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Sergio Brosa

Sin sorpresas

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Una crisis climatológica se ha cebado en Catalunya. Los agoreros del cambio climático llevan tiempo con la cabeza bajo el ala, pues entre las chapuzas que se les han descubierto y los claros signos de que el calentamiento global ha tocado a su fin, con un invierno más frío que el del año anterior, tan sólo faltaba la dimisión de Yvo de Boer, el jefe del cambio climático de la ONU para clarificar la situación.

En efecto, justo después de su fracaso de la conferencia de Copenhagen y antes de que lo echen a patadas, Yvo de Boer ha fichado por la auditora KPMG que ha visto un nicho de negocio en el asesoramiento a los crédulos gobiernos sobre las manipulaciones necesarias para que el hombre deje de afectar al clima del planeta; como si fuese capaz de hacerlo. Y también para entrar en el especulativo negocio del humo, otro invento de los del cambio climático que se dedican a intermediar en la compraventa de emisiones de CO2 a la atmósfera, sobre la base de nada, pero que acaba por ser un lucrativo negocio, sobre todo para los especuladores, que compran derechos de emisiones teóricas a empresas que no emiten y los venden a las que emiten. Así no se acaba con las emisiones de CO2 pero se pergeña la próxima crisis financiera al inventar títulos de inversión sobre derechos de emisión de CO2, algo mucho menos tangible aún que las hipotecas subprime; aquellas al menos tenían su objeto en una vivienda de ladrillo y cemento.

De cualquier forma, el temporal invernal anunciado por los centros meteorológicos de todo el país cayó el pasado lunes en Catalunya mientras las autoridades, léase incompetentes políticos para la gestión de cualquier crisis ajena a la política, pues lo suyo es la gestión de las que ellos mismos provocan para justificar sus obscenos niveles retributivos, quedaban atónitos ante la que se les vino encima y pronto activaron el esparcidor de responsabilidades, comenzando por la misma ciudadanía que debía haberse quedado en sus casas para no encontrarse atrapados en la nieve.

La necedad de nuestros gestores públicos es ya proverbial, así sea en cuestiones de sequía como de incendios forestales, de lluvia inusitada o la caída de una nevada anunciada. Pero la seriedad del desastre se mantiene a estas horas en muchas poblaciones de Girona donde la gente sigue sin electricidad, lo que en pleno siglo XXI supone la paralización de la vida ordinaria, comercios e industrias con pérdidas multimillonarias y sumir en la más inconfesable indigencia a miles de familias que aún teniendo que comer, no lo pueden guisar por falta de electricidad. Ducharse y asearse hace días que quedó atrás.

Uno de los principales estropicios de los gobernantes de Catalunya es haber impedido la construcción de una nueva línea de alta tensión; la llamada MAT (Muy Alta Tensión) u otra cualquiera que viniera a suplir las carencias energéticas de Girona esencialmente, dado el constante crecimiento de la región y la incesante demanda, por tanto, de mayor suministro eléctrico. Unos por otros, pero todos arrimando el ascua a su sardina al margen de las necesidades de la población, impiden que las compañías eléctricas tiendan nuevas líneas eléctricas, así sean aéreas o soterradas, da igual. Y los ecologistas, contrarios al progreso ni que sea ordenado, se oponen a la nueva fuente de alimentación y las eléctricas que conocen de lo perentorio de la situación y que en cualquier cambio de gobierno, siempre que este sea capaz de asumir su responsabilidad, puede darse luz verde a la nueva línea, mantienen con alfileres la actuar red de distribución, pues cualquier día habrá que construir la definitiva para los próximos cincuenta años.

Y esta situación de ineptitud política es la principal causa de que tantas familias sigan con restricciones de energía.

Ninguna sorpresa nos ha dado nuestra clase política. Tienen la plena responsabilidad de la desgentión del desastre y lo achacan a las compañías eléctricas a las que han dado la concesión del suministro y distribución de electricidad, pero haciendo dejación de su obligación de supervisión del concesionario. No hay dimisiones ni destituciones; no hay asunción de responsabilidad ni un mea culpa para vergüenza y oprobio de nuestros gobernantes.

La ciudadanía está harta de tanta incompetencia de los servidores públicos y cada vez se hace más patente que se trata, en su inmensa mayoría, de servidores de si mismos y de los partidos a los que sirven, les mantienen y procuran tan inmerecidas “bagatelas” de vida.

Valdría la pena aprovechar tan vasta administración para que se trufara de auténticos profesionales de carrera y cargo por oposición de méritos que no de conocimiento de la lengua vernácula únicamente y se hagan cargo de la gestión del país, impidiendo a los partidos políticos que se han inmiscuido en todas las instituciones que cubran los puestos directivos de la estructura administrativa con aduladores e incompetentes directivos que únicamente se preocupan de engrosar la base de sus departamentos para parecer más importantes y justificar así una excesivamente abultada y arbitraria paga.

Sin sorpresas

Sergio Brosa
Sergio Brosa
lunes, 15 de marzo de 2010, 02:55 h (CET)
Una crisis climatológica se ha cebado en Catalunya. Los agoreros del cambio climático llevan tiempo con la cabeza bajo el ala, pues entre las chapuzas que se les han descubierto y los claros signos de que el calentamiento global ha tocado a su fin, con un invierno más frío que el del año anterior, tan sólo faltaba la dimisión de Yvo de Boer, el jefe del cambio climático de la ONU para clarificar la situación.

En efecto, justo después de su fracaso de la conferencia de Copenhagen y antes de que lo echen a patadas, Yvo de Boer ha fichado por la auditora KPMG que ha visto un nicho de negocio en el asesoramiento a los crédulos gobiernos sobre las manipulaciones necesarias para que el hombre deje de afectar al clima del planeta; como si fuese capaz de hacerlo. Y también para entrar en el especulativo negocio del humo, otro invento de los del cambio climático que se dedican a intermediar en la compraventa de emisiones de CO2 a la atmósfera, sobre la base de nada, pero que acaba por ser un lucrativo negocio, sobre todo para los especuladores, que compran derechos de emisiones teóricas a empresas que no emiten y los venden a las que emiten. Así no se acaba con las emisiones de CO2 pero se pergeña la próxima crisis financiera al inventar títulos de inversión sobre derechos de emisión de CO2, algo mucho menos tangible aún que las hipotecas subprime; aquellas al menos tenían su objeto en una vivienda de ladrillo y cemento.

De cualquier forma, el temporal invernal anunciado por los centros meteorológicos de todo el país cayó el pasado lunes en Catalunya mientras las autoridades, léase incompetentes políticos para la gestión de cualquier crisis ajena a la política, pues lo suyo es la gestión de las que ellos mismos provocan para justificar sus obscenos niveles retributivos, quedaban atónitos ante la que se les vino encima y pronto activaron el esparcidor de responsabilidades, comenzando por la misma ciudadanía que debía haberse quedado en sus casas para no encontrarse atrapados en la nieve.

La necedad de nuestros gestores públicos es ya proverbial, así sea en cuestiones de sequía como de incendios forestales, de lluvia inusitada o la caída de una nevada anunciada. Pero la seriedad del desastre se mantiene a estas horas en muchas poblaciones de Girona donde la gente sigue sin electricidad, lo que en pleno siglo XXI supone la paralización de la vida ordinaria, comercios e industrias con pérdidas multimillonarias y sumir en la más inconfesable indigencia a miles de familias que aún teniendo que comer, no lo pueden guisar por falta de electricidad. Ducharse y asearse hace días que quedó atrás.

Uno de los principales estropicios de los gobernantes de Catalunya es haber impedido la construcción de una nueva línea de alta tensión; la llamada MAT (Muy Alta Tensión) u otra cualquiera que viniera a suplir las carencias energéticas de Girona esencialmente, dado el constante crecimiento de la región y la incesante demanda, por tanto, de mayor suministro eléctrico. Unos por otros, pero todos arrimando el ascua a su sardina al margen de las necesidades de la población, impiden que las compañías eléctricas tiendan nuevas líneas eléctricas, así sean aéreas o soterradas, da igual. Y los ecologistas, contrarios al progreso ni que sea ordenado, se oponen a la nueva fuente de alimentación y las eléctricas que conocen de lo perentorio de la situación y que en cualquier cambio de gobierno, siempre que este sea capaz de asumir su responsabilidad, puede darse luz verde a la nueva línea, mantienen con alfileres la actuar red de distribución, pues cualquier día habrá que construir la definitiva para los próximos cincuenta años.

Y esta situación de ineptitud política es la principal causa de que tantas familias sigan con restricciones de energía.

Ninguna sorpresa nos ha dado nuestra clase política. Tienen la plena responsabilidad de la desgentión del desastre y lo achacan a las compañías eléctricas a las que han dado la concesión del suministro y distribución de electricidad, pero haciendo dejación de su obligación de supervisión del concesionario. No hay dimisiones ni destituciones; no hay asunción de responsabilidad ni un mea culpa para vergüenza y oprobio de nuestros gobernantes.

La ciudadanía está harta de tanta incompetencia de los servidores públicos y cada vez se hace más patente que se trata, en su inmensa mayoría, de servidores de si mismos y de los partidos a los que sirven, les mantienen y procuran tan inmerecidas “bagatelas” de vida.

Valdría la pena aprovechar tan vasta administración para que se trufara de auténticos profesionales de carrera y cargo por oposición de méritos que no de conocimiento de la lengua vernácula únicamente y se hagan cargo de la gestión del país, impidiendo a los partidos políticos que se han inmiscuido en todas las instituciones que cubran los puestos directivos de la estructura administrativa con aduladores e incompetentes directivos que únicamente se preocupan de engrosar la base de sus departamentos para parecer más importantes y justificar así una excesivamente abultada y arbitraria paga.

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