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Gonzalo G. Velasco

Oscars 2010: Una nueva esperanza

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La gala de los Oscars del pasado domingo ha sido una de las más aburridas que recuerdo, sin embargo, en mitad de ese yermo de sopor y oropel, se ha librado la batalla por el futuro del séptimo arte tal y como lo conocemos. Hagamos un flashback. Son muchos quienes opinan que, en los albores del cine, éste se dividió en dos tendencias claramente delimitadas: la más espectacular y fantasiosa (Méliès), y otra de mirada más apegada a la realidad (Lumière). La fractura equivaldría, volviendo al presente, a la frontera que muchos aún se empeñan en ver entre el cine comercial o palomitero y el cine intelectual o con mensaje. Pues bien, si algo ha quedado claro hace unos cuantos días en el Kodak Theatre es que todo lo anterior podría aparecer en el diccionario junto a la palabra “soplapollez”.

Avatar es una película espectacular, comercial y palomitera pero al mismo tiempo va de intelectual y nos endosa un mensaje (jipiflautero, sí, pero mensaje al fin y al cabo). En Tierra Hostil, por su parte, quiere suplir el mensaje con adrenalina y espectáculo y, en cambio, termina diciendo algo, complaciendo a la crítica más sesuda, y pasando de puntillas por el box-office. Nada nuevo bajo el sol. A Lumière y a Méliès les ocurría algo similar y, como a pesar de lo que pueda parecer a primera vista NUNCA PASA NADA, es del todo natural que la historia se repita. ¿O acaso no buscaba la famosa locomotora de las proyecciones de los Lumière epatar al personal de la misma forma en que ahora lo persigue Avatar? ¿O el Viaje a La Luna de Méliès ofrecer la misma sensación de realismo, dentro de su ficción, que En Tierra Hostil se esfuerza por transmitirnos desde un Irak de postín? La conclusión más obvia pasaría por proclamar a voz en grito que las fronteras y los prejuicios, de haber existido alguna vez, empiezan a diluirse. Pero no. No es así en absoluto.

Lo digo de un modo tan tajante porque, con independencia de lo bonito que sería la abolición de las mencionadas fronteras, haberlas, haylas. La diferencia es que ahora ya no trazan el límite entre el cine para listos y el cine para tontos, como durante años nos han hecho creer un montón de cenizos, sino el límite entre el cine hecho por listos que nos toman por tontos (James Cameron), y el cine hecho por supuestos tontos que, en realidad, nos tratan con inteligencia y sin paternalismo (Kathryn Bigelow). Los dos miembros de la ex pareja buscan exactamente lo mismo: dinero; pero mientras que el director de Terminator lo hace desde la prepotencia, la falta de autenticidad y la megalomanía, la realizadora de Días Extraños lo hace desde la modestia, el rigor y una comedida austeridad indigna de Hollywood.

De modo que si en la ceremonia de los Oscars hubiera arrasado Avatar, tal y como muchos vaticinaban, la industria cinematográfica norteamericana, además de cometer una injusticia de órdago (y no sólo con respecto a En Tierra Hostil, que, después de todo, sólo es una película correcta, sino también con respecto a las notables An Education, y District 9 o la excelente Up), habría laureado una manera de entender el cine a todas luces incompatible con la esencia del cine mismo. Se mire por donde se mire, bien como arte, bien como espectáculo o bien cómo un híbrido entre ambos conceptos, Avatar ha sido, es y seguirá siendo un producto mediocre al que los señores académicos, con muy buen criterio, han puesto en su sitio incluso antes de lo previsto. Y su único mérito: el de batir todos los records de taquilla existentes hasta su estreno, ya está siendo eclipsado por la inminente Alicia en El País de las Maravillas, de Tim Burton. A rey muerto, rey puesto. Que alguien limpie su sangre… azul, por supuesto.

Oscars 2010: Una nueva esperanza

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
viernes, 12 de marzo de 2010, 09:08 h (CET)
La gala de los Oscars del pasado domingo ha sido una de las más aburridas que recuerdo, sin embargo, en mitad de ese yermo de sopor y oropel, se ha librado la batalla por el futuro del séptimo arte tal y como lo conocemos. Hagamos un flashback. Son muchos quienes opinan que, en los albores del cine, éste se dividió en dos tendencias claramente delimitadas: la más espectacular y fantasiosa (Méliès), y otra de mirada más apegada a la realidad (Lumière). La fractura equivaldría, volviendo al presente, a la frontera que muchos aún se empeñan en ver entre el cine comercial o palomitero y el cine intelectual o con mensaje. Pues bien, si algo ha quedado claro hace unos cuantos días en el Kodak Theatre es que todo lo anterior podría aparecer en el diccionario junto a la palabra “soplapollez”.

Avatar es una película espectacular, comercial y palomitera pero al mismo tiempo va de intelectual y nos endosa un mensaje (jipiflautero, sí, pero mensaje al fin y al cabo). En Tierra Hostil, por su parte, quiere suplir el mensaje con adrenalina y espectáculo y, en cambio, termina diciendo algo, complaciendo a la crítica más sesuda, y pasando de puntillas por el box-office. Nada nuevo bajo el sol. A Lumière y a Méliès les ocurría algo similar y, como a pesar de lo que pueda parecer a primera vista NUNCA PASA NADA, es del todo natural que la historia se repita. ¿O acaso no buscaba la famosa locomotora de las proyecciones de los Lumière epatar al personal de la misma forma en que ahora lo persigue Avatar? ¿O el Viaje a La Luna de Méliès ofrecer la misma sensación de realismo, dentro de su ficción, que En Tierra Hostil se esfuerza por transmitirnos desde un Irak de postín? La conclusión más obvia pasaría por proclamar a voz en grito que las fronteras y los prejuicios, de haber existido alguna vez, empiezan a diluirse. Pero no. No es así en absoluto.

Lo digo de un modo tan tajante porque, con independencia de lo bonito que sería la abolición de las mencionadas fronteras, haberlas, haylas. La diferencia es que ahora ya no trazan el límite entre el cine para listos y el cine para tontos, como durante años nos han hecho creer un montón de cenizos, sino el límite entre el cine hecho por listos que nos toman por tontos (James Cameron), y el cine hecho por supuestos tontos que, en realidad, nos tratan con inteligencia y sin paternalismo (Kathryn Bigelow). Los dos miembros de la ex pareja buscan exactamente lo mismo: dinero; pero mientras que el director de Terminator lo hace desde la prepotencia, la falta de autenticidad y la megalomanía, la realizadora de Días Extraños lo hace desde la modestia, el rigor y una comedida austeridad indigna de Hollywood.

De modo que si en la ceremonia de los Oscars hubiera arrasado Avatar, tal y como muchos vaticinaban, la industria cinematográfica norteamericana, además de cometer una injusticia de órdago (y no sólo con respecto a En Tierra Hostil, que, después de todo, sólo es una película correcta, sino también con respecto a las notables An Education, y District 9 o la excelente Up), habría laureado una manera de entender el cine a todas luces incompatible con la esencia del cine mismo. Se mire por donde se mire, bien como arte, bien como espectáculo o bien cómo un híbrido entre ambos conceptos, Avatar ha sido, es y seguirá siendo un producto mediocre al que los señores académicos, con muy buen criterio, han puesto en su sitio incluso antes de lo previsto. Y su único mérito: el de batir todos los records de taquilla existentes hasta su estreno, ya está siendo eclipsado por la inminente Alicia en El País de las Maravillas, de Tim Burton. A rey muerto, rey puesto. Que alguien limpie su sangre… azul, por supuesto.

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