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Kathleen Parker

La declaración de los independientes

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WASHINGTON - Sorprenderá a más de uno saber que la imagen real con frecuencia pasa desapercibida más allá del panorama de Washington.

El movimiento de protesta fiscal - orgánico, indignado y vibrante - apenas constituye el último en pillar desprevenidos a los iniciados. Ahí fuera, entre las fachadas de las tiendas cerradas y los estilos de vida más austeros, el movimiento de protesta fiscal ha sido la respuesta previsible al gasto público desproporcionado y a una arrogancia agresiva.

Otro movimiento que surge delante de nuestras narices parece ser igualmente invisible a los ojos del estamento. Los independientes - aquellos que no son ni de derechas ni de izquierdas, sino que adoptan el término medio general - hoy en día constituyen el 42 por ciento del electorado, según una encuesta reciente CBS/ The New York Times.

Con 70 millones aproximadamente en sus filas, constituyen hoy la nueva clase sin techo de América, personas igualmente disgustadas con los dos partidos mayoritarios y los grupos de interés que los controlan. Tienen todas las edades, sexos, razas y etnias, aunque son los estadounidenses más jóvenes los que se están agolpando a la vanguardia. De entre los nacidos después de 1977, el 44% se identifica como independiente.

En otras palabras, los independientes superan como colectivo al electorado de los dos partidos. Sin embargo, dado el hiperpartidismo que comenzó bajo George W. Bush - y que se ha agravado durante el primer año del Presidente Obama, en gran parte gracias al mecanismo habilitador de la red - se diría que Estados Unidos se divide en extrema derecha y extrema izquierda.

No es así. Somos una gran nación de centro ligeramente escorada a la derecha. ¿Cómo es que tantos se sienten tan marginados por tan pocos?

Yo me estoy encontrando a sin techo políticamente hablando allí por donde voy. Conozco a dos caballeros de Carolina del Sur llamados Joe, con los que conversé durante el puente de Navidad. Ninguno es fontanero ni el prototipo de estadounidense corriente, ambos son empresarios de éxito y Republicanos de toda la vida que ahora vagan por un páramo político. Conservadores fiscales alienados por los excesos del Partido Republicano, son igualmente reacios a identificarse como Demócratas.

Pasamos rápidamente a la Universidad de Pensilvania donde di una conferencia a una clase de periodismo hace dos semanas. Hablé un poco acerca de la política de extremos que ha secuestrado la política y de cómo algunos de nosotros los considerados moderados (también conocidos como apóstatas) hemos decidido que es hora de denunciar a los partidarios radicales que alimentan la polarización. Es hora de dar espacio a los independientes.

Esto es, por supuesto, un chiste entre los círculos de los fieles, donde los independientes son considerados blandos y carentes de convicción real. Esto nunca ha sido cierto, o George Washington, John Adams, Thomas Jefferson, Dwight Eisenhower y Ronald Reagan, entre otros, nunca habrían sido presidentes. Reagan probablemente no se haría con la candidatura de su partido hoy.

La extrema izquierda es igual de radical, qué decir tiene. Por cada Pat Robertson hay un Al Sharpton, como señaló John McCain en Virginia Beach en el 2000, en el que probablemente sea su mejor discurso. Pero, ¿cómo ha sucedido esto? ¿Por qué hemos dado tanto poder a voces tan estridentes cuando sus filas son tan reducidas?

Como escribe John Avlon en su obra "Wingnuts", los márgenes extremos pueden tener redes y activismo político en la red, "pero nosotros (los centristas) tenemos las cifras de nuestro lado". ¿No es hora de que plantemos cara a los extremistas de ambos partidos?

Tras la clase magistral de Penn, una estudiante se me acercó y me susurró en voz baja, casi conspirativa: "¿Sabe eso que dice? Hágalo por favor. Pronto".

Los centristas - a los que se puede definir en general como conservadores fiscales y social libertarios -- vienen estando relativamente tranquilos mientras los "patriotas" han lanzado amenazas, reunido ejércitos de cazadores para cazar RINOs (Republicanos Sólo de Nombre) y DINOs (Demócratas Sólo de Nombre), o creado en Internet "Colonias de Leprosos" donde colgar los nombres de aquellos que, por ejemplo, se atrevieron a criticar a Sarah Palin. Lo último fue la invención de Erick Erickson, fundador de RedState.com y recientemente contratado como tertuliano de la CNN, famoso por llamar al magistrado del Supremo saliente David Souter "pedófilo sonado", entre otras observaciones mordaces parecidas.

De esta forma, los hiperpartidistas se convierten en el referente.

Está bien indignarse con las malas políticas; es correcto exigir a políticos (y periodistas) que se mojen. Pero no está bien demonizar a la disidencia ni alimentar la indignación. A estas alturas deberíamos saber adónde conduce la demagogia.

La primera senadora por elección popular de América, Margaret Chase Smith, de Maine, lo sabía - y se enfrentó con valentía a su correligionario el senador Joseph McCarthy en 1950 con su "Declaración de Conciencia" contra el odio y la difamación sistemática por motivos políticos. Veinte años más tarde, en el aniversario de su declaración, escribió unas palabras que suenan familiares una vez más:

"Es hora de que el grueso de nuestro pueblo, aquellos que rechazan la violencia y la irracionalidad de la extrema derecha y la extrema izquierda en la misma medida... se liberen de su silencio intimidado y manifiesten su conciencia".

Bien hecho. Y, me atrevo a decir, mega-ídem.

La declaración de los independientes

Kathleen Parker
Kathleen Parker
martes, 23 de marzo de 2010, 05:28 h (CET)
WASHINGTON - Sorprenderá a más de uno saber que la imagen real con frecuencia pasa desapercibida más allá del panorama de Washington.

El movimiento de protesta fiscal - orgánico, indignado y vibrante - apenas constituye el último en pillar desprevenidos a los iniciados. Ahí fuera, entre las fachadas de las tiendas cerradas y los estilos de vida más austeros, el movimiento de protesta fiscal ha sido la respuesta previsible al gasto público desproporcionado y a una arrogancia agresiva.

Otro movimiento que surge delante de nuestras narices parece ser igualmente invisible a los ojos del estamento. Los independientes - aquellos que no son ni de derechas ni de izquierdas, sino que adoptan el término medio general - hoy en día constituyen el 42 por ciento del electorado, según una encuesta reciente CBS/ The New York Times.

Con 70 millones aproximadamente en sus filas, constituyen hoy la nueva clase sin techo de América, personas igualmente disgustadas con los dos partidos mayoritarios y los grupos de interés que los controlan. Tienen todas las edades, sexos, razas y etnias, aunque son los estadounidenses más jóvenes los que se están agolpando a la vanguardia. De entre los nacidos después de 1977, el 44% se identifica como independiente.

En otras palabras, los independientes superan como colectivo al electorado de los dos partidos. Sin embargo, dado el hiperpartidismo que comenzó bajo George W. Bush - y que se ha agravado durante el primer año del Presidente Obama, en gran parte gracias al mecanismo habilitador de la red - se diría que Estados Unidos se divide en extrema derecha y extrema izquierda.

No es así. Somos una gran nación de centro ligeramente escorada a la derecha. ¿Cómo es que tantos se sienten tan marginados por tan pocos?

Yo me estoy encontrando a sin techo políticamente hablando allí por donde voy. Conozco a dos caballeros de Carolina del Sur llamados Joe, con los que conversé durante el puente de Navidad. Ninguno es fontanero ni el prototipo de estadounidense corriente, ambos son empresarios de éxito y Republicanos de toda la vida que ahora vagan por un páramo político. Conservadores fiscales alienados por los excesos del Partido Republicano, son igualmente reacios a identificarse como Demócratas.

Pasamos rápidamente a la Universidad de Pensilvania donde di una conferencia a una clase de periodismo hace dos semanas. Hablé un poco acerca de la política de extremos que ha secuestrado la política y de cómo algunos de nosotros los considerados moderados (también conocidos como apóstatas) hemos decidido que es hora de denunciar a los partidarios radicales que alimentan la polarización. Es hora de dar espacio a los independientes.

Esto es, por supuesto, un chiste entre los círculos de los fieles, donde los independientes son considerados blandos y carentes de convicción real. Esto nunca ha sido cierto, o George Washington, John Adams, Thomas Jefferson, Dwight Eisenhower y Ronald Reagan, entre otros, nunca habrían sido presidentes. Reagan probablemente no se haría con la candidatura de su partido hoy.

La extrema izquierda es igual de radical, qué decir tiene. Por cada Pat Robertson hay un Al Sharpton, como señaló John McCain en Virginia Beach en el 2000, en el que probablemente sea su mejor discurso. Pero, ¿cómo ha sucedido esto? ¿Por qué hemos dado tanto poder a voces tan estridentes cuando sus filas son tan reducidas?

Como escribe John Avlon en su obra "Wingnuts", los márgenes extremos pueden tener redes y activismo político en la red, "pero nosotros (los centristas) tenemos las cifras de nuestro lado". ¿No es hora de que plantemos cara a los extremistas de ambos partidos?

Tras la clase magistral de Penn, una estudiante se me acercó y me susurró en voz baja, casi conspirativa: "¿Sabe eso que dice? Hágalo por favor. Pronto".

Los centristas - a los que se puede definir en general como conservadores fiscales y social libertarios -- vienen estando relativamente tranquilos mientras los "patriotas" han lanzado amenazas, reunido ejércitos de cazadores para cazar RINOs (Republicanos Sólo de Nombre) y DINOs (Demócratas Sólo de Nombre), o creado en Internet "Colonias de Leprosos" donde colgar los nombres de aquellos que, por ejemplo, se atrevieron a criticar a Sarah Palin. Lo último fue la invención de Erick Erickson, fundador de RedState.com y recientemente contratado como tertuliano de la CNN, famoso por llamar al magistrado del Supremo saliente David Souter "pedófilo sonado", entre otras observaciones mordaces parecidas.

De esta forma, los hiperpartidistas se convierten en el referente.

Está bien indignarse con las malas políticas; es correcto exigir a políticos (y periodistas) que se mojen. Pero no está bien demonizar a la disidencia ni alimentar la indignación. A estas alturas deberíamos saber adónde conduce la demagogia.

La primera senadora por elección popular de América, Margaret Chase Smith, de Maine, lo sabía - y se enfrentó con valentía a su correligionario el senador Joseph McCarthy en 1950 con su "Declaración de Conciencia" contra el odio y la difamación sistemática por motivos políticos. Veinte años más tarde, en el aniversario de su declaración, escribió unas palabras que suenan familiares una vez más:

"Es hora de que el grueso de nuestro pueblo, aquellos que rechazan la violencia y la irracionalidad de la extrema derecha y la extrema izquierda en la misma medida... se liberen de su silencio intimidado y manifiesten su conciencia".

Bien hecho. Y, me atrevo a decir, mega-ídem.

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