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Edward Schumacher-Matos

El eterno ciclo

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CARTAGENA, Colombia - La derecha puede haber ganado parte de las guerras en Latinoamérica, pero claramente a la izquierda se le ha dado mejor ganar la historia. Hasta que la historia sea más honesta, no obstante, probablemente siga habiendo guerras.

La narrativa estrecha de miras acerca de imperialistas avarientos y oligarcas ayudó a alumbrar la destructiva dictadura de Cuba y la dictadura emergente de Venezuela. También ayuda a explicar el fallo de muchos líderes democráticos de Latinoamérica a la hora de condenar a las dos.

Son dos ejemplos evidentes, pero hay en marcha ejemplos más sutiles en muchos de los países de la región más ilustrados a primera vista - y son mucho más rigurosos en su emergente influencia.

En Argentina, las administraciones sucesivas entre marido y mujer de Néstor y Cristina Kirchner, sustentadas por los tribunales, han reabierto casos de la "guerra sucia" de las desapariciones y las torturas acaecidas bajo las juntas militares de derechas de la década de los 70 y los 80. Tras haber residido en el país por entonces y haber sido amenazado y humillado en muchas ocasiones por los insidiosos servicios de Inteligencia del ejército, puedo asegurar que lo que ocurrió fue horrible.

Una comisión de la verdad encabezada por el inteligente escritor de izquierdas Ernesto Sábato detalló la mayor parte de los abusos cometidos hace 20 años. Lo que los Kirchner están haciendo es reescribir la historia omitiendo gran parte de la responsabilidad en manos de grupos terroristas de extrema izquierda y miembros de las juventudes de su propio partido peronista. Estos grupos pusieron bombas y asesinaron, generando tal miedo que la opinión pública argentina instó de manera mayoritaria al ejército a derrocar a un gobierno débil y a imponer el orden.

En aquellos años, grupos radicales parecidos daban el sangriento golpe de estado de Uruguay, iban mucho más allá del mandato del Presidente electo de izquierdas Salvador Allende en Chile, y emprendían guerras indiscriminadas en Centroamérica. He trabajado como periodista en todos esos lugares también, y sin duda esos conflictos tienen su origen en parte en injusticias sociales. Pero también es cierto que a menudo los pobres no comparten los objetivos de las revoluciones, y los actos de violencia cometidos por la izquierda se convierten en un fin en sí mismo.

Evitar la impunidad es bueno, pero eso se aplica en la misma medida a los "escuadrones de la muerte" de la derecha que a los terroristas de extrema izquierda.

Una parcialidad parecida rodea la narrativa de los esfuerzos en los acuerdos de paz. En el actual conflicto en Colombia contra las guerrillas de izquierdas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, crece la presión sobre el gobierno colombiano saliente de Álvaro Uribe y sus defensores estadounidenses para buscar una solución política.

Los intelectuales de izquierdas y los activistas de derechos humanos de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa que presionan -- y que más tarde serán los que escriban la historia - culpan implícita o explícitamente al gobierno de la violencia. Y sin duda tendrá parte de culpa. Pero lo que estos críticos se niegan a abordar por cinismo o por ceguera es la cuestión de qué hacer cuando es la guerrilla la que prefiere luchar.

Del prototipo de lo que les gustaría ver a los críticos se cumplen esta semana 20 años. Casualmente, sucedió en Colombia con otra facción insurgente, el M-19. Este fue el grupo que tomó la sede del Tribunal Supremo de Colombia en 1985 cobrándose las vidas de más de un centenar de personas, varios magistrados incluidos, en un enfrentamiento armado con el ejército. Cinco años más tarde el M-19 deponía sus armas, y un antiguo guerrillero, Gustavo Petro, es candidato hoy a presidente como secretario del izquierdista Polo Democrático. Otro ex guerrillero del M-19 es gobernador. Hay más en el Congreso, y afiliados de a pie están integrados por toda la sociedad.

La lección del acuerdo de paz del M-19, sin embargo, es que sólo fue posible cuando ninguna de las partes tenía la victoria cerca y las guerrillas estaban agotadas. Las dos partes no negociaron como iguales. El gobierno exigió y logró un alto el fuego. Sin embargo, los funcionarios de Bogotá cumplieron la promesa de convocar una convención constitucional. Un candidato presidencial del M-19 fue asesinado, al parecer a manos de un delincuente de extrema derecha, pero el compromiso del gobierno con la justicia fue tal que el M-19 mantuvo el rumbo negociador.

Los acuerdos de paz del M-19 y más tarde el de El Salvador demostraron de primera mano que en las guerras del Tercer Mundo, las soluciones políticas son posibles. Pero hoy en día, en Colombia, las FARC han demostrado que quieren la guerra. No tiene ninguna razón para no quererla. Como observa Mauricio Cárdenas, de la Brookings Institution, "Las FARC tienen el dinero del narcotráfico y el apoyo de Hugo Chávez en la vecina Venezuela, que comparte sus mismos objetivos".

Una narrativa histórica que no incluye la responsabilidad de la izquierda en los actos de violencia y el resto de males engaña a las nuevas generaciones de jóvenes tentados por revoluciones nuevas. Eso, a su vez, obliga a volver a los generales.

El eterno ciclo

Edward Schumacher-Matos
Edward Schumacher-Matos
sábado, 13 de marzo de 2010, 09:30 h (CET)
CARTAGENA, Colombia - La derecha puede haber ganado parte de las guerras en Latinoamérica, pero claramente a la izquierda se le ha dado mejor ganar la historia. Hasta que la historia sea más honesta, no obstante, probablemente siga habiendo guerras.

La narrativa estrecha de miras acerca de imperialistas avarientos y oligarcas ayudó a alumbrar la destructiva dictadura de Cuba y la dictadura emergente de Venezuela. También ayuda a explicar el fallo de muchos líderes democráticos de Latinoamérica a la hora de condenar a las dos.

Son dos ejemplos evidentes, pero hay en marcha ejemplos más sutiles en muchos de los países de la región más ilustrados a primera vista - y son mucho más rigurosos en su emergente influencia.

En Argentina, las administraciones sucesivas entre marido y mujer de Néstor y Cristina Kirchner, sustentadas por los tribunales, han reabierto casos de la "guerra sucia" de las desapariciones y las torturas acaecidas bajo las juntas militares de derechas de la década de los 70 y los 80. Tras haber residido en el país por entonces y haber sido amenazado y humillado en muchas ocasiones por los insidiosos servicios de Inteligencia del ejército, puedo asegurar que lo que ocurrió fue horrible.

Una comisión de la verdad encabezada por el inteligente escritor de izquierdas Ernesto Sábato detalló la mayor parte de los abusos cometidos hace 20 años. Lo que los Kirchner están haciendo es reescribir la historia omitiendo gran parte de la responsabilidad en manos de grupos terroristas de extrema izquierda y miembros de las juventudes de su propio partido peronista. Estos grupos pusieron bombas y asesinaron, generando tal miedo que la opinión pública argentina instó de manera mayoritaria al ejército a derrocar a un gobierno débil y a imponer el orden.

En aquellos años, grupos radicales parecidos daban el sangriento golpe de estado de Uruguay, iban mucho más allá del mandato del Presidente electo de izquierdas Salvador Allende en Chile, y emprendían guerras indiscriminadas en Centroamérica. He trabajado como periodista en todos esos lugares también, y sin duda esos conflictos tienen su origen en parte en injusticias sociales. Pero también es cierto que a menudo los pobres no comparten los objetivos de las revoluciones, y los actos de violencia cometidos por la izquierda se convierten en un fin en sí mismo.

Evitar la impunidad es bueno, pero eso se aplica en la misma medida a los "escuadrones de la muerte" de la derecha que a los terroristas de extrema izquierda.

Una parcialidad parecida rodea la narrativa de los esfuerzos en los acuerdos de paz. En el actual conflicto en Colombia contra las guerrillas de izquierdas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, crece la presión sobre el gobierno colombiano saliente de Álvaro Uribe y sus defensores estadounidenses para buscar una solución política.

Los intelectuales de izquierdas y los activistas de derechos humanos de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa que presionan -- y que más tarde serán los que escriban la historia - culpan implícita o explícitamente al gobierno de la violencia. Y sin duda tendrá parte de culpa. Pero lo que estos críticos se niegan a abordar por cinismo o por ceguera es la cuestión de qué hacer cuando es la guerrilla la que prefiere luchar.

Del prototipo de lo que les gustaría ver a los críticos se cumplen esta semana 20 años. Casualmente, sucedió en Colombia con otra facción insurgente, el M-19. Este fue el grupo que tomó la sede del Tribunal Supremo de Colombia en 1985 cobrándose las vidas de más de un centenar de personas, varios magistrados incluidos, en un enfrentamiento armado con el ejército. Cinco años más tarde el M-19 deponía sus armas, y un antiguo guerrillero, Gustavo Petro, es candidato hoy a presidente como secretario del izquierdista Polo Democrático. Otro ex guerrillero del M-19 es gobernador. Hay más en el Congreso, y afiliados de a pie están integrados por toda la sociedad.

La lección del acuerdo de paz del M-19, sin embargo, es que sólo fue posible cuando ninguna de las partes tenía la victoria cerca y las guerrillas estaban agotadas. Las dos partes no negociaron como iguales. El gobierno exigió y logró un alto el fuego. Sin embargo, los funcionarios de Bogotá cumplieron la promesa de convocar una convención constitucional. Un candidato presidencial del M-19 fue asesinado, al parecer a manos de un delincuente de extrema derecha, pero el compromiso del gobierno con la justicia fue tal que el M-19 mantuvo el rumbo negociador.

Los acuerdos de paz del M-19 y más tarde el de El Salvador demostraron de primera mano que en las guerras del Tercer Mundo, las soluciones políticas son posibles. Pero hoy en día, en Colombia, las FARC han demostrado que quieren la guerra. No tiene ninguna razón para no quererla. Como observa Mauricio Cárdenas, de la Brookings Institution, "Las FARC tienen el dinero del narcotráfico y el apoyo de Hugo Chávez en la vecina Venezuela, que comparte sus mismos objetivos".

Una narrativa histórica que no incluye la responsabilidad de la izquierda en los actos de violencia y el resto de males engaña a las nuevas generaciones de jóvenes tentados por revoluciones nuevas. Eso, a su vez, obliga a volver a los generales.

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