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David S. Broder

Lecciones del batacazo del 94

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WASHINGTON - Mientras los congresistas Demócratas planifican su estrategia para dar el último empujón a la reforma sanitaria, la duda que ronda por sus cabezas es: ¿Cómo podemos reducir nuestra exposición al riesgo en las legislativas de noviembre? ¿A qué resultado y a qué mecanismos van a poner menos pegas los electores?

La premisa más extendida es que el peor panorama, el resultado que sería más perjudicial para el partido y el Presidente Obama, sería perder el control de la Cámara o del Senado, o ambas cosas.

Pero existe otra opinión -- la que sostiene que sería más dañino que los Demócratas redujeran sus filas pero conservando la mayoría, aún nominalmente al timón pero con menor capacidad para superar el partidismo atrincherado que impera en el Congreso.

Este punto de vista alternativo se remonta 16 años atrás hasta los comicios que privaron a los Demócratas de su mayoría a finales del segundo año de la administración Clinton. Los resultados de 1994 fueron ampliamente interpretados en su momento como un rechazo tajante a los dos primeros años de presidencia de Bill Clinton, marcados por el colapso de su iniciativa de reforma sanitaria. Un presidente herido de muerte llegó a tener que defender la idea de que aún era "relevante" en el funcionamiento político de Washington.

Pero sólo dos años más tarde, en 1996, Clinton avanzaba cómodamente hacia un segundo mandato a costa de Bob Dole y podía presumir de haber aprobado la reforma de lo social y haber situado al país en el camino a unos presupuestos equilibrados.

Lo que sucedió fue que Clinton y el presidente entrante de la Cámara Newt Gingrich, tras haber puesto a prueba su influencia uno contra el otro en un combate a muerte en 1995, decidieron que era mejor para ambos en 1996 llegar a acuerdos.

La historia es narrada en su totalidad en "El Pacto: Bill Clinton, Newt Gingrich, y la rivalidad que definió a una generación", del politólogo Steven M. Gillon.

Como señala Gillon, las elecciones de 1996 convirtieron a Clinton en el primer Demócrata desde Franklin Delano Roosevelt en lograr un segundo mandato, y a Gingrich en el primer presidente Republicano de la Cámara en ver a su partido renovar mayoría en el Congreso. "Ambos caballeros juzgaron que los resultados electorales ratificaban sus estrategias".

"El resultado electoral", continúa, "subrayó hasta qué punto habían influido los dos y se habían influido entre sí de formas que ninguno de los dos apreciaba por completo. Clinton hizo campaña contra una caricatura de Gingrich a la vez que adoptaba gran parte de su agenda. Gingrich, que llegó al poder prometiendo una revolución, conservó el control del Congreso a base de practicar la moderación. Terminaron más cerca uno del otro, y más alejados de la periferia ideológica de sus partidos respectivos, que nunca antes".

Tan cerca, de hecho, que en secreto examinaban la posibilidad de abordar la reforma de la seguridad social y Medicare en 1997 - hasta que llegó Mónica y todo quedó congelado a causa de la lucha por la recusación presidencial.

¿Podría repetirse la historia? Las mayorías Republicanas de ambas cámaras en la actualidad son aún más conservadoras enfáticamente que las de los tiempos de Gingrich, pero los líderes Republicanos son políticos pragmáticos que representan a estados clave, Kentucky y Ohio, que son claramente capaces de cambiar de opinión de la noche a la mañana. Templados por la responsabilidad de la mayoría, ni Mitch McConnell ni John Boehner insistirán de forma probable en la política de decir "No".

En cuanto a Obama, a estas alturas sabemos, por si no estaba claro antes, que se encuentra cómodo en el término medio entre el ala izquierdista de su propio partido y el grueso de los Republicanos, liberado de su breve paso en Washington por los antagonismos históricos que impiden los acuerdos entre los partidos.

Obviamente, el gobierno de unidad reviste riesgos, y el estancamiento es posible. Pero es ciertamente posible decir que el mayor riesgo - el del estancamiento y la inacción - podría ser el regreso de Nancy Pelosi a la presidencia de la Cámara y el de Harry Reid a la secretaría de la representación, pero con menos Demócratas en cada cámara dispuestos a sacar adelante los trámites.

Tenga eso presente mientras mira a Demócratas y Republicanos dando estos últimos pasos por el tortuoso camino hacia la reforma de la sanidad.

Lecciones del batacazo del 94

David S. Broder
David S. Broder
martes, 23 de marzo de 2010, 05:29 h (CET)
WASHINGTON - Mientras los congresistas Demócratas planifican su estrategia para dar el último empujón a la reforma sanitaria, la duda que ronda por sus cabezas es: ¿Cómo podemos reducir nuestra exposición al riesgo en las legislativas de noviembre? ¿A qué resultado y a qué mecanismos van a poner menos pegas los electores?

La premisa más extendida es que el peor panorama, el resultado que sería más perjudicial para el partido y el Presidente Obama, sería perder el control de la Cámara o del Senado, o ambas cosas.

Pero existe otra opinión -- la que sostiene que sería más dañino que los Demócratas redujeran sus filas pero conservando la mayoría, aún nominalmente al timón pero con menor capacidad para superar el partidismo atrincherado que impera en el Congreso.

Este punto de vista alternativo se remonta 16 años atrás hasta los comicios que privaron a los Demócratas de su mayoría a finales del segundo año de la administración Clinton. Los resultados de 1994 fueron ampliamente interpretados en su momento como un rechazo tajante a los dos primeros años de presidencia de Bill Clinton, marcados por el colapso de su iniciativa de reforma sanitaria. Un presidente herido de muerte llegó a tener que defender la idea de que aún era "relevante" en el funcionamiento político de Washington.

Pero sólo dos años más tarde, en 1996, Clinton avanzaba cómodamente hacia un segundo mandato a costa de Bob Dole y podía presumir de haber aprobado la reforma de lo social y haber situado al país en el camino a unos presupuestos equilibrados.

Lo que sucedió fue que Clinton y el presidente entrante de la Cámara Newt Gingrich, tras haber puesto a prueba su influencia uno contra el otro en un combate a muerte en 1995, decidieron que era mejor para ambos en 1996 llegar a acuerdos.

La historia es narrada en su totalidad en "El Pacto: Bill Clinton, Newt Gingrich, y la rivalidad que definió a una generación", del politólogo Steven M. Gillon.

Como señala Gillon, las elecciones de 1996 convirtieron a Clinton en el primer Demócrata desde Franklin Delano Roosevelt en lograr un segundo mandato, y a Gingrich en el primer presidente Republicano de la Cámara en ver a su partido renovar mayoría en el Congreso. "Ambos caballeros juzgaron que los resultados electorales ratificaban sus estrategias".

"El resultado electoral", continúa, "subrayó hasta qué punto habían influido los dos y se habían influido entre sí de formas que ninguno de los dos apreciaba por completo. Clinton hizo campaña contra una caricatura de Gingrich a la vez que adoptaba gran parte de su agenda. Gingrich, que llegó al poder prometiendo una revolución, conservó el control del Congreso a base de practicar la moderación. Terminaron más cerca uno del otro, y más alejados de la periferia ideológica de sus partidos respectivos, que nunca antes".

Tan cerca, de hecho, que en secreto examinaban la posibilidad de abordar la reforma de la seguridad social y Medicare en 1997 - hasta que llegó Mónica y todo quedó congelado a causa de la lucha por la recusación presidencial.

¿Podría repetirse la historia? Las mayorías Republicanas de ambas cámaras en la actualidad son aún más conservadoras enfáticamente que las de los tiempos de Gingrich, pero los líderes Republicanos son políticos pragmáticos que representan a estados clave, Kentucky y Ohio, que son claramente capaces de cambiar de opinión de la noche a la mañana. Templados por la responsabilidad de la mayoría, ni Mitch McConnell ni John Boehner insistirán de forma probable en la política de decir "No".

En cuanto a Obama, a estas alturas sabemos, por si no estaba claro antes, que se encuentra cómodo en el término medio entre el ala izquierdista de su propio partido y el grueso de los Republicanos, liberado de su breve paso en Washington por los antagonismos históricos que impiden los acuerdos entre los partidos.

Obviamente, el gobierno de unidad reviste riesgos, y el estancamiento es posible. Pero es ciertamente posible decir que el mayor riesgo - el del estancamiento y la inacción - podría ser el regreso de Nancy Pelosi a la presidencia de la Cámara y el de Harry Reid a la secretaría de la representación, pero con menos Demócratas en cada cámara dispuestos a sacar adelante los trámites.

Tenga eso presente mientras mira a Demócratas y Republicanos dando estos últimos pasos por el tortuoso camino hacia la reforma de la sanidad.

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