfrenta a sus desafíos y acepta sus responsabilidades. Somos una nación que hace lo que es difícil. Lo que es necesario. Lo que es correcto".

En las próximas semanas y meses, todos tendremos ocasión de recordar que no somos pioneros. Nos ponemos a la par de lo que las demás sociedades industriales han garantizado a sus habitantes desde hace tiempo. Dingell me recordó que cuando Medicare fue aprobado en 1965, él pensaba que la protección del resto de la población surgiría enseguida.

El año que viene, si no antes, seguramente el Congreso tenga que enmendar la nueva ley para corregir parte de los defectos que sus críticos ya han señalado. De hecho, los legisladores se ocuparán de la sanidad cada vez que se reúnan durante el futuro próximo.

Inevitablemente, el coste de las garantías contenidas en este proyecto de ley plantearán a los futuros congresos decisiones difíciles afinadas por estos legisladores.

Y aún así, como John Dingell puede dar fe mejor que nadie, es digno de celebración, como hizo Obama, el logro de una nación que hizo lo que es difícil, y necesario, y correcto.

El momento de John Dingell

David S. Broder
David S. Broder
viernes, 26 de marzo de 2010, 03:12 h (CET)
WASHINGTON - Nadie aguardó más tiempo la aprobación de la reforma sanitaria que John Dingell, de manera que es normal que nadie sonriera más ampliamente que el congresista de 83 años sentado a la diestra del presidente durante la ceremonia de aprobación en el East Room de la Casa Blanca.

Corría el año 1955 cuando Dingell sucedía a su difunto padre en las elecciones extraordinarias para representar al cinturón de Detroit y hacerse cargo del objetivo familiar de trabajar para que la salud estuviera garantizada para todas las familias al margen de la renta.

"Llevo en ello 55 años", me decía el decano de la Cámara cuando me puse en contacto telefónico con él en su oficina del Capitolio a última hora de la tarde del martes. Tras ver las celebraciones de televisión, se me ocurrió que tenía que hablar con Dingell para rematar la jornada.

Eché la vista atrás -- 55 años no, pero sí 16 -- cuando otro presidente, Bill Clinton, respaldado por otro Congreso Demócrata, se disponía a aprobar un proyecto de ley que aseguraría a los que no tienen seguro médico dentro de esta próspera nación. Dingell era el presidente de uno de los comités clave de la Cámara que tramitaban el anteproyecto, el de Energía y Comercio, y a pesar de toda su formidable reputación como legislador magistral, le revolvió las entrañas no poder persuadir a su comisión de someter la legislación a votación en la Cámara.

El bando Demócrata del comité estaba dividido en su enfoque del anteproyecto, y para cuando Dingell lo sacó adelante en el subcomité por la mínima, la tendencia de la popularidad se había voto contra los Demócratas. En noviembre perdieron el control del Congreso y Dingell perdió la presidencia del comité.

"Esta vez", decía Dingell, "hemos tenido un gran apoyo, no sólo de los sindicatos y el lobby de los jubilados, sino del Colegio de Médicos y las enfermeras. Los Republicanos apostaron sus bazas, y todo vino rodado. El sistema y la institución funcionaron".

Obama, cuya constancia fue puesta a prueba y demostró ser valiosa en esta batalla aún más que en su ascenso a la residencia, mencionó a Dingell y a todos los que habían luchado por esta causa desde Teddy Roosevelt a Ted Kennedy. Demostró, dijo, que "nuestra presencia hoy aquí es notable e inverosímil.

"Con todas las críticas, toda la presión, todo el regateo que circula en Washington como si fuera administración pública, ha sido fácil en ocasiones poner en duda nuestra capacidad de hacer algo tan grande, tan complicado; preguntarse si hay límites a lo que nosotros, como pueblo, todavía podemos lograr", decía.

"Pero hoy, afirmamos esa verdad esencial -- una verdad que cada generación está llamada a descubrir por sí misma - de que no somos una nación que reduzca sus aspiraciones. No somos una nación que se rinda a la duda o la desconfianza. No nos rendimos al miedo. No somos una nación que opte por lo fácil. No somos así. Así no llegamos hasta aquí.

"Somos una nación que se enfrenta a sus desafíos y acepta sus responsabilidades. Somos una nación que hace lo que es difícil. Lo que es necesario. Lo que es correcto".

En las próximas semanas y meses, todos tendremos ocasión de recordar que no somos pioneros. Nos ponemos a la par de lo que las demás sociedades industriales han garantizado a sus habitantes desde hace tiempo. Dingell me recordó que cuando Medicare fue aprobado en 1965, él pensaba que la protección del resto de la población surgiría enseguida.

El año que viene, si no antes, seguramente el Congreso tenga que enmendar la nueva ley para corregir parte de los defectos que sus críticos ya han señalado. De hecho, los legisladores se ocuparán de la sanidad cada vez que se reúnan durante el futuro próximo.

Inevitablemente, el coste de las garantías contenidas en este proyecto de ley plantearán a los futuros congresos decisiones difíciles afinadas por estos legisladores.

Y aún así, como John Dingell puede dar fe mejor que nadie, es digno de celebración, como hizo Obama, el logro de una nación que hizo lo que es difícil, y necesario, y correcto.

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